Víctor Beltri

Víctor Beltri

27 Nov, 2014

Sin pasado y sin futuro

México sufre de grandes problemas, es cierto. Y lo peor es que parece que así ha sido siempre. De hecho, la mayoría de nosotros creció con la palabra crisis como una constante.

Nos peleamos con las crisis, en vez de resolverlas. Así, en cuanto se presenta un problema la primera reacción es la de crear una comisión para resolverlo, misma que muchas veces está conformada por personas que no tienen conocimiento del tema. Se piden renuncias, nos manifestamos en las calles. En realidad, las soluciones que planteamos van más por el romper para inventar de nuevo, que por el análisis y reflexión sobre lo ocurrido, aprendiendo de nuestros errores.

Es lo mismo en cada cambio de sexenio, cada cambio de legislatura, cada nuevo gobierno municipal. La transmisión de conocimiento es, en el mejor de los casos, superficial. Los yerros del predecesor son cubiertos, si es un afín, o exhibidos, si es un rival. Pero las condiciones y circunstancias que desembocan en los problemas continúan siendo las mismas. Y nos seguimos equivocando. Como con cada tragedia, cada masacre que vamos descubriendo con falsos ojos de asombro. Cada desastre natural, cada accidente que podía haber sido previsto. No estamos aprendiendo de nuestros errores, y nos interesa más la pira en la plaza pública que la prevención responsable. ¿De qué sirve cualquier renuncia si el sistema que ocasionó los problemas sigue siendo el mismo?

Eso, por un lado: nuestra tendencia a no aprender de los errores. Por el otro, nuestra nula capacidad de definir el futuro deseado. En términos de innovación, el resultado ideal final. El resultado ideal final es el punto de referencia imaginario que se establece como destino, sin importar el estado actual. La definición de esta meta nos permite establecer los pasos a seguir para alcanzarla, dando lugar de esta manera a cambios disruptivos con un propósito establecido. Toda estrategia de crecimiento que no se plantee un resultado ideal final no pasará de meros cambios incrementales, que no son sustentables en el largo plazo. Y en este país ni siquiera los partidos políticos tienen claro lo que quieren para la nación: los hemos visto pasar de todos los colores, y de todos los tonos, y nadie ha planteado de forma clara lo que deberíamos de lograr para la siguiente generación. Vaya, si ni siquiera pueden ponerse de acuerdo en sus guerras intestinas.

En México no nos planteamos un resultado ideal final como nación. No tenemos una visión común sobre a dónde tenemos que ir, y por eso no se aprecian de la misma forma los logros que conseguimos: lo que para unos es un éxito para otros constituye un fracaso. Competimos de forma transaccional pero nunca colaborativa. Esa es la diferencia, la gran diferencia entre nosotros y otras naciones que han tenido un desarrollo espectacular en poco tiempo: la meta se pone por encima de todo, incluso con cambios de gobierno, y la actuación de las autoridades se mide en función de su aproximación al ideal. Nosotros no tenemos el futuro claro, vivimos con la esperanza de que el mesías de turno venga a arreglarlo todo con su mera presencia salvadora. Así, lo mismo, cada período. No existe una sola organización en el mundo que pueda funcionar sin aprender de sus errores y sin saber a dónde se dirige. Ni una sola.

Es el momento de cambiar. Es el momento de enfrentar lo que hemos hecho mal, por muy doloroso que sea, y de plantearnos lo que en realidad queremos de nuestra nación. Prosperidad, justicia, Estado de derecho. La indignación no puede quedarse en un mero recuerdo o una nueva fuente de agravio: tenemos que ponernos la meta de un México más próspero, más justo, en el que salir a la calle no sea más un acto de valentía que de libertad. Y trabajar en los pasos que debemos de seguir para lograrlo. Eso también es innovación.

Lo invito a continuar la conversación a través de Twitter o de mi correo electrónico, donde responderé con gusto a sus preguntas. Innovemos juntos.

vbeltri@duxdiligens.com

@vbeltri

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