Salo Grabinsky

Del verbo emprender

Salo Grabinsky

26 Jul, 2014

Una pequeña empresa familiar

El humor británico es muy especial, con una mezcla ingeniosa de acidez, sarcasmo y el apoyo del idioma que  lo hace  único. Para muestra están las obras ligeras de Shakespeare, Bernard Shaw, Wilde y  otros. Londres sigue siendo la capital del teatro y sus estrenos muchas veces son representados en  otras partes del mundo.

En México tuvimos la oportunidad de ver, transmitida  en vivo, una  obra del prolífico escritor Alan Ayckbourn  llamada A small family business (una pequeña empresa familiar) en el teatro Metepec, cerca de Toluca. Dado mi interés sobre estos temas, era obvio que tenía que verla, esperando que no fuera algo mediocre. Afortunadamente fue una puesta en escena muy afortunada que se representa en este momento en el National Theatre de ese país, lo cual ya es una garantía de calidad.

   Lo más interesante de la obra es, en primer lugar, que a pesar de describir a una familia de clase media británica dueña de una empresa mueblera, los personajes y la trama pueden aplicarse a múltiples consorcios familiares en el mundo. Es más, si yo tuviera la vena teatral (y no me colgaran mis asesorados por describirlos) podría hacer una media docena de obras de teatro o películas similares. Pero vamos a los personajes, ya que son la base de esta obra (y de  las tragicomedias familiares que vemos en nuestra labor como asesores).

Están el fundador, con destellos de lucidez en medio de una avanzada demencia senil, viudo, olvidadizo y al que le  está “ayudando” su abnegada secretaria de 30 años, misma que se está sirviendo de las joyitas de la señora fallecida con la cuchara grande.

Luego viene el flamante sucesor-director general y yerno, recién nombrado el que, lleno de energía, buena fe y ética, va a sacar adelante el negocio, limpiándolo de corruptos  y encaminándolo a un gran futuro, con la ayuda de sus familiares que “trabajan” en el negocio. Como el hijo del dueño, que le ha sacado una fortuna a la empresa para poner un restaurante y que se dice chef, aunque sus dotes gastronómicas son terribles, o  el hermano del director que sólo cobra y presume su BMW y el yate con  su esposa adicta a la ropa cara y de cascos muy ligeros a quien le están sacando sus secretos industriales sus amantes, unos mafiosos italianos.

Otros actores importantes son la hija adolescente del director, drogadicta y rebelde  que roba tonterías, la atrapa un investigador privado que la quiere  enjuiciar… a menos que le den su propina y una chamba en el negocio familiar. Hay más en el elenco, pero ustedes se pueden imaginar la clase de conflictos que se presentan y aunque no les diré el final todo se acaba arreglando discretamente “en familia”.

La obra fue escrita en los años ochenta, como una crítica al gobierno de Margaret Thatcher, odiada por los sindicatos e impulsora de las pequeñas empresas (ella misma era hija de un comerciante  y vivía en el piso superior de la tienda familiar).

Además de que uno se ríe durante toda la obra, es admirable que ésta siga siendo vigente 30 años después y que muchos negocios y familiares caigan en uno o varios de los roles que los actores representan, aunque ahí  se acaba el sentido del humor ante todo lo que puede pasar.

Me encantaría que algún productor mexicano comprara los derechos y pusiera en escena esta magnífica obra. Yo me autonombraría su asesor para tropicalizarla. ¿Quién le entra?

 

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