José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

5 Abr, 2013

El euro chipriota

Hace doce años ocurrió un histórico debate entre dos gigantes de la economía, mis maestros de la Universidad de Chicago Milton Friedman y Robert Mundell, con el título ¿Un mundo, una moneda?, reflejando una añeja discusión entre ellos sobre qué sistema cambiario era mejor, uno de paridades flotantes o de tipos de cambio fijos.

Ganador del Premio Nobel en 1999, Robert Mundell es conocido como el “padre del euro”, dado que su trabajo sobre áreas monetarias comunes constituyó el basamento en el que se levantó el gran proyecto de la nueva moneda que habría de circular en los países de la Unión Europea (UE) que optaran por la integración monetaria.

Por su parte, Milton Friedman, quien recibió el Premio Nobel en 1976, siempre opinó que los tipos de cambio flexibles representaban una mejor opción y expresó serias dudas respecto a la Unión Monetaria Europea como se puede apreciar en la siguiente y profética cita del debate en cuestión:

“No existe precedente histórico para un arreglo (monetario como el del euro). Implica que cada país ceda el control sobre su política monetaria doméstica a una entidad que no dirige políticamente.

Tal sistema tiene ventajas y desventajas, pero yo creo que su verdadero talón de Aquiles probará ser político: un sistema en el que no coinciden las fronteras monetarias y políticas tenderá a ser inestable. En cualquier caso, no creo que el ejemplo del euro sea imitado hasta que haya tenido la oportunidad de demostrar su viabilidad.”

El ya prolongado drama que vive el euro tuvo su más reciente y dramática escena en la república de Chipre, país que ocupa las dos terceras partes septentrionales de la isla del mismo nombre ubicada en el Mediterráneo frente a las costas de Turquía y Siria. Chipre fue aceptado en la zona del euro en 2008.

Se considera que los principales atractivos económicos de Chipre han sido su calidad de paraíso fiscal y las elevadas tasas de interés que pagaban sus bancos, cuyo tamaño era de por sí desproporcionado respecto al de su economía, pues sus activos eran ocho veces superiores a su Producto Interno Bruto (PIB).

Chipre solicitó un rescate financiero desde el verano del año pasado por 17 mil millones de euros, cantidad ridículamente pequeña si se le compara con otros rescates emprendidos por la “troika” integrada por la Unión Europea (UE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero con la celeridad que ha caracterizado a sus líderes en el manejo de esta crisis, se tardaron en responder y cuando lo hicieron no fue de la mejor manera.

El rescate consistió en un ofrecimiento de poco más de la mitad de la cantidad solicitada para capitalizar a sus bancos y Chipre tenía que obtener el resto mediante descuentos en los depósitos bancarios, incluyendo los menores a 100 mil euros, que supuestamente estaban asegurados por las autoridades financieras de la isla.

Cuando el Parlamento chipriota rechazó esta propuesta por unanimidad de votos, se decidió no tocar a los depositantes asegurados pero forzar a los depósitos de más de 100 mil euros a una quita de 60 por ciento en sus depósitos a cambio de acciones en el o los bancos que sobrevivan después de su reestructuración.

Acto seguido, Chipre adoptó radicales controles tanto a los retiros que pueden hacer los ahorradores como a la salida de capitales, hemorragia que se empezó a dar meses atrás y que se fue agravando conforme se posponía la solución del problema.

La explicación de por qué la “troika” no ofreció un rescate más generoso se encuentra en que una porción elevada de los depósitos importantes en la banca chipriota son de ciudadanos rusos que aprovecharon la doble ventaja de la isla como paraíso fiscal y las elevadas tasas de interés que les pagaban a sus depósitos.

Un rescate más cabal se hubiera visto como una transferencia de los alemanes que pagan sus impuestos a los “oligarcas” rusos, veneno político puro en vísperas de elecciones nacionales en Alemania en menos de seis meses.

El problema ahora es que los ahorradores en bancos de otros países europeos que están también en una situación crítica, se han dado cuenta de que el sacrosanto principio de que los depósitos bancarios se protegen siempre ya no es cierto.

El otro problema toral es que un euro en Chipre no es igual a un euro en el resto de la zona.

¡Cuánta razón tenía Milton Friedman al expresar dudas sobre la viabilidad del euro por razones políticas, el interminable drama de esa moneda le está dando la razón!