Víctor Beltri

Víctor Beltri

13 Nov, 2014

Innovación y definición de la estrategia

Las organizaciones están obligadas a competir en circunstancias muy distintas a aquellas que enfrentaban en el pasado. Los grandes cambios en la tecnología, la madurez de los mercados, la globalización que atrae competidores de prácticamente todo el mundo. Definitivamente no es lo mismo competir ahora que hace unos cuantos años.

La competencia es brutal, es cierto. Las organizaciones tratan de prepararse y de responder a los cambios y preferencias de los consumidores, en un ambiente que cada vez se mueve más rápido, con competidores que continuamente hacen mejoras a sus procesos, productos y servicios, erosionando la participación de mercado de los demás jugadores: es una carrera contrarreloj en la que cada uno trata de estar siempre un poco más adelante que los otros. Y el tiempo apremia.

Sin embargo, en el mundo de los negocios las carreras no se ganan así. Puede sonar curioso, pero en la empresa la carrera no la gana necesariamente quien va más aprisa, sino quien sabe a dónde se dirige y está dispuesto a dar los pasos necesarios para lograrlo. Claro, es necesario hacer las cosas bien, pero las ventajas provenientes de una buena operación se desvanecen con el tiempo y las condiciones cambiantes del mercado. Por eso es necesario contar con una estrategia adecuada.

Así, el hecho de que una compañía sea eficiente o flexible no le garantiza una permanencia en el mercado. Las eficiencias o "mejores prácticas" son replicables y aun así no siempre surten los resultados esperados. Los ejemplos abundan: como los japoneses, que destacan en su operación y calidad, pero aun así pocas veces son capaces de mantenerse como líderes a través del tiempo. Como con las aerolíneas tradicionales cuando han tratado de copiar las características de eficiencia de las aerolíneas de bajo costo y, aunque lo logren, en su mayor parte fracasen. Como los fabricantes de reproductores digitales que copian a los líderes del mercado, y muchas veces los superan en cuanto a su calidad y eficiencia, pero no son capaces de desbancarlos del lugar que ocupan. La razón de estos fracasos no estriba en las capacidades técnicas o humanas de las organizaciones, sino en la falta de una estrategia seguida a detalle. Apple, por ejemplo, profundiza en sus posiciones estratégicas, en vez de ponerlas en riesgo tratando de expandirlas: es evidente que la estrategia y el liderazgo están íntimamente ligados entre sí.

La estrategia consiste en la creación de una posición valiosa y única, que involucra un conjunto de actividades. Requiere hacer elecciones y ser capaz de decidir lo que no se debe hacer. Pero, sobre todo, una estrategia real y orientada a resultados supone un ajuste entre las diversas actividades de la organización: la existencia de un vínculo sólido entre partes diferentes de la empresa es lo que brinda un carácter especial, e irrepetible, a los productos y servicios generados.

El ejercicio de plantear una estrategia nueva involucra, necesariamente, una metodología muy específica. Es necesario entender a cabalidad lo que se ha hecho en el pasado y en el presente, para poder plantear un punto de partida. Un punto de partida hacia una situación futura deseada y para llegar a la cual se habrán de definir una serie de pasos intermedios. Así, el futuro no será simplemente fruto de continuar haciendo las cosas como hasta el momento, sino que habremos de tomar decisiones que, aunque meditadas, contienen una carga importante de incertidumbre.

Los directores de empresas pueden plantear nuevas estrategias, y alcanzar beneficios hasta ahora insospechados, si hacen uso de metodologías de innovación. Con innovación se cierra la brecha entre lo presente y no sólo lo posible, sino lo insospechado. Las empresas se vuelven más eficientes, más audaces, más productivas. ¿Puede su organización seguirse dando el lujo de no innovar?

Lo invito a continuar la conversación a través de Twitter o de mi correo electrónico, donde responderé con gusto a sus preguntas. Innovemos juntos.

 

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