José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

5 Sep, 2014

Liderazgo internacional

La importancia del liderazgo de Estados Unidos a escala global desde hace un siglo es indudable. Ese papel central en moldear sucesos y circunstancias de la geopolítica planetaria ha tenido fases brillantes que permitieron prolongados periodos de paz y progreso, y otras que fueron lamentables llevando al caos y a la guerra.

Uno de los peores casos de liderazgo fallido ocurrió cuando el idealista, pero ingenuo presidente Woodrow Wilson (1913–1921), obligado contra su voluntad a entrar en la Primera Guerra Mundial, fracasó en instaurar una estrategia sensata en la negociación del Tratado de Versalles con el que finalizó ése conflicto bélico.

El resultado fue la imposición, a iniciativa de Francia, de impagables reparaciones de guerra a las potencias derrotadas, lo que condujo a la terrible hiperinflación en Alemania en 1923 que llevó a la pérdida total del valor del dinero, lo que a su vez barrió con los ahorros de los alemanes y generó un malestar social extendido, caldo de cultivo propicio para la llegada de Adolfo Hitler al poder.

Contrasta el inepto liderazgo de Wilson con el ejercido por Franklin Roosevelt (1933–1945) aun antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, con su convocatoria a naciones aliadas y neutrales a las conferencias en Bretton-Woods, en 1944, y en San Francisco en 1945.

En la primera de ellas Roosevelt propuso crear instituciones para evitar la debacle que siguió al conflicto bélico anterior. Así nació el Fondo Monetario Internacional (FMI) para dotar al sistema financiero global de estabilidad, y el Banco Mundial (BM) para reconstruir a países destrozados por la guerra, incluidos los enemigos.

En 1945 se funda la Organización de Naciones Unidas (ONU) con participación de 50 países y el propósito de crear un foro para resolver conflictos entre naciones evitando la guerra. Wilson también había propuesto una entidad similar, pero careció del talento para cimentarla y ni siquiera consiguió que el Senado de su país la aprobara.

En forma separada, pero como parte integral de este cuadro institucional, se fundó el antecedente de la Organización Mundial de Comercio (OMC) para evitar el proteccionismo, las batallas comerciales y las devaluaciones competitivas ocurridas a partir de 1918 que mucho contribuyeron al desenlace bélico de la Segunda Guerra Mundial.

La Organización del Atlántico Septentrional (OTAN) se funda como una alianza militar para contener a la Unión Soviética, incorporando desde Canadá hasta Turquía —que no es precisamente limítrofe al océano Atlántico— y tuvo un éxito notable en alcanzar su propósito y neutralizar conflictos armados en Europa sin que se generalizaran, como ocurrió al desmoronarse la antigua Yugoslavia.

De ninguna manera se puede afirmar que este entramado institucional fuera perfecto ni mucho menos. El FMI no consiguió eliminar recurrentes crisis financieras, pero logró contener su contagio global; el BM se dilató en cumplir su misión por lo que fue necesario que el presidente Harry Truman (1945–1953) emprendiera unilateralmente el Plan Marshall para canalizar recursos inmediatos y suficientes a la reconstrucción.

La OMC tardó en alcanzar una relativa y parcial eliminación del proteccionismo, pero consiguió que poco a poco la mayoría de los países se abrieran al libre comercio. Y la ONU no evitó múltiples guerras y conflictos bélicos regionales, pero contribuyó a que no ocurriera una catástrofe global, que con armas nucleares hubiera sido fatal.

La OTAN perdió buena parte de su razón de ser al colapso de la Unión Soviética, y hoy que se reúne en Gales para confrontar el creciente peligro de la agresión rusa en Ucrania, muestra su impotencia para siquiera integrar una fuerza mínima de cuatro mil efectivos que defiendan a sus países miembros —Ucrania no lo es— ante las renacidas ambiciones expansionistas rusas.

Este resumen de la génesis del andamiaje institucional que le permitió al mundo vivir en paz —con muchas y dolorosas excepciones—, crecer y generar riqueza como nunca antes en la historia de humanidad, en un contexto de cooperación entre naciones, se ve en entredicho ante la completa ausencia de liderazgo para mantenerlo.

El presidente Barak Obama, cuyo talante recuerda al de Woodrow Wilson, parece haber decidido “tirar la toalla” respecto al papel central de su país en la geopolítica del planeta, lo que se ilustra dramáticamente con su declaración de “carecer de un plan para confrontar a los terroristas que buscan fundar un nuevo califato islámico fundamentalista en Irak y Siria,” donde EU salió corriendo o nunca hizo
nada.

En entregas próximas analizaré el malogrado liderazgo de Obama en otros ámbitos, como Ucrania o ante la crisis migratoria en su país.

El autor es economista residente y catedrático de la Escuela de Servicio Internacional y director del Centro de Estudios para Norteamérica de la American University en Washington, DC

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