La escisión de Escocia podría cambiar a la Unión Europea

Alrededor de siete por ciento de la población del Reino Unido acudirá a las urnas este 18 de septiembre, en un referéndum histórico que podría significar la separación de Escocia de la corona británica a tres siglos del Tratado de la Unión
Economía -
Alex Salmond, ministro principal  de Escocia, impulsor del referéndum.
Alex Salmond, ministro principal de Escocia, impulsor del referéndum.

Antes, los niños en edad escolar imaginaban su lugar en el mundo con sus complejas redes y alianzas, escribiendo detallados domicilios postales. Los pequeños británicos empezaban con su calle y ciudad
–Londres o Manchester, Edimburgo o Cardiff– seguidas por Inglaterra, Gales, Escocia o Irlanda del Norte. Luego ponían Reino Unido, y después de eso Europa, el Mundo, el Universo.

Comprendían que el Reino Unido y todas sus dificultades y logros –la revolución industrial, el Imperio Británico, la victoria sobre los nazis, el estado de bienestar– eran tan parte de su patrimonio como las Highlands de Escocia o el críquet inglés. Sabían, instintivamente, que estos aros concéntricos de identidad eran complementarios, no opuestos.

Sin embargo, después del referendo sobre la independencia escocesa el 18 de septiembre, una de esas capas –el Reino Unido– podría dejar de existir, al menos en la forma que ha sido reconocible desde el Tratado de la Unión hace tres siglos.

Conforme la votación se acerca, los nacionalistas de Escocia han alcanzado al campo del “No” en los sondeos de opinión, e incluso le han adelantado. Cada vez más escoceses están decidiendo que el Reino Unido, a cuya construcción y adorno han contribuido tanto sus soldados, estadistas, filósofos y empresarios, no protege su identidad escocesa sino la sofoca. Este grandioso Estado multinacional pudiera deshacerse en un solo día, por una votación en la cual sólo participará siete por ciento de sus ciudadanos.

El resto de Gran Bretaña quedaría disminuido en todos los foros internacionales: ¿Por qué debería alguien escuchar a un país cuyo propio pueblo lo rehuyó? Ya que Gran Bretaña defiende ampliamente el libre comercio y el mantenimiento del orden internacional, esto sería malo para el mundo. Su estatus como potencia nuclear sería puesto en duda: Los submarinos nucleares del país están basados en un lago escocés y pudiera no moverlos rápidamente.

También sería más probable que Gran Bretaña abandonara a la Unión Europea, ya que los escoceses están más inclinados hacia Europa que los ingleses, y es menos probable que voten por los conservadores, que están prometiendo un euro-referendo si ganan en la elección general del año próximo. La perspectiva de una salida británica de la UE asustaría a los inversionistas mucho más que una posible salida escocesa de Gran Bretaña.

El pueblo de Escocia decidirá solo el futuro de Gran Bretaña, y no están obligados a preocuparse por lo que termine siendo el Estado que dejarían. Sin embargo, quizá no sorprendentemente, dada la resistencia y el éxito de la unión, aunque esté en peligro, los propios intereses de los escoceses, y del resto de Gran Bretaña, coinciden.

Las armas de Escocia

En el núcleo de la campaña nacionalista está la afirmación de que Escocia sería un país más próspero e igualitario si siguiera solo. Es rico en petróleo e inherentemente decente, dicen los nacionalistas, pero lo empobrece un gobierno en Westminster que también ha impuesto políticas insensibles. Culpan a sucesivos gobiernos británicos por casi todos los males que les han ocurrido, desde la declinación de la industria manufacturera hasta la mala salud y el alto precio de los envíos de paquetes en las montañas. Alex Salmond, el líder nacionalista de Escocia, se extiende en su recriminación: los laboristas y los conservadores son lo mismo, sugiere, en cuanto a su indiferencia hacia Escocia.

Sin embargo, la relativa declinación económica de Escocia es resultado no del descuido sureño sino del traslado de la manufactura y los embarques a Asia. Si Westminster no ha revertido todos los efectos perjudiciales de la globalización y la tecnología, es porque hacerlo es imposible. Los nacionalistas lo saben, y ésa es la razón de que, discretamente, continuarían con muchas de las políticas de Westminster. En vez ello, hacen mucho escándalo en torno a ajustes menores, como abolir el “impuesto sobre las recámaras”, una medida reciente diseñada para desplazar a las personas de viviendas sociales demasiado grandes. Desintegrar a un país por molestias tan pequeñas y recientes sería una locura.

La evaluación económica de los nacionalistas también es errónea. Escocia, de hecho, no sería más rica sola. Los impuestos que llegarían a ella, en vez de a Londres, procedentes del mar del Norte compensarían aproximadamente el costo extra de su Estado dadivoso, el cual ya no sería financiado por Westminster; el año pasado, el gasto fue de unos 2,100 dólares por persona más alto en Escocia que en otras partes de Gran Bretaña. No obstante, los ingresos petroleros son erráticos. Le habrían hecho ganar a Escocia 18,500 millones de dólares en 2008-2009, pero sólo 8,900 millones de dólares en 2012-2013. Si un Estado independiente deseara amortiguar estas fluctuaciones estableciendo un fondo petrolero, tendría menos efectivo que gastar ahora.

En cualquier caso, el petróleo se está agotando gradualmente. Para mantener el gasto estatal después de que se termine, los impuestos tendrían que aumentar. Una crisis podría darse incluso más pronto: Los inversionistas extranjeros y grandes empresas que atienden principalmente a clientes ingleses bien podrían mudarse al sur.

¿Y la moneda?

Westminster ha desechado una unión monetaria correctamente, dado que los nacionalistas proponen un derroche fiscal que ampliaría el déficit y que los activos de los bancos escoceses se sitúan alarmantemente en un nivel 12 veces mayor que el Producto Interno Bruto (PIB) del país. Podría ceder, pero solo si Escocia acepta una supervisión tan estricta que la independencia terminaría significando poco.

Los nacionalistas dicen que los problemas en torno a la moneda y demás se solucionarían amigablemente, que no beneficiaría a los intereses de Gran Bretaña antagonizar a su nuevo vecino del norte, particularmente dado que –insinúan de manera amenazante– Escocia podría negarse a asumir su parte de la deuda nacional.

Son demasiado optimistas. Si Escocia se separa, el resto de Gran Bretaña estará furioso, tanto con los escoceses como con sus propios líderes,
quienes serán empujados a llevar a cabo una negociación dura.

Salmond está en terreno más firme cuando argumenta que, si Escocia no deja a Gran Bretaña, pudiera ser sacada de la UE contra su voluntad. Ése es realmente un peligro, pero al independizarse, Escocia cambiaría la posibilidad de una salida de la UE por un futuro incierto como un país pequeño y vulnerable. Su mejor esperanza de seguir siendo influyente es permanecer firme y combatir a los euroescépticos.

Identidad y poder

Al final, el referendo girará no en torno a los cálculos de los impuestos y los ingresos petroleros, sino de la identidad y el poder. La idea de que los escoceses pueden forjar su propio destino, tanto en el referendo como después, es emocionante.

Sin embargo, Escocia ya controla muchos de sus propios asuntos, aun cuando el Partido Nacional Escocés de Salmond, que dirige al gobierno delegado y está impulsando la campaña del “Sí”, no haya hecho mucho con sus poderes hasta ahora. Además, como los políticos de Westminster de todas las corrientes se han apresurado a aclarar, si Escocia vota “No”, la administración delegada pronto tendrá tanta influencia que la diferencia práctica entre permanecer en la unión y dejarla se reducirá. Esto también conduciría a una distribución del poder restándoselo a Westminster y otras partes de Gran Bretaña, lo cual debería haber sucedido hace tiempo.

Al quedarse, por tanto, los escoceses no sólo salvarán a la unión sino que la mejorarán, como lo han hecho durante 300 años. El Reino Unido, con todos sus triunfos y excentricidades, pertenece a los escoceses tanto como a las ingleses, aun cuando cada vez más de ellos parecen dispuestos a desconocer esa gloriosa herencia duramente ganada y simplificar sus identidades eliminando uno de esos aros concéntricos.

Eso va contra el espíritu de este siglo fluido, en el cual la mayoría de las personas tienen identidades múltiples, sin importar el lugar, el origen étnico o la religión, y contra la evidencia de esos tres.

Pese a todas sus tensiones y rivalidades, y en ocasiones debido a ellas, la historia de la unión demuestra que los escoceses, los galeses, los ingleses y los norirlandeses son más fuertes, más tolerantes y más imaginativos juntos de lo que serían por separado.

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