Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

12 Nov, 2014

Cinismo Cultural

En nuestro país, la política, el sector empresarial, los sindicatos y algunos entes de gobierno imperan las palabras que son contrarias a las acciones. Conforme nos hemos abierto a las costumbres democráticas y de transparencia que se exigen de un Estado moderno, pareciera que esta práctica es consuetudinaria e impera, no obstante la mayor madurez de la ciudadanía.

Así los anuncios de productos pregonan milagros inconcebibles para un consumidor racional, pero aun así lo enamoran; algunos políticos prometen beneficios colectivos pero persiguen los particulares; personajes públicos critican y opinan, pero actúan al contrario; empresarios denuncian condiciones adversas, pero incurren en prácticas en contra de los consumidores; los sindicatos dicen proteger a los trabajadores, pero únicamente empoderan a sus cúpulas o algunos entes de gobierno son nidos de corrupción. Es sin duda la definición del cinismo en diferentes sectores; aquéllos donde se lastima a los consumidores, gobernados y audiencias.

La pregunta es si esta práctica es producto de algunos personajes o instituciones o si el sistema se los permite. Me parece que, en gran medida, la respuesta tiene que ver con el bagaje institucional: las reglas han sido hasta ahora permisivas para que el cinismo sea un modus vivendi.  Leyes como las de competencia económica, del trabajo, anticorrupción han sido tradicionalmente permisivas para que florezcan oscuros personajes y obras determinadas por el cinismo. Vivimos así, a través de todos estos sectores, el cinismo como parte de la cultura popular.

Así se alimenta a la empresa de telecomunicaciones hegemónica, al sindicato del millón que busca “mejorar la educación”, al empresario que clama por los beneficios de la competencia, pero en sus acciones la desalienta, los gobiernos estatales que son nidos de corrupción.

En cierta medida esto es lo que está pasando con algunos sectores que se manifiestan en las calles y en los medios por la tragedia de Ayotzinapa. El desborde social por el asesinato de más de 43 estudiantes en Guerrero, a manos de narcotraficantes es justificado en aras de la enorme justicia que ello representa. Sin embargo, en las marchas por alguna razón los radicales creen que es justificado destruir el patrimonio nacional y quemar las instituciones en aras de hacer valer su voz anárquica. Surgen también críticos que acusan con el dedo flamígero y exigen renuncias, como un senador del PRD, pero que han protegido a un diputado ligado al narco.

Lo optimista de todo ello es que, a través de la apertura democrática y la presión de una ciudadanía más informada, algunas de estas reglas han sido cambiadas: leyes de acciones colectivas para empoderar al ciudadano, reformas a las leyes de competencia económica, modificaciones al sistema político, leyes para proteger a las víctimas del delito y sanciones más severas a funcionarios corruptos, entre otras. Todo esto hecho por un Congreso que, si bien no se exime del pecado del cinismo al interior de sus filas, ha modificado las reglas en gran medida escuchando a la ciudadanía.

Sin embargo, hasta en tanto no tengamos un cambio de paradigma, el cinismo será la regla en todos los sectores.

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