Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

2 Sep, 2014

¿Qué haremos con el campo mexicano, prueba evidente del desastre que hemos construido?

Si quisiéremos encontrar una prueba irrefutable del desastre en el que hemos convertido a nuestro país, ésa sería,  sin duda, la situación que guarda, desde hace muchos años, el campo mexicano.

Las causas de tal tragedia de ese espacio económico, las doy aquí:

1. La redacción original de la Fracción XV del artículo 27 de la Constitución la cual, dada la realidad del campo durante los años de gobierno de Porfirio Díaz, estableció en 1917 los límites máximos de la propiedad agrícola, ganadera y forestal y nuestros políticos, la mantuvieron más allá de toda prudencia económica;

2. No haber entendido —hace por lo menos 40 años—, lo absurdo de dichas limitaciones, y no habernos atrevido a proponer su modificación y menos haber derogado el viejo y absurdo Código Agrario promulgado en 1934, modificado después en 1940 y 1942 para remover cualquier artículo o redacción parcial de otros que recordaran la demagogia cardenista; 

3. Haber promulgado, en 1971, la Ley Federal de Reforma Agraria para sustituir el viejo Código Agrario y en 1992, derogado y promulgar la ley agraria vigente sin ir al fondo, en ambas, quedándose en cambios cosméticos;

4. Haber pensado y pensar aún hoy, que el elemento decisivo para enfrentar y resolver el desastre que es el campo mexicano, es tirar de manera irresponsable y demagógica miles de millones de pesos etiquetados como crédito cuando, en la realidad, son dádivas o sobornos disfrazados para lograr objetivos políticos; 

5. Despreciar la necesidad de definir y respetar a cabalidad los derechos privados de propiedad, y no atrevernos a garantizar la seguridad jurídica necesaria para estimular la llegada de capital y tecnología al campo mexicano; y,

6. Haber carecido, prácticamente desde siempre, de proyectos rentables.  

Sin embargo, por encima de lo que hemos hecho mal, los dichos de nuestros políticos relacionados con la solución de aquel desastre, no resisten análisis alguno y la menor revisión.

Es preocupante pues, que se afirme hoy (frente a un minifundismo que limita la llegada de capital y tecnología, además de mantener al campesino en una posición de servidumbre por no tener el dominio pleno del pedazo de tierra que ni siquiera le posibilita su supervivencia), que con créditos de 230 mil pesos a tasas menores al 10% y la cosecha como única garantía, vamos a transformar el campo mexicano.

Los discursos de políticos y líderes campesinos, eluden los aspectos centrales del desastre; no hablo aquí de las zonas de agricultura comercial, algunas de las cuales están integradas a cadenas de exportación, pues me refiero a los espacios donde apenas sobreviven —en la marginación y la peor de las miserias—, millones de mexicanos pobres.

Hay que decirlo claro —y repetirlo hasta el cansancio— la clase política ha preferido solapar y entregar carretadas de dinero a líderes campesinos sin escrúpulos que a cambio de la manipulación y control de aquéllos, se han enriquecido sin límite alguno.

El desastre es tal, que el voto verde ya ni existe; cuando de votar se trata, aquellos campesinos miserables no lo hacen por quien hoy les ofrece migajas, sino por los demagogos que les ofrecen una quimera.

Por lo pronto, derroche y desastre van a seguir.

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