Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

22 Abr, 2014

¿Qué tal le fue? ¿Gastó mucho estos días? ¿Tiene para pagar lo que gastó?

No puedo dejar de recibirlo con la vieja y desgastada expresión que usted conoce: ¡Bienvenido a la pesadilla!

Las preguntas, una vez instalados en el trajín diario, brotan incontenibles: ¿salió de vacaciones con los suyos? ¿Gastó, o si lo prefiere, invirtió mucho? ¿Tiene asegurados los recursos con los que lo pagará?

Basta con esas tres para bordar en lo que considero importante, nuestra propensión a la holganza u otra vez, si lo prefiere, a descansar o aprovechar el tiempo libre. De muy atrás nos viene la propensión a la fiesta, a destinar un tiempo no despreciable al descanso o, también si lo prefiriere, a la pachanga.

Los informados de lo que sucede o sucedía en otras latitudes cuando se toca el tema de nuestra propensión a pachanguear en vez de trabajar, ahorrar y vivir austeramente —dada nuestra situación como el país pobre y atrasado que somos—, aducen que por allá disfrutan dos meses de vacaciones y viven muy bien.

Sin que esto último haya sido cierto, convendría voltear a esos países —cualesquiera que hayan sido—, para ver cómo están hoy producto de ése y de otros “beneficios” que fueron sufragados durante decenios, con el recurso favorito de gobernantes y políticos: deuda pública.

Ahora bien, ¿por qué nosotros gastamos también sin tener asegurada la fuente de ingreso para saldar lo adeudado? ¿A qué se debe —y cómo explicar— esa inclinación arraigada entre nosotros que podría calificar de importamadrismo financiero?

Las imágenes que hemos visto estos días en los destinos de playa, parecen ser la repetición de una película de Alcoriza.

¿Los que por encima de toda prudencia financiera salieron a gastar lo que no se tiene seguro recibir, piensan en el futuro? Y no hablo del futuro lejano, del de aquí a dos, tres o más años sino del de las próximas semanas. ¿Cómo pues, y desde cuándo aprendimos a vivir así, en el dispendio irracional?   

Ya de regreso a la pesadilla, un tema recurrente en las pláticas con los que como nosotros desafían en cada “puente” la racionalidad financiera, es el recuento de los que faltan.

¿Dónde aprendimos a vivir así? ¿Quién nos lo enseñó? ¿Por qué fuimos —en esa materia—, tan buenos estudiantes? ¿Por qué reprobamos “Ahorro 1”? ¿Por qué nadie tomaba la materia optativa “Vida austera”? ¿Por qué se saturaba el cupo para el seminario “Dispendio Avanzado? ¿Por qué nuestra filosofía de vida se resume en la expresión, ¡Cóbrenme, si pueden!?

La respuesta —hipótesis no certeza—, es la siguiente: Los que nos enseñaron a vivir así, son los gobiernos que hemos tenido desde el siglo XIX. Lo duda, trate de averiguar dónde estaban los integrantes del equipo del Presidente; es más, ¿sabe usted dónde andan nuestros conductores estrellas, los que forman opinión, los que presiden ese Tribunal de la Moral Republicana donde juzgan y sentencian al resto de los mortales?

Como puede ver, lo que millones de mexicanos hacemos es resultado lógico de una muy buena enseñanza por parte de excelentes maestros en esto de la holganza. Al ver esto cada año y varias veces durante el mismo, no puede uno menos de concluir que así, con maestros como aquéllos y alumnos como nosotros, jamás construiremos el futuro. ¿Para qué?

Por lo pronto, ¿a dónde nos vamos el siguiente puente?

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