¿El descenso del dragón?

El gobierno de China no está dispuesto a sacrificar sus altas tasas de crecimiento a pesar de la crisis que se ve venir.
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China representa una parte importante en la balanza comercial de muchos países y además se trata del principal tenedor de deuda estadounidense. Foto: AP.
China representa una parte importante en la balanza comercial de muchos países y además se trata del principal tenedor de deuda estadounidense. Foto: AP.

 

China en tres décadas se convirtió en una potencia económica cuya influencia a nivel mundial es cada vez mayor. En ese periodo, China alcanzó tasas de crecimiento superiores al 10%, muy por arriba de la media mundial. Actualmente, este país representa una parte importante en la balanza comercial de muchos países y además se trata del principal tenedor de deuda estadounidense. Para muchos, China  es un ejemplo de que un capitalismo de Estado es la vía para el crecimiento sostenido, sin embargo, esta situación parece estar muy próxima a cambiar. 
 
China adoptó un modelo de crecimiento dirigido por el Estado, similar al desarrollado por Japón y otros países del Este de Asia. El modelo, en resumen funciona de la siguiente manera: 1) aprovechar los salarios bajos para impulsar el crecimiento a través de las exportaciones e industrializar rápidamente con cantidades fuertes de inversión, 2) que este proceso sea guiado por el Estado, 3) emplear políticas industriales y financiamiento dirigidos por el Estado para el progreso en sectores cada vez más avanzados. Este tipo de modelo genera niveles de crecimiento muy grandes durante un periodo, pero luego con el paso del tiempo, deja de funcionar. Como ejemplo podemos ver a Japón, que lleva dos décadas sin crecer y con deflación y a Corea del Sur, que sufrió una fuerte crisis en 1997 y 1998. 
 
Para estimular los niveles de inversión tan altos que se necesitan para generar este crecimiento, se depende mucho de subvenciones del Estado para la inversión en ciertas industrias o sectores que se consideran más atractivos. De igual forma, el crédito se abarata para ponerlo en disposición de la industria, o si no, el Estado ordena que el dinero se vaya a proyectos establecidos. Esto genera que los bancos no estén orientados comercialmente, sino que actúen en gran medida como instrumentos de la política de desarrollo.  También, para apoyar y alentar a los exportadores, se mantiene el tipo de cambio controlado. En su conjunto estas son las razones por las que estos países asiáticos crecen aceleradamente.
 
El problema con este modelo es que se hace una distorsión muy fuerte de los precios en el mercado. El mercado se encarga de mandar las señales correctas por medio de los precios, por lo que los inversores saben donde invertir su dinero y donde no. Al existir distorsiones generadas por el Estado, el dinero es desperdiciado y se genera un exceso de capacidad. Otro inconveniente es que las empresas subsidiadas no se ven obligadas a tener ganancias en la misma forma que las empresas no subsidiadas, lo que conlleva a la toma de malas decisiones de inversión de capital. Así, los préstamos bancarios se canalizan de forma errónea y el sector bancario colapsa. Con ello, se crean bancos débiles, empresas endeudadas y malas inversiones. Esto último fue exactamente lo que pasó en Corea y Japón, y hay evidencia que apunta que en China sucederá lo mismo. 
 
El nivel de inversión de China llega casi al 50% del PIB, esto es elevado incluso para los estándares asiáticos. El argumento para defender esta cantidad de inversión es que dicha inversión en activos fijos se debe a que China es un país muy grande, se encuentra en desarrollo y  necesita de todos los edificios y carreteras que se están construyendo. En otras palabras, las autoridades chinas plantean que la acumulación de capital de China está lejos de alcanzar una etapa de rendimientos decrecientes, por lo que consideran que se necesita más inversión. 
 
Las proyecciones del China Center for Economics and Business, contrastan con este argumento, pues señalan que para 2013-2018 la tasa de crecimiento del país asiático será en promedio de 5.8%, mientras que para 2019-2025 será de 3.7%. Esta desaceleración en la economía China es más pronunciada de lo que muchos analistas esperaban y se debe, de acuerdo a los estudios del centro, a una baja en el crecimiento de la productividad y la formación capital. 
Una cuestión importante no es que tanta inversión necesita China, sino el tipo de inversión que necesita. Gran parte de la inversión se destina al sector inmobiliario, ya que éste se ha convertido en la fuerza motora del crecimiento chino (como lo fue en España). Sin embargo, el que haya cientos de miles de millones invertidos en ferrocarriles de alta velocidad, a pesar de que los precios de éstos no son asequibles para la mayoría de los chinos, y que existan grandes ciudades en China sin metro, puede ser evidencia de que la inversión se está canalizando erróneamente.
 
Aunado a todo esto, gran parte de la inversión en China está siendo financiada con deuda. El ritmo con el que crece su nivel de deuda es alarmante. La agencia de calificación, Fitch, estima que el crédito bancario en 2011 fue equivalente al 185% del PIB del país, lo que representa un aumento de 56% en sólo tres años. Se teme que los bancos experimenten eventualmente un aumento de los préstamos en mora. El gobierno, tratando de prever alguna crisis bancaria, ordenó el año pasado a los bancos el refinanciar los 1.7 billones de dólares en préstamos adeudados por los gobiernos locales. Esto sugiere que: 1) los gobiernos invertirán dinero recaudado por los bancos en proyectos que no generan las ganancias necesarias para pagar y 2) la calidad de los préstamos en los libros son más cuestionables que lo que indican las estadísticas oficiales.
 
Estos factores, -excesos, inversión mal dirigida, burbuja inmobiliaria y deuda creciente- entre otros, reflejan una posible crisis en la economía asiática. Ante este escenario, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han avisado a China que debe de hacer reformas en su sector financiero. Entre estas se encuentra el relajamiento de sus controles de capital, acelerar la apertura de su sector, liberar su tipo de cambio, entre otros. 
 
El inconveniente aquí es que el gobierno chino no está dispuesto a sacrificar sus altas tasas de crecimiento a pesar de la crisis que se ve venir, por lo que seguirá en la misma línea. 
 

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