Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

14 Oct, 2014

Las cosas se van a complicar aún más; dejemos ya —por fin—, el miedo a decir la verdad

Las respuestas del secretario de Hacienda en su visita más reciente a Washington —con motivo de la reunión conjunta de otoño del FMI y Banco Mundial—, a preguntas específicas relacionadas con la violencia en Guerrero y sus efectos en la imagen del país y la atracción de inversiones, más que despejar dudas acerca de la visión que el gobierno actual tiene al respecto, reafirmaron su renuencia a enfrentar decididamente el problema.

La realidad, por más enfáticos que seamos en las palabras que pronunciemos, si no van acompañadas de hechos claros y debidamente orientados en el objetivo deseado, aquélla seguirá por la ruta que lleva a una mayor complicación.

En no pocos países de América Latina se piensa, equivocadamente, que el darle la vuelta a un problema —mediante los desgastados recursos de la verborrea superficial y frívola dada la gravedad de aquél—, prácticamente lo resuelve. Si bien esta práctica nos viene de lejos —desde la época colonial diría—, en modo alguno significa que sea correcta y menos ahora cuando, en la globalidad y las economías abiertas, todos saben todo, de todos.

No hablar de manera franca de un problema, no ha sido ni es el mejor de los recursos; es más, es la forma óptima de estimular su complicación y posterior estallido.

Dado lo mucho que está en riesgo para los funcionarios responsables de enfrentarlo —y darle solución correcta— se busca —dicho coloquialmente—, escurrir el bulto o en términos boxísticos, el bending en vez de fajarse. Si de esta manera los problemas pudieren ser resueltos, tenga usted la plena seguridad de que nuestro planeta sería el lugar más aburrido del universo.

La experiencia de los últimos 30 o 40 años nos ha demostrado, sin dejar el menor espacio para la duda, que el primer paso para enfrentar y resolver un problema es, simplemente, reconocerlo. Pretender hacerlo a un lado —como si la Virgen nos hablara y debiéramos atenderla—, a nada bueno conduce.

Luego entonces, ¿por qué seguimos esa ruta que sólo nos lleva a sufrir las consecuencias de un problema mayor, cuya solución será más costosa? ¿Qué es lo que nos impulsa a seguir con lo que se ha demostrado ser la peor de las estrategias frente a los problemas, al margen de su índole?

Hoy, las cosas no van bien, ni en México ni en el mundo. La reunión recién terminada que menciono arriba, es buena prueba de ello. Los documentos y las transcripciones de las conferencias, así lo dejan ver; también, no tengo duda al respecto, las conversaciones privadas sostenidas entre algunos de los asistentes debieron haber tocado la realidad de la situación internacional, tanto en lo  económico como en lo político y lo militar.

Pensar de otra manera —o pretender disfrazar lo que ahí se discute—, es querer tapar el sol con un dedo. Además, qué bueno que esos temas y problemas se discutan de manera franca, al menos en esos espacios porque en buena parte de nuestros países aquí en la región, no se tocan porque, como usted sabe, los niños de pecho como nosotros los mexicanos, no estamos capacitados. 

En México pues, suertudos que somos, contamos con protectores de calidad: nuestros funcionarios y no pocos políticos. Ellos sí entienden de temas complejos; gracias pues, por protegernos.

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