Atletas estudiantiles dan más de lo que reciben

Los ingresos atléticos universitarios ascienden a 10,500 millones de dólares al año, más de lo que genera la NFL
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Menos del 30 por ciento de los ingresos se destina a becas y ayuda financiera para los jugadores. Foto: Getty
Menos del 30 por ciento de los ingresos se destina a becas y ayuda financiera para los jugadores. Foto: Getty
Suena como un buen trato. Mientras millones de estudiantes pasan apuros para pagar su educación superior, cientos de universidades ofrecen becas completas a los pocos solicitantes afortunados que son lo suficientemente talentosos para competir en deportes intercolegiales. Sin embargo, un creciente número de críticos denuncian a este arreglo como explotador. 
 
Y el 8 de agosto, un tribunal federal estuvo de acuerdo, al dictaminar que la Asociación Nacional Atlética Colegial de Estados Unidos (NCAA, por su sigla en inglés), un club de escuelas que establece las reglas que rigen a los deportes colegiales, había violado la ley antimonopolios.
 
El caso involucra a Ed O’Bannon, un ex estrella del básquetbol colegial que ahora trabaja en una concesionaria de autos. En 2009, presentó una demanda de acción colectiva contra la NCAA y EA Sports, una compañía de videojuegos que usaba una versión tenuemente disfrazada de él en un videojuego. 
 
 
EA Sports pagó una fuerte suma a la NCAA pero nada a O’Bannon, porque se supone que los jugadores colegiales son amateurs sin salario.
 
Claudia Wilken, una jueza federal en California, falló que la NCAA estaba coludiéndose para impedir el comercio. Dictaminó que su prohibición de que se pagara a los jugadores por el uso de su nombre o su imagen era ilegal, y sugirió que las universidades establecieran fondos de fideicomiso a los que los atletas estudiantiles pudieran echar mano después de la graduación. 
 
El efecto de su decisión quizá sea modesto al principio: Permite a la NCAA poner un tope a los pagos a los jugadores de apenas 5,000 dólares al año. Sin embargo, establece un precedente que pudiera sacudir a una de las formas de entretenimiento más populares y lucrativas de Estados Unidos.
 
A los extranjeros a menudo les sorprende descubrir con cuánta seriedad toman los estadounidenses a los deportes colegiales. El capital de un equipo de fútbol universitario en Europa no tiene más probabilidad de ser famoso que el estudiante que sacó la mejor calificación en un examen de química. 
 
En Estados Unidos, sin embargo, los atletas estudiantiles destacados son estrellas, observados y vitoreados por millones.
 
Las universidades establecieron la NCAA en 1906, por orden del oresidente Theodore Roosevelt, tras una serie de muertes en el campo y escándalos de corrupción. El fútbol americano y el básquetbol operan ahora en un sistema doble. Las universidades ofrecen a los estudiantes educación gratuita, más hospedaje y alimentación, para que jueguen para ellas. 
 
Los mejores atletas eventualmente se convierten en profesionales y ganan buen dinero. Pero no pueden unirse a la NFL hasta que han pasado tres años jugando en un equipo colegial. Para la NBA, deben tener al menos 19 años de edad.
 
La NFL y la NCAA evitan competir entre sí repartiendo los fines de semana del otoño, con los juegos del fútbol americano colegial los sábados y los profesionales los domingos. El torneo de básquetbol colegial “March Madness” de todos contra todos para llegar a la final pone a los lugares de trabajo en todo Estados Unidos en un frenesí de apuestas de poca monta. Los contratos de televisión son jugosos. 
 
Entre todos los deportes, los ingresos atléticos universitarios ascienden a 10,500 millones de dólares al año, más de lo que genera la NFL. Menos de 30 por ciento de esa cantidad se destina a becas y ayuda financiera para los jugadores. 
 
En comparación, los atletas profesionales regularmente reciben la mitad de los ingresos de sus ligas en salarios y beneficios.
 
La NCAA insiste en que, como amateurs, los jugadores no pueden reclamar la compensación de los trabajadores por lesiones en el desempeño de su labor, las cuales son comunes y peligrosas entre los jugadores de fútbol americano que chocan sus cabezas.
 
También prohíbe a las universidades ofrecer a los atletas de bachillerato algo de valor para inscribirlos y demanda que los atletas estudiantiles se desempeñen razonablemente bien en el aspecto académico.
 
Pero esas políticas tienden a ser ignoradas. Muchos atletas pasan demasiado tiempo entrenando para tener mucho tiempo para sus clases. Algunos son analfabetas funcionales pero de algún modo se las arreglan para entregar ensayos bien escritos, cuyos contenidos no parecen recordar. Cunde el fraude académico. 
 
Por ejemplo, una investigación en la Universidad de Carolina del Norte encontró que los atletas a menudo son reunidos en “clases de no asistencia”. En la escuela promedio en las cinco “conferencias” (subdivisiones) de más altos ingresos de la NCAA, solo 44 por ciento de los jugadores de basquetbol varonil se gradúan en un plazo de seis años.
 
Los periódicos están llenos regularmente de otros escándalos del deporte colegial, como un agente que contrató prostitutas para sus jugadores en la Universidad de Miami. Sin embargo, aunque son las escuelas miembros de la NCAA y sus afiliadas las que violan las reglas, regularmente son los jugadores quienes sufren las consecuencias. 
 
La mayoría de los atletas estudiantiles técnicamente viven en la pobreza, porque sus becas no cubren el costo de vida más allá del alojamiento y los alimentos y la NCAA les prohíbe firmar acuerdos de patrocinio o licencias independientes. 
 
Cuando la división de cumplimiento de la NCAA se entera de jugadores que tratan de completar su sustento vendiendo autógrafos o mercancías, o aceptando regalos prohibidos como boletos de avión para ir a casa, tatuajes con descuento o abarrotes gratis, aplica suspensiones prolongadas, que a menudo cuestan a los atletas sus becas al año siguiente.
 
Durante décadas, los fanáticos de los deportes colegiales vitoreaban a sus alma mater sin preocuparse de que los mejores entrenadores ganaran millones de dólares mientras los mejores jugadores vivían al día. 
 
Pero, en los últimos años, la NCAA ha estado bajo presión de los medios y los tribunales. En 2011, Taylor Branch, un historiador de los derechos civiles, escribió un artículos titulado “La vergüenza de los deportes colegiales”, argumentando que el hecho de que las universidades ganaran millones con el trabajo no pagado de la mayoría de los atletas afroamericanos llevaba “el tufo de las plantaciones”. Joe Nocera de The New York Times ha dedicado docenas de columnas a los abusos de la NCAA.
 
Al mismo tiempo, varios desafíos legales están avanzando en los tribunales. En uno, un grupo de ex atletas está demandando a la NCAA para recibir compensación por las conmociones cerebrales que sufrieron mientras jugaban. En otro caso, un juez laboral aprobó recientemente la solicitud del equipo de fútbol americano de la Universidad del Noroeste para votar sobre la formación de un sindicato. 
 
En marzo, Jeffrey Kessler, un abogado que ya ha ganado un caso de antimonopolio contra la NFL, presentó una nueva demanda de acción colectiva contra la NCAA que busca revocar todas las restricciones a los pagos para los jugadores. Si el juez en ese caso aplica el aspecto básico de la lógica de Wilken, toda la premisa de los deportes colegiales amateurs desaparecerá.
 
Por ahora, la NCAA está aferrándose a su posición. Planea apelar el fallo de O’Bannon. Insiste en que pagar a los atletas estudiantiles más que el costo de su educación arruinaría a los deportes colegiales y expondría a los jugadores a la “explotación comercial”, que es una forma extraña de decir que “se les pague por su labor”. 
 
Se requiere una defensa decidida en la línea de gol para que las universidades resistan a las fuerzas que ahora se forman contra ellas. Al negarse a conceder algunas yardas más, la NCAA corre el riesgo de perder el juego.
 
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