Escocia, Cataluña... y la amenaza de los separatismos en Europa

Para salvar la integración de esa región urge que regrese la prosperidad: Engrasar toda su maquinaria burocrática para emprender políticas contra el desempleo y lograr la reactivación del crédito en general
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Foto: Thinkstock
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CIUDAD DE MÉXICO.- Europa es un hervidero de separatismos. Borbotean por todos lados. No es que antes no estuvieran: hace mucho que están ahí, desde que esas identidades se empezaron a conformar en el Medievo. Simplificando mucho, la idea de Estado es una idea relativamente moderna, del siglo XV. De esa época data el Estado español, y se constituye como reacción contra el Islam.

Durante la Reconquista de la Península Ibérica, existieron muchas y pequeñas monarquías y fue hasta el siglo XV cuando, fruto de un matrimonio dinástico, el de los Reyes Católicos,  surge el concepto de España como Estado, resultado del proceso de reunificación de los pequeños reinos,  pero no como una fusión de nacionalidades.

Distintos fueron los casos de otros países: Francia, pese al fraccionamiento feudal, siempre fue una, como decía el historiador español Sánchez Albornoz, y en Alemania, “por encima de la multiplicidad de sus Estados, dominó siempre la idea del Imperio”, aunque su unidad sólo se materializó hasta que Bismarck la creó en el siglo XIX. Italia también es cosa decimonómica, de las “camisas rojas” de Garibaldi.  El Reino Unido surgió por el Acta de Unión de 1707, ésa que ahora querían darle la vuelta los escoceses.

Integración, la receta

Durante la “Guerra Fría” las fronteras estuvieron bastante estables. Pero tras la caída del muro de Berlín regresaron las convulsiones de los nacionalismos centrífugos, de manera bastante ordenada y pacífica en el Báltico, y de forma sangrienta en los Balcanes. La Unión Europea, tras las grandes tragedias de las dos Guerras Mundiales,  era un esfuerzo por adormecer los nacionalismos, por hermanar a Europa, por buscar un destino común y evitar nuevos derramamientos de sangre.

La fórmula funcionó mientras la economía europea era próspera. Pero la crisis que asola a toda la región ha vuelto a despertar los sentimientos nacionalistas, y lo hacen a dos niveles: el estatal, y el regional o local. Los que se manifiestan así a nivel estatal se les suele llamar euroescépticos o, directamente, antieuropeístas (y en algunos casos xenófobos). Las últimas elecciones al Parlamento europeo revelaron su fuerza, y el mayor éxito lo tuvieron en Francia, donde arrasó el Frente Nacional de extrema derecha de Marine Le-Pen, Dinamarca y… el Reino Unido.

En esos tres países, los partidos antieuropeos fueron los más votados, pero también tienen importante presencia en Alemania, Italia o Grecia. Aunque los partidos proeuropeos todavía mantienen una amplia mayoría en el Parlamento europeo, los antieuropeístas han ido ganando terreno y, con casi 30 por ciento de los votos, empiezan a generar inquietud.

Ideología diferente

Por otro lado, están los nacionalismos locales. Ahí está Escocia, sí. Pero también Cataluña y el País Vasco en España, los corsos y los bretones de Francia, los flamencos de Bélgica, o la región de la Padania en Italia.

Ambos nacionalismos encierran contenidos económicos, más allá de los sentimientos identitarios históricos y espirituales. Los antieuropeos apuntan a Bruselas como responsable de la crisis, pues les obliga a ejecutar crueles programas de austeridad y dolorosas reformas; los nacionalismos locales señalan al gobierno central, que los tiene descuidados cuando ellos podrían gestionar mejor sus propios recursos.

El Reino Unido es el mejor ejemplo de ambos nacionalismos: Escocia buscaba independizarse del Reino Unido y celebró un referéndum para ello. Pero al mismo tiempo, el primer ministro británico, David Cameron, pretende celebrar un referéndum sobre la Unión Europea en 2017 (siempre que logre formar gobierno tras las elecciones del año que viene) en el que se dirimirá si el Reino Unido abandona la Unión Europea o no. La incongruencia  es que, al tiempo que Escocia votaba por escindirse del Reino Unido, contemplaba el rápido ingreso a la Unión Europea.

Ambos referendos pueden constituir peligrosos precedentes para el resto de Europa. El experimento escocés, sin duda, ha envalentonado a otros nacionalismos locales. Un día después de que el pueblo escocés dijera “no” a la independencia el jueves pasado, Cataluña, que ya venía radicalizando su postura independentista en parte por la falta de inversión de los sucesivos gobiernos de España en la región, saltó con un reto de igual o mayor calibre frente al Estado español: ellos también quieren votar, tener el “derecho a decidir”, y su Parlamento local aprobó una ley que les  permitiría convocar un referéndum independentista, tentativamente, el próximo 9 de noviembre. 

Pero ni el Reino Unido es España, ni Escocia es Cataluña. El Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte no constituye una unidad: su Estado es una monarquía compuesta por cuatro naciones (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte) en la que comparten, además de la Corona, un  Parlamento. Pero más allá de esos cada nación tiene su aparato institucional propio. Al no estar constituida por una única nación, no existe una Constitución, no hay una ley de leyes que represente a todos y haya sido votada por todos.

Nacionalismo español

España, por el contrario, sí es un Estado nacional, con un aparato institucional que es propio y unas Constitución que expresa a una comunidad nacional que es diversa (catalanes, vascos, gallegos castellanos, etcétera) pero que es única. Cataluña no es, jurídicamente, una nación, y ya se encargó el Tribunal Constitucional en 2010 de recortar el Estatuto de Cataluña para retirar cualquier eficacia jurídica al término “nación” al referirse a Cataluña, una decisión de alta simbología política.  Por tanto, aduce el gobierno, el problema de una secesión de Cataluña no es un asunto exclusivamente catalán, y su Parlamento no tiene competencias para afrontarlos, sino que la soberanía recae en todos los españoles.

Bajo ese argumento, el Tribunal Constitucional podrá suspender la ley de consulta catalana y, en caso de que el gobierno de Cataluña lo dictara, el decreto de convocatoria del referéndum. Cataluña ahora juega con los tiempos y las estrategias para lograr celebrar la votación independentista el 9 de noviembre, algo que el Tribunal Constitucional bloqueará a como dé lugar. Como decía el catedrático de Derecho Constitucional Enric Fossas en un reciente artículo, si en el caso del referéndum escocés la incertidumbre era si ganaría el “sí” o el “no”, en el caso catalán la incógnita es si el referéndum tendrá siquiera lugar.

Ahora bien, el tema no es exclusivamente jurídico, sino también político. Si la votación no se celebrara por ser ilegal, la frustración de la sociedad catalana sería enorme, y el gobierno de Cataluña ya ha tensado demasiado la cuerda: ¿acatará las reglas el gobierno catalán o decidirá romperlas? Y de hacerlo, ¿cómo reaccionaría el gobierno de España y la Unión Europea al órdago soberanista catalán?. Al fin y al cabo, el gobierno le puede negar el cauce jurídico, problema que no existía en el referéndum escocés, pero no elimina la voluntad política y el interés económico por separarse de España.

Y tras Cataluña pueden venir más, lo que puede convertir a la Unión Europea en la pescadilla que se muerde la cola. Así, la crisis económica ha exacerbado los nacionalismos y ha puesto en riesgo el proyecto europeo. Pero a su vez, la incertidumbre que suscitan estos movimientos nacionalistas y separatistas puede torpedear una recuperación económica que aún es endeble.

Estructura geopolítica

Ahora bien: Escocia y Cataluña son nacionalismos locales. Esperemos qué pasa si Cameron lanza su referéndum sobre la Unión Europea en 2017, o si en Francia gana el Frente Nacional de Le Pen y plantea salir del proyecto europeo.

Los proeuropeos reclaman, frente a estos movimientos, “más Europa”.  Pero en verdad, para salvar a Europa lo que hace falta es que regrese la prosperidad, y eso es lo que debería entender cuanto antes Bruselas: engrasar toda su maquinaria burocrática para emprender políticas efectivas contra el desempleo y que favorezcan la reactivación del crédito para que pronto la ciudadanía perciba claras señales de mejora.

* Director de llamadinero.com

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