El error de Galeano sobre Latinoamérica

La afirmación del periodista de que los latinoamericanos son pobres porque alguien está robando su riqueza sigue teniendo una repercusión profunda en la región
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La retractación de Galeano y las crecientes dificultades del populismo radical son recordatorios de que el capitalismo es el único camino hacia el desarrollo en Latinoamérica. Foto: Getty
La retractación de Galeano y las crecientes dificultades del populismo radical son recordatorios de que el capitalismo es el único camino hacia el desarrollo en Latinoamérica. Foto: Getty
CIUDAD DE MÉXICO.- Aparte de Gabriel García Márquez, ningún escritor ha hecho más por dar forma a la imagen mental que tanto locales como forasteros tienen de Latinoamérica que Eduardo Galeano. En 1971, el entonces periodista publicó ''Open Veins of Latin America’' (“Las venas abiertas de América Latina”, Monthly Review Press, 1973), una ardiente diatriba contra la explotación extranjera.
 
Ahora en su edición número 84 en español, sigue siendo un básico en los estantes dedicados a Latinoamérica en las librerías de Europa y Estados Unidos. En general, ha vendido más de un millón de ejemplares. El Presidente Hugo Chávez de Venezuela se lo regaló al Presidente Barack Obama cuando se reunieron en 2009.
 

Las venas abiertas” está escrito en una prosa poderosa, con pasión embriagadora, pero también es una obra de cruda propaganda, una mezcla de verdades selectivas, exageración, falsedad, caricatura y teoría de la conspiración. Es la biblia de la “teoría de la dependencia”, la idea – favorita de la izquierda – de que “el subdesarrollo en Latinoamérica es consecuencia del desarrollo en otras partes, que los latinoamericanos seamos pobres es porque el suelo que pisamos es rico (en recursos)”.
 
El mensaje es de anticapitalismo así como de antiimperialismo. Galeano agrupa como “mecanismos de saqueo” tanto a “los conquistadores de las carabelas como a los tecnócratas que viajan en jets, Hernán Cortés y los infantes de Marina (estadounidenses), los agentes de la Corona española y las misiones del Fondo Monetario Internacional, los dividendos del comercio de esclavos y las utilidades de la General Motors”. Descarta toda posibilidad de reforma. En lo que a él respecta, el comunismo cubano ofrece la única ruta de salvación.
 
Por ello, cuando Galeano dejó escapar, en declaraciones en una reciente feria del libro en Brasilia, que hoy encontraría a “Las venas abiertas” ilegible, fue casi como si los discípulos de Jesús hubieran admitido que el Nuevo Testamento era una enorme malinterpretación. Añadió que escribió el libro cuando carecía de “suficiente conocimiento de la economía y la política” y que pertenece a “una era pasada”.
 
En realidad así es. El desarrollo económico de Asia y el auge económico avivado por los productos básicos de Latinoamérica durante este siglo exponen a la teoría de la dependencia como una tontería simplista. La democracia social, como se practica en Brasil, Chile y el propio Uruguay de Galeano, ha ofrecido más a las masas latinoamericanas que el estado policial en bancarrota de Castro.
 
Sin embargo, la afirmación de Galeano en “Las venas abiertas” de que los latinoamericanos son pobres porque alguien, sean multinacionales, capitalistas locales o Estados Unidos, está robando su riqueza sigue teniendo una repercusión profunda en la región. Vive en la retórica y las acciones de los gobiernos en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela.
 
Sin embargo, la receta política se ha modulado. En lugar de la revolución armada de Cuba, la fórmula ahora es de “democracia radical” o “populismo”, como a menudo le llaman sus detractores.
 
Esto ha involucrado a líderes carismáticos que ganaron el poder mediante elecciones afirmando defender “al pueblo” contra sus opresores. Luego se aferran al poder  tomando inflexiblemente el control de todas las instituciones del Estado en nombre de la mayoría y recompensando a sus seguidores con empleos y beneficios vía un ampliado sector público.
 
El defensor teórico del populismo radical, su movilización de las masas populares y su confrontación con el orden establecido fue Ernesto Laclau, un filósofo político argentino que vivió en Cricklewood, un plácido suburbio al norte de Londres. Argumentaba que el populismo era un antídoto al dominio capitalista de la democracia liberal y a la hegemonía de la “administración” tecnócrata en el terreno de “lo político”.
 
Laclau murió a los 78 años en abril, pero sigue siendo influyente. Este mes, Ricardo Forster, un amigo y simpatizante de Laclau, fue designado por la Presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, para el nuevo puesto de tintes orwellianos de “coordinador estratégico para el pensamiento nacional”.
 
Sin embargo, el populismo radical de Laclau contiene las semillas de su propia caída, tanto porque depende de líderes individuales – el sucesor de Chávez, el Presidente Nicolás Maduro, carece del carisma de su mentor – como, sobre todo, porque no ofrece respuestas económicas.
 
La chavista Venezuela, asentada sobre enormes reservas petroleras, ha resultado incapaz de organizar un suministro confiable de papel de baño, un producto que incluso los teóricos necesitan. Tras agotar las reservas de divisas duras, la Argentina de Fernández ha empezado a reducir los subsidios y a hacer la paz con sus acreedores extranjeros, provocando que Forster y sus amigos adviertan contra una “restauración conservadora”.
 
La retractación de Galeano y las crecientes dificultades del populismo radical son recordatorios de que el capitalismo es el único camino hacia el desarrollo en Latinoamérica. La tarea de sus proponentes es demostrar que puede ser un instrumento no solo para crear riqueza sino también para superar la desigualdad extrema.
 
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