Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

26 Ago, 2014

¿Se irán a enterar, algún día, nuestros campesinos miserables, de tantos beneficios?

El tiempo pasa dice la canción, y nuestra clase política no cambia; insiste —una y otra vez—, en aferrarse a prácticas que ya eran inútiles cuando las empezaron a utilizar hace casi 80 años.

Esas reuniones, vistas hasta la saciedad  —con los mismos de siempre y bajo un desgastado guión—, lejos de estimular una forma distinta de hacer política nos refunde más en ese pasado, que cual pesado lastre nos impide caminar —ligeros de peso— hacia el futuro.

Esa práctica, refleja de nuestros gobiernos y de quienes los encabezan, su apego a lo viejo; a lo que ha demostrado carecer de toda utilidad para una gobernación con visión de futuro. Me refiero a nuestra propensión a realizar —cualquier motivo es bueno— con una frecuencia que harta, un acto público presidido por el Presidente de la República, o el gobernador o presidente municipal que correspondan al Estado y municipio donde se realiza dicho acto.

La asistencia está integrada por los invitados de rigor; funcionarios públicos de los tres órdenes de gobierno, legisladores y por supuesto, pues jamás debe faltar, un grupo representativo de los empresarios afectos al poderoso en turno. Como adorno indispensable de la audiencia antes descrita, deben estar presentes —listos para el aplauso y porra militante—, campesinos, obreros y no pocos de los integrantes de eso que hemos dado en llamar sectores populares. Siempre al frente, y a veces como parte del gigantesco presídium, algún elemento que represente a los beneficiarios.  

La difusión mediática de dichos actos es hoy, para que no quede espacio para la duda, aplastante, masiva; no es infrecuente que dos o tres canales de noticias transmitan en vivo el acto aquél, para que todos conozcamos el interés del gobernante en turno por ayudar a los miserables y hambrientos que son objeto de los discursos pronunciados en cada acto.

Estos últimos, nos dicen, recibirán cual maná caído del cielo, beneficios de diversa índole que casi los llevarán a vivir en el paraíso terrenal.

Alrededor de esos actos —repetidos cotidiana y sistemáticamente a lo largo y ancho de la geografía nacional— queda una pregunta que nadie se ha propuesto responder con la debida seriedad: ¿Se enteran los beneficiarios, alguna vez, de los beneficios que son dados a conocer? Es más, deje usted que se enteren, ¿los llegan a recibir?

Las respuestas, si nos atenemos a la ofensiva realidad que enfrentan desde hace decenios los supuestos beneficiarios, no es otra que ésta: ¡Casi nunca!

Sin embargo, los que se enteran de inmediato, y en no pocas ocasiones participan como oradores para agradecer cumplidamente lo que saben que a ellos sí llegará, son los sedicentes líderes campesinos u obreros, y los representantes de éste o aquel grupo de presión de los muchos que abundan en el país.

Los otros, los eternos miserables que apenas sobreviven en la pobreza más ofensiva y el hambre y la marginación, jamás se van a enterar de tanto beneficio que para ellos han sido acordados; además, tampoco los recibirán pues como diría el cínico, ni falta que hace; es suficiente, dice también, con el hecho de que sus líderes los reciban y disfruten.

¿Por qué no cambiamos, y desechamos lo que ha probado ser inútil? ¿Acaso es por los votos?

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