La creciente desigualdad como resultado de la globalización

Los defensores de la globalización tienen el desafío de determinar cómo cosechar las recompensas sin dejar atrás a los trabajadores menos calificados
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Los trabajadores poco calificados pueden ser más productivos cuando se emparejan con los calificados; es decir, cuando trabajan juntos. Foto: Getty
Los trabajadores poco calificados pueden ser más productivos cuando se emparejan con los calificados; es decir, cuando trabajan juntos. Foto: Getty
Los defensores de la globalización a menudo dicen que, cualquiera que sea el sufrimiento que pudiera causar a los trabajadores del mundo rico, ha sido buena para los países pobres. 
 
Entre 1988 y 2008, la desigualdad mundial, medida según la distribución del ingreso entre países ricos y pobres, se ha reducido, según al Banco Mundial. Pero dentro de cada país, la historia es menos halagüeña: La globalización ha resultado en la ampliación de la desigualdad en muchos lugares pobres.
 
Esto pudiera verse en el comportamiento del índice Gini, una medida de la desigualdad. (Si el índice es uno, el ingreso total de un país va a una persona; si es cero, los beneficios se dividen de manera igualitaria). El África subsahariana vio elevarse su índice Gini en 9 por ciento entre 1993 y 2008. El de China aumentó en 34 por ciento en el plazo de 20 años. En pocos lugares ha caído.
 
Los economistas están intrigados: Los datos contradicen las predicciones de David Ricardo, uno de los fundadores de su disciplina. 
 
Los países, decía Ricardo, exportan aquello que producen de manera relativamente eficiente. Tomemos a Estados Unidos y Bangladesh ahora. En Estados Unidos, la proporción de trabajadores altamente calificados en relación con trabajadores poco calificados es alta. En Bangldesh, es baja. Así que Estados Unidos se enfoca en productos que requieren mano de obra altamente calificada, como los servicios financieros y el software. Bangladesh se enfoca en productos baratos como prendas de vestir.
 
La ventaja comparativa predice que cuando un país pobre empieza a vender mundialmente, la demanda de trabajadores poco calificados aumentará desproporcionadamente. Eso, a su vez, debería impulsar sus salarios en relación con los de los trabajadores locales más altamente calificados, y por ello reducir la desigualdad de ingresos dentro de ese país. La teoría explica cuidadosamente el impacto de la primera ola de globalización. 
 
En el siglo XVIII, Europa tenía una alta proporción de trabajadores poco calificados en relación con Estados Unidos. Cuando despegó el comercio euro-estadounidense, la desigualdad europea declinó como corresponde. En Francia, en 1700, los ingresos reales promedio del 10 por ciento superior eran 31 veces más altos que los del 40 por ciento inferior. Para 1900 (cierto es que después de varias revoluciones y guerras), eran 11 veces más grandes.
 
Pero la creciente desigualdad en los países en desarrollo deja a los discípulos de Ricardo confundidos y sugiere que la teoría necesita ser actualizada. Eric Maskin de la Universidad de Harvard ha intentado justo eso en la Reunión de Lindau sobre Ciencias Económicas, un encuentro de economistas en una ciudad bávara a orillas de un lago que incluye a muchos galardonados con el Premio Nobel. (Maskin ganó el suyo en 2007 por su trabajo en el diseño de los mecanismos de mercado, los cuales usan los economistas para mejorar los esquemas de regulación y los sistemas de votación.)
 
La teoría de Maskin se basa en lo que llama “emparejamiento” de trabajadores. Los trabajadores poco calificados pueden ser más productivos cuando se emparejan con los calificados; es decir, cuando trabajan juntos. 
 
Asignar un gerente a un grupo de trabajadores puede hacer más por la producción total que simplemente sumar otro trabajador. Él sitúa a los trabajadores en cuatro clases: trabajadores altamente calificados en países ricos (A); trabajadores poco calificados en países ricos (B); trabajadores altamente calificados en países pobres (C); y trabajadores poco calificados en países pobres (D). Crucialmente, piensa que los trabajadores poco calificados en los países ricos (los B) probablemente serán más productivos que los trabajadores altamente calificados en los pobres (los C).
 
Antes de que empezara la actual ola de globalización en los años 80, los trabajadores calificados y poco calificados en los países en desarrollo – los C y los D – trabajaban juntos. 
 
Maskin pone como ejemplo a un hombre indio rural, que hablaba inglés, quien ayudó a los agricultores locales a comprender los métodos agrícolas modernos. El crecimiento salarial de los trabajadores altamente calificados (los C) fue débil, porque los malos enlaces de transporte y comunicación les dificultaron trabajar con los trabajadores calificados en países ricos. 
 
Pero los trabajadores poco calificados (los D) obtuvieron buenos resultados: sus interacciones con los C impulsó la producción total, lo cual les permitió demandar salarios más altos, haciendo bajar así la desigualdad.
 
La ronda de globalización más reciente ha desordenado los emparejamientos: los trabajadores altamente calificados en los países pobres ahora pueden trabajar más fácilmente con los trabajadores poco calificados en los ricos, dejando abandonados a sus vecinos pobres. 
 
Tomemos los “productos intermedios”, los productos semi-terminados que representan alrededor de dos tercios del comercio mundial. Los procesos de producción subcontratados por compañías grandes a fábricas o centros de atención telefónica son poco calificados para los estándares del mundo rico. 
 
Pero cuando los empleos son enviados al extranjero, son arrebatados por los trabajadores C, los relativamente calificados. Según investigación de la Universidad de Cornell, el empleado típico de un centro de atención telefónica en India tiene un título de licenciatura.
 
La globalización en su disfraz más reciente significa que esos trabajadores entran en un contacto más habitual con las personas poco calificadas en el mundo rico. El indio de habla inglesa citado por Maskin pudiera ir a trabajar en una fábrica de exportaciones donde cumpla con fechas límite estrictas establecidas por sus dueños estadounidenses. Los C trabajan con los B y terminan siendo más productivos. Los D son dejados de lado.
 
El resultado del comercio en auge de productos intermedios es una demanda y productividad más alta para los trabajadores calificados de los países pobres. Le siguen salarios más altos: Las multinacionales en los países en desarrollo pagan salarios manufactureros por encima de la norma para el país. 
 
Un estudio demostró que en México las empresas orientadas a las exportaciones pagan salarios 60 por ciento más altos que las no exportadoras. Otro encontró que las plantas de propiedad extranjera en Indonesia pagaban a los empleados de oficina 70 por ciento más que las empresas de propiedad local.
 
La globalización, sin embargo, no impulsa los salarios para todos. Los menos calificados no pueden “emparejarse” con trabajadores calificados en los países ricos; peor aún, han perdido acceso a los trabajadores calificados en sus propias economías. El resultado es una creciente desigualdad del ingreso.
 
El enfoque de Maskin no es totalmente satisfactorio. No ofrece datos que respalden su teoría.
 
“Necesitamos micro-datos sobre los emparejamientos entre las empresas en países en desarrollo para examinar si los trabajadores calificados se benefician a través del mecanismo que sugiere Maskin”, dice Pinelopi Goldberg de la Universidad de Yale.
 
Pero si tiene razón, plantea un desafío para los defensores de la globalización: determinar cómo cosechar las recompensas sin dejar atrás a los trabajadores menos calificados en los países pobres.
 
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