David Páramo

Análisis superior

David Páramo

11 Abr, 2013

No hay nada perfecto

Algunas veces llama la atención la manera, tan de corto plazo, en que los partidos políticos ven la realidad nacional. Cómo se enamoran con gran facilidad de recetas mágicas y se convencen de que es la panacea, que si se mantiene esta ruta ellos y sólo ellos encontrarán la cura a todos los males del país.

El Pacto por México es una buena idea; sin embargo, si los partidos políticos hicieran lo que les corresponde sería totalmente innecesario. No se tendría que crear una figura no institucional para hacer que los representantes populares se pusieran de acuerdo. Eso debe ocurrir a través de las posiciones de los partidos políticos en el Congreso que representan en quiénes y en qué porcentaje deciden los mexicanos en que sean representados.

En los defectos de los políticos de creer que sus soluciones son perfectas se cree, por ejemplo, que un documento hecho por un puñado de burocracias partidistas es superior al trabajo que pueden hacer los 500 diputados y 128 senadores escuchando a expertos y regulados.

No nos detendremos a analizar, por el momento, que algunas de las plumas de la reforma a las telecomunicaciones son probadamente incapaces y ahí están sus hojas de vida. Las fallas y los puntos perfectibles de esta iniciativa no sólo han sido señalados insistentemente en esta columna sino también ayer en los primeros foros realizados por el Senado de la República.

No hay iniciativa perfecta y quien pretenda esto simple y sencillamente se equivoca como aquellos diputados que, ignominiosamente, hicieron fila para firmar una iniciativa que no habían leído, siguiendo los dictados de sus partidos políticos y no la representación popular. Sorprendentemente, la iniciativa de reformas a las telecomunicaciones que es, en sí misma, más grande que la propia Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos pasó prácticamente sin ninguna corrección por la llamada Cámara baja.

Así, como esta iniciativa ha mostrado la miseria de algunos quienes se han sumado a la cargada o han tratado de acomodarse como sopla el viento para ver si pueden mantener el “huesito” o no hacer enojar al gobierno, no vaya a ser que investiguen la cantidad de trapacerías que hicieron en el pasado, también la grandeza de algunos otros.

Posiciones encontradas

Entre los comisionados de la Cofetel y la CFC se han mostrado típicamente tres posiciones: los que se han mantenido callados esperando a ver qué pasa. Este grupo bien puede ser considerado como muy institucional, puesto que están esperando que se tomen decisiones que los sobrepasan.

La segunda especie está integrada por aquellos a quienes tarde se les hace para lanzar estiércol sobre las instituciones que ellos aún representan. Dicen que ellos sugirieron las transformaciones que hoy se negocian (tan débilmente que nadie los escuchó); que trabajaron con algún partido político, siendo servidores públicos, en la redacción de la iniciativa.

Prácticamente no dejan pasar un solo día sin cuestionar lo que había venido sucediendo en la operación de estas comisiones y culpándolas de todos los males. A estos individuos, thenardiers, habría que cuestionar por qué no hicieron más para fortalecer a las instituciones; por qué siguen cobran salario en ellas si no fueron capaces de cambiar su forma de operación; por qué son tan pequeños.

Vamos, algunos de ellos ya hasta levantaron la mano para ser considerados como empleados de los nuevos organismos aun cuando no saben, suponen en el mejor de los casos, cómo será su integración. El asunto todavía sigue siendo debatido en el Senado de la República.

Hay otros quienes, correctamente, han protegido a las instituciones de las que reciben salario. En el lado de la Cofetel destaca Gonzalo Martínez Pous y en la CFC, Miguel Flores Bernés.

Buena defensa

No sólo estos dos hombres sino también algunos otros como el secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza. Este hombre ha utilizado todas las oportunidades que están a su alcance para defender la iniciativa y, además, pedir que sea aprobada en sus términos por los miembros del Senado de la República.

Este hombre ha decidido caminar por una línea muy delgada en la defensa de la iniciativa.

Ha recurrido a decir que se debe considerar quiénes se benefician si no se aprueba esta iniciativa. La realidad es que es necesario establecer alguna clase de parámetros. Nadie gana con el actual orden de cosas, pero esa no es la pregunta que hoy deben responder los senadores de la República.

¿Esta iniciativa es la mejor posible? La respuesta es que no. Son evidentes errores de redacción, concepto, técnica legislativa, así como una serie de omisiones verdaderamente graves que generarían más problemas.

Un ejemplo. El titular de la SCT está convencido que se debe crear el Instituto Federal de Telecomunicaciones en los términos que fue redactado en el Pacto por México y aprobado por los diputados.

El tema de fondo debe ser considerar si realmente este alto funcionario del gobierno cree que un órgano autónomo sin ningún tipo de contrapeso puede cumplir mejor las funciones del gobierno.

La Cofetel, como está, no funciona bien. La solución no es desaparecerla sino verdaderamente fortalecerla como una herramienta del gobierno y no un órgano autónomo.

El propio titular de la SCT reconoce que este esquema no se usa en ninguna parte del mundo, pero deja claro que como es el que se eligió se debe defender. Es bueno recordar que esta idea la sacó el grupo de los iluminados del rencor capitaneados de un modelo que se usó en Colombia en la década de los noventa y fracasó.

En todo el mundo el regulador de las telecomunicaciones depende del Poder Ejecutivo o Legislativo dependiendo del acuerdo institucional. Probar este esquema es, sin lugar a dudas, un gravísimo error, puesto que no existe garantía de que pueda evitar los males que se pretenden corregir.

La discusión que, como anunciaron los senadores, se dará en el pleno el próximo 18, lo más relevante está en hacer la mejor ley posible a favor de los consumidores, no de los fantasmas que ven algunos y el acomodo político de otros.