Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

23 Oct, 2014

Mucho bien nos haría un poco de mesura; la gravedad de la situación lo amerita

Las cosas no van bien suelo decir en toda plática que sostengo con amigos, acerca de lo que hoy enfrentamos; hace meses, cuando repetía aquella frase una y otra vez, me tiraban a lucas, pero hoy, al ver la gravedad de lo que enfrentamos, ya me ponen un poco de atención.

Desconozco qué piensa usted acerca de lo que pasa en Guerrero, y en el resto del país; es más, ignoro si le interesa lo que millones de mexicanos vemos y sufrimos cotidianamente.

Sin embargo, por encima de la ignorancia y desinterés que usted y muchos más pudieren tener de dichos asuntos —que algunos llaman mundanos, o preocupación de los simples mortales—, hay algo en el ambiente que obliga, aún a los más apáticos frente a la cosa pública, a prestarles un poco de atención.

Lo primero que convendría comentar entonces, de lo que hoy vemos y sufrimos, es que no es algo que haya sido creado de la nada, o resultado de la generación espontánea; lo que vemos en Guerrero, Michoacán y pronto en Oaxaca y otras entidades del país, se ha venido cocinando desde hace años.

El proceso que arrojó lo que a muchos hoy parece sorprender, lo alimentamos —todos y cada uno de nosotros— durante años; en unos casos fue la omisión cómplice y acomodaticia y en otros, la comisión de delitos los cuales, sin la menor concesión y espacio para la impunidad, deberían ser perseguidos y castigados de acuerdo con la legislación vigente.

Sin embargo, como sabemos, la aplicación de la ley entre nosotros es algo moldeable; es una bola de plastilina que podemos manejar para darle distintas formas, y así satisfacer a diferentes audiencias.

Las cosas se han agravado de manera tal, que ya muchos se atreven a aceptar y reconocer públicamente, lo que unos pocos repetíamos hace muchos meses; hoy, la violencia incontenible y la colusión abierta de autoridades con delincuentes, ha roto toda barrera impuesta por la discreción para evitar ser detectado.

¿Hasta dónde llegará la degradación actual que, a punta de balazos, desaparecidos y descabezados hemos debido reconocer? ¿Qué hará la autoridad para ir más allá del reconocimiento, de algo que para millones de mexicanos es obvio desde hace meses, y en algunas regiones desde hace años? ¿Acaso nos contentaremos con el discurso hueco y la repetición molesta de la desgastada palabrería con la que nuestra clase política suele enfrentar estas situaciones?

Si bien esa verborrea demagógica es, cuando no va acompañada de acciones correctivas firmes basadas en la ley, algo inútil, al menos exhibe el reconocimiento implícito de que las cosas no van bien. El problema reside, entonces, en esa conducta profundamente arraigada entre nuestros políticos: hacer como que nada sucede y lanzar, en cuanta oportunidad tienen, frases ramplonas impregnadas de un triunfalismo que ofende.

Si analizáremos las declaraciones triunfalistas de quienes uno esperaría acciones efectivas para combatir la delincuencia, la conclusión obligada es una de éstas: O quien declara es alguien que perdió la razón y por tanto, incapaz de evaluar la realidad que lo rodea o, más grave aún, su servilismo hacia el poderoso es tal, que no le importa hacer el ridículo con miras a quedar bien con aquél.

¿Qué hacer entonces? Hablemos de eso el martes.

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