Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

4 Dic, 2014

Sí, hablemos de los efectos sin olvidar, que para eliminarlos, hay que corregir las causas. (Parte 2)

Continúo con lo que empecé el martes.

En la parte política del balance que han hecho los que parecen haber descubierto el agua tibia en materia de gobernación en México, dejan de lado el hecho, claro para quien quiera ver las cosas con objetividad, que en este ámbito las causas de los efectos que señalan son aún más profundas y antiguas que en lo económico y, aspecto no menor, las dificultades para lograr un cambio real y efectivo, son mucho mayores que en lo económico.

Si bien en la economía los cambios legales obligan a llevar —casi de inmediato— los negocios de otra manera, pues se enfrentan ahora a una competencia ayer desconocida, en lo político, los cambios jurídicos no se reflejan en la mentalidad del ciudadano a la misma velocidad que en la esfera económica.  

Cuando hablo de lo político, incluyo lo que genéricamente llamamos la corrupción. Ésta, expresada en miles de formas y conductas que traspasa niveles económicos, educativos y culturales, es común en nuestra sociedad.  Es tal su presencia entre nosotros, que aun cuando pretendamos reducirla al  aprovechamiento de un puesto público para enriquecerse a niveles ofensivos en total impunidad, nos sorprendemos cada día al ver aquélla en los lugares y espacios más inesperados. 

¿Luego entonces, es correcto y objetivo pensar que lo que nos ha acompañado por siglos, que se encuentra profundamente arraigado en nuestra mentalidad, puede ser eliminado de inmediato para adoptar otra visión que nos convierta en blancas palomas, casi en santos? Es más, ¿para lograr un cambio así de milagroso, basta y sobra con enlistar efectos y dejar de lado las causas?

Como en lo económico, lo señalado en lo político —incluida la corrupción—, son prácticamente puros efectos; son consecuencia de causas inherentes a una clase política que desprecia la democracia, la transparencia y la rendición de cuentas al tiempo que idolatra el autoritarismo, la opacidad y el importamadrismo en el manejo de los recursos públicos. 

Esto nos viene de lejos en el tiempo; sin embargo, que venga desde hace siglos y dicha visión esté profundamente arraigada en nuestra forma de pensar y actuar, no significa que haya que contemporizar con conductas propias de delincuentes, no de servidores públicos.

La búsqueda de formas ilegales para obtener una victoria electoral o enriquecerse al amparo del poder, es parte central de nuestra visión de la vida; es tan profundo el arraigo de esa visión, que en ocasiones, los críticos de la corrupción son más corruptos que los que señalan con el índice flamígero de la moral republicana. Por eso digo, no basta señalar los efectos, hay que ir a las causas, y corregirlas.

Hoy en día, la vida política y las conductas de los integrantes de nuestra clase política, se caracterizan por el desprecio de la legalidad; además, la opacidad y las complicidades desde el poder para obtener riquezas, es lo suyo, es lo que mejor les sale. Es tan profunda la relación entre políticos y delincuentes, que resulta difícil distinguirlos.

Al final, lo que queda es esto: si en verdad queremos cambiar el actual estado de las cosas, hay que dejar el regodeo perverso en los efectos, ya que de no hacerlo, podríamos terminar fortaleciendo lo condenado.

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