Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

15 Jul, 2014

Ya terminó el campeonato; ¿qué sigue ahora, trabajar y cambiar? Ni que fuéremos alemanes

Anteayer terminó el campeonato mundial de futbol —con el triunfo de quien usted ya sabe—; hoy, las promesas de “traerse la copa” y “estar en la final”, yacen arrumbadas en el cuarto de los tiliches. Junto con ellas, arrumbamos expresiones que abundan en el habla de los que piensan que los avances de todo tipo alcanzados en una sociedad son producto del echarle ganas o de pensar en positivo.

Tal parece que los que así piensan, tienen como filósofo de cabecera a Cornejo, y buscar la excelencia —cliché engañabobos—, es guía suprema de su conducta. Sin embargo, la verdad es otra; tanto en la vida personal como en cualquier actividad que desarrollemos en el ámbito de la economía, la política o el deporte, se requiere algo más que voluntarismo ramplón.

Lo alcanzado esta vez por equipos modestos—pero dirigidos por personas sensatas con los pies en la tierra como el de Costa Rica y Colombia, por citar dos ejemplos—, demostró que el uso perverso que en México hacemos de toda actividad juzgada útil para la manipulación política y el embrutecimiento colectivo, puede dar votos, pero no goles. 

¿Qué haremos con esos mediocres que elevamos al altar de la adoración ciega, cual si fueren nuevos Mesías? ¿Qué va a pasar con ese que saltó a la fama mundial —dirían los cursis—, producto de contorsiones propias de un epiléptico, mas no de los resultados logrados en el campo de juego? ¿Y con el que no sabe leer?

¿Sabe qué va a pasar? ¡Nada nuevo, todo seguirá igual! La manipulación y uso político de todo aquel que destaque en cualquier deporte —y se deje utilizar por los que piensan que la popularidad puede ser transferida a otro como si se tratare de una transfusión sanguínea—, va a continuar como si nada hubiera pasado o mejor dicho, continuará como si hubiésemos sido los ganadores del primer lugar en Brasil.

Ése es el carácter de nuestro quehacer político; nada hacemos de manera correcta para ganar la confianza ciudadana y su voto. Lo nuestro no es gobernar a favor del cambio real y efectivo, del cambio que sentaría las bases de un mejor futuro; por el contrario, lo que hace una muy buena parte de la clase política está marcado por la búsqueda enfermiza de preservar lo viejo y acedo, las prácticas corruptas y los privilegios.

Es más, dado lo visto estos últimos meses, me atrevería a afirmar que lo que hoy estamos reformando pretende, en el fondo, cambiar todo para que todo siga igual. El rechazo ciudadano a toda reforma, parte de ahí; de la intención —a veces explícita y otras implícita—que el ciudadano tiene identificada en los cambios que plantean nuestros políticos desde hace decenios. Conocen y sufren los cambios que dejan, esencialmente, todo igual.

En parte alguna como en México se ha puesto en práctica —tan eficazmente—, el gatopardismo, visión cínica de la gobernación resumida en la frase Que todo cambie para que todo siga igual. Ésta surge de la trama contada en Il gatopardo (única novela escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, publicada de manera póstuma en 1958).

El gatopardismo pues, es la gobernación puesta en práctica por los partidarios del viejo régimen, que se acomodaron al nuevo para mimetizarse y utilizarlo en su beneficio.

¿Le suena conocida esta conducta?

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube