José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

1 Ago, 2014

Dislates alrededor del TLCAN

Con motivo de los 20 años de que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entrara en operación se han organizado eventos y se han escrito profusos reportes para analizar sus resultados, que básicamente caen en las previsibles categorías de quienes lo aplauden y quienes lo denigran como desastroso.

Hay una tercera categoría que resulta más ambigua, que celebra parcialmente lo alcanzado en materia comercial, el dinamismo en sectores vinculados al TLCAN y su modernización, pero que lamenta que el crecimiento de la economía se haya mantenido muy por debajo de lo que muchos supusimos posible hace dos décadas.

Deploran que los salarios no hayan aumentado en términos reales, que los niveles de pobreza se hayan mantenido virtualmente sin cambios y que, a diferencia de lo prometido por Carlos Salinas cuando afirmó que “queremos exportar productos no gente”, la emigración mexicana a EU en este lapso haya sido de hasta cuatro millones y la creación de empleo en el sector moderno de la economía fuera muy magra.

El problema de muchos de estos diagnósticos es la definición de las causas del relativo estancamiento económico post-TLCAN, detallado en cursivas a continuación:

*No ha habido un crecimiento sistemático del valor agregado en las exportaciones que siguen teniendo características de industria maquiladora que sólo ensambla las partes importadas.

Esta afirmación es una caricatura de la realidad, pues hay sectores vinculados al TLCAN que han tenido un extraordinario crecimiento en el valor agregado de sus productos de exportación, como lo ejemplifican la industria automotriz en todo el país y la industria aeroespacial en Querétaro y Baja California.

*El crecimiento en el empleo industrial ha sido neutralizado por masivas reducciones en el empleo rural.

Ésta es una de esas leyendas que de tanto repetirse muchas personas la dan por buena, en especial por lo que hace a la producción de maíz. La evidencia de ninguna manera sustenta que haya habido desempleo masivo entre productores de maíz, y la reducción de la población económicamente activa en un sector rural que sólo aporta cuatro por ciento del PIB, en efecto ha caído de 20 a 16%, que sigue siendo una cifra demasiado elevada que asegura baja productividad y la miseria campesina.

*El gobierno mexicano ha permitido con frecuencia que el peso se sobrevalúe, lo que le ha restado competitividad al país y ha expulsado a empresas multinacionales a ubicarse en otras naciones.

Ésta es una tontería notable. Desde 1994 cuando el Banco de México ganó su autonomía respecto del gobierno, éste ya no tiene forma de manipular el tipo de cambio, que ha seguido una trayectoria de limpia flotación, mecanismo que hace virtualmente imposible una sobrevaluación/subvaluación de la moneda.

Hay una enraizada escuela de pensamiento devaluacionista que ha sostenido por años que para estimular una economía hay que mantener la paridad subvaluada, lo que sólo logra exacerbar presiones inflacionarias y sostener salarios más deprimidos de los que se alcanzan con una paridad en equilibrio.

* El gobierno ha seguido políticas fiscal y monetaria restrictivas.

Éste es otro dislate mayúsculo asociado con lo que podría calificarse como pensamiento “keynesiano simplón.” La idea que lo sustenta es que mayores déficit públicos y políticas monetarias expansivas generan crecimiento económico acelerado, lo que es exactamente lo opuesto a lo que muestra la evidencia empírica si, por ejemplo, comparamos la economía de Alemania con finanzas públicas equilibradas y un pujante crecimiento, con la de Francia con elevados déficits, creciente deuda pública y economía estancada. Todas nuestras crisis económicas han resultado de gasto deficitario exorbitante, endeudamiento excesivo y políticas monetarias laxas.

Por supuesto que quienes piensan de la manera descrita nunca identifican las verdaderas causas del pobre crecimiento económico del país como el resultado de una agenda reformista tendiente a elevar la productividad de la mano de obra que se quedó pasmada desde 1994 y que no es sino hasta ahora que se reinicia.

Autores como el aquí glosado, desechan sin mayor trámite lo que ellos califican como las “reformas” del presidente Enrique Peña Nieto y afirman que no corregirán la mediocre trayectoria de nuestra economía “que tiene sus causas en políticas comerciales y macroeconómicas equivocadas”.

Yo creo que las reformas emprendidas sí tienen la posibilidad de acelerar nuestro crecimiento, sobre todo si se acompañan del mantenimiento estricto del equilibrio macroeconómico y de un programa radical de simplificación administrativa que haga de nuestro gobierno un aliado que apoye al sistema productivo y no le imponga el enjambre de trámites e impedimentos burocráticos que existen hoy.

El autor es economista residente y catedrático de la Escuela de Servicio Internacional y director del Centro de Estudios para Norteamérica de la American  University en Washington, DC

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