Productividad, flexibilidad y reforma laboral: Paradigmas

Los académicos e instituciones económicas en general, han coincidido en que una de las cuestiones que más ha frenado a la economía mexicana son los bajos niveles de crecimiento de la productividad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señala que casi toda la brecha entre México y los países de la OCDE proviene de una menor productividad laboral. 

Sin embargo, existen opiniones encontradas sobre el problema de la baja tasa de crecimiento de esta variable. Algunos autores señalan que la caída en la tasa de crecimiento de la productividad de la economía mexicana, ocurrida desde 1980, se debe a la lenta expansión del crecimiento económico, ya que la productividad crece en función de la acumulación de capital (hipótesis de Jaime Ros y Juan Carlos Moreno-Brid en este libro). Mientras que otros enfatizan que la política social es una de las causas de la informalidad en México, y que esta informalidad y rigidez laboral, aparte de frustrar los objetivos sociales el gobierno, reduce a su vez la productividad del trabajo y del capital, y, en consecuencia, la tasa de crecimiento del PIB (como señala Santiago Levy aquí). 

Como se puede ver, existe un contraste entre ambas perspectivas, ya que abordan la cuestión de la productividad desde distintas causalidades. El plantear una reforma para el mercado laboral mexicano surge como resultado de entender a la baja productividad como un problema de la regulación en el mercado laboral. Esta reforma, grosso modo, tiene como objetivo el flexibilizar dicho mercado abaratando los costos de despido y de contratación. Se parte del supuesto que el mercado laboral mexicano es muy rígido.

En este contexto quiero tratar dos cosas: primero, probar la validez de este supuesto; y segundo, analizar si la reforma laboral, dados los diagnósticos académicos, realmente atacaría el problema de la baja productividad en México. 

Si nos apegamos estrictamente a las cifras, se podría pensar que en cuestión de empleo México se encuentra muy bien, pues  tenemos niveles de desempleo muy bajos respecto a los países de la OCDE e incluso muy bajos a nivel mundial. Sin embargo, la estructura del mercado laboral tiene características que no se ven reflejadas si observamos únicamente las tasas de ocupación o desocupación. Antes de continuar, considero importante el aclarar los conceptos de trabajo formal e informal: 

- Trabajador formal: son trabajadores asalariados contratados por una empresa que los registra en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Están cubiertos por normas de despido y liquidación e impuestos al trabajo.

- Trabajador informal: Son individuos autoempleados y comisionistas que trabajan por su cuenta  o legalmente en una relación no asalariada con una empresa. También incluye a los trabajadores asalariados contratados por una empresa y que reciben un salario pero que, en violación de la ley, no están registrados en el IMSS.

Aclarado esto, empezaré dando mis argumentos del porqué no creo que el mercado laboral en México sea rígido. Es muy importante entender el concepto de flexibilidad laboral, que a resumidas cuentas, se puede describir como la eliminación de obstáculos existentes para que se dé un encuentro óptimo entre oferentes y demandantes de fuerza de trabajo. Esto quiere decir que la flexibilización del mercado laboral implica la eliminación de rigideces para emplearse o emplear, así como en la fijación de salarios.

En México, al analizar las cifras, podemos observar que no hay rigidez como tal.

Gráfica 1. Trabajadores Asegurados en el IMSS (Fuente: IMSS)

Un mercado flexible, frente a choques en oferta y demanda, debe de tener la capacidad de responder fluctuando de forma rápida. En la gráfica vemos que en septiembre del 2008 se registra un nivel de trabajadores asegurados de 14.52 millones mientras que durante la crisis económica reciente, el dato más bajo fue en mayo del 2009, siendo éste de 13.86 millones. Sin embargo, en agosto del siguiente año (2010) se registra un nivel de empleo mayor al pico más alto previo al inicio de la caída del empleo. Estas cifras nos permiten ver que no hubo ningún obstáculo para que los empresarios despidieran gente al ser afectados con la crisis económica, ni se vieron obstaculizados para que al empezar la recuperación se tuviera mayor capacidad de absorber trabajadores en el empleo formal. 

De igual forma, en México se registra una tasa de rotación anual del 70%, esto implica que ¡siete de cada diez trabajadores cambian de empleo en un año! Esto supondría que los empleadores no tienen complicaciones para despedir y contratar gente ni los empleados tienen dificultades para cambiar de empleo.

Otro punto a destacar es la gran movilidad que hay entre el sector formal y el sector informal. 

Gráfica 2. Tasa de crecimiento de empleos formales e informales (Fuente: INEGI)

El sector informal ha servido como una válvula de escape para los desempleados que no se han logrado insertar en el sector formal. Analizando la gráfica, se puede observar que después de la crisis hubo una destrucción del empleo en ambos sectores. Sin embargo, en la recuperación el sector formal creció, mientras que el sector informal no presentó un aumento tan marcado. Para el cuarto trimestre del 2010, el empleo formal tuvo una caída fuerte en su crecimiento, mientras que el crecimiento del sector informal presentó una de sus tasas más altas en ese mismo trimestre. Por tanto, se puede decir que los trabajadores que se ven excluidos del sector formal, tienen una gran facilidad de emplearse en el sector informal. 

Con esto podemos poner en duda el supuesto de que el mercado laboral mexicano presenta rigidez. Esto, debido a que vemos que no hay obstáculos para que se pueda despedir o contratar trabajadores como respuesta al ciclo económico, ni para pasar a emplearse del sector formal al informal.

Con estos datos, se puede argumentar que el problema del mercado laboral no radica en su rigidez. Es decir, la actual ley laboral no ha impedido ni ha sido un obstáculo para que  haya un encuentro óptimo  entre oferentes y demandantes de fuerza de trabajo. Si bien la ley ya aprobada en la Cámara de Diputados (falta la de Senadores) ofrece aún más facilidades para las empresas de contratar gente a menor costo, hay una contraparte.  Puesto que el contratar trabajadores es muy caro, porque despedirlos es muy caro, la reducción de los costos de contratación implica la disminución de las prestaciones para un trabajador despedido. Actualmente no existe un mecanismo que compense este efecto, como sería un seguro de desempleo. Y esto se traduce en una pérdida de bienestar para los trabajadores. 

Ha habido académicos que han puntualizado las ventajas que puede tener esta reforma, sobre todo para los desempleados y los empleados informales. Sin embargo, no se ha hablado mucho sobre el efecto que va a tener en los empleados y la posible pérdida de bienestar que van a tener. Es muy probable que aumente el número de empleados formales y que disminuyan los informales (ni el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado se ha aventurado a dar un pronóstico certero acerca del aumento en la creación de empleos formales), pero esto va acompañado de un deterioro en las condiciones de los trabajadores. 

Por último, al ver que esta reforma no representa un cambio sustancial en el mercado laboral, ni sobre la lenta expansión de la economía mexicana (según la tesis de Ros y Moreno-Brid), ni en el esquema de política social que hay en México (como plantea Levy), realmente no se puede esperar que la iniciativa repercuta en la productividad en México. Por tanto, es obvio que es necesario preparar mejores diagnósticos y proyectos de reformas para atacar este rubro que no nos ha dejado converger a mayores niveles de crecimiento durante tantos años.