José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

19 Dic, 2014

2014, 1994 y 1982

Al igual que los economistas estudiamos cómo la actividad económica tiene un comportamiento cíclico, dependiente de diversas variables que determinan altibajos en el crecimiento, como son las expectativas de los inversionistas, existen también teorías que le atribuyen al ciclo de negocios causas políticas.

Otros analistas piensan que el comportamiento de la violencia también tiene patrones cíclicos, ilustrado con la historia de nuestro país: en la primera década del siglo XIX tuvimos la sangrienta Guerra de Independencia; cien años después la Revolución. Ahora toca un nuevo levantamiento para cambiar el orden establecido.

En ambos casos, se aprecia un determinismo que se antoja poco realista, pues de existir tal comportamiento cíclico inmutable, ello implicaría que la historia política, al igual que la actividad económica, están predeterminadas y son inmunes a cambiar por acciones de la sociedad y su gobierno.

Lo que puede resultar más útil es comparar las circunstancias de momentos críticos para nuestra economía con una periodicidad aproximada de dos décadas, para precisar si está por ocurrir en el 2014 algo similar a las debacles de 1982 y de 1995, en las que se mezclaron sucesos políticos y pifias económicas para engendrar sendas crisis.

En 1982, como ahora, cayeron en forma apreciable los precios del petróleo, en ambos casos producto de exportación clave de México, al tiempo que se perfilaba un incremento en las tasas de interés a nivel internacional y se vivían momentos críticos en la política, con rumores incesantes de golpe de Estado.

Las diferencias, sin embargo, son radicales. El déficit público con relación al PIB era del 18% frente al 4% de hoy, mientras que la deuda externa neta era del 80% del PIB entonces y hoy es inferior al 15%. La tasa preferencial en EU andaba por el 15% en 1982  y ahora es de 3.25% y está aún por iniciar su alza.

Otra disimilitud respecto a hace cuatro décadas: entonces teníamos una economía cerrada a piedra y lodo, un tipo de cambio fijo y reservas internacionales agotadas. Hoy nuestra economía es una de las más abiertas del orbe, el tipo de cambio flota libremente y las reservas, al 11 de diciembre, eran de 192 mil millones de dólares.

En 1982 la exportación de petróleo representaba el 90% de nuestras ventas externas, mientras que hoy es de poco más del 10%, al tiempo que nuestra balanza petrolera está prácticamente equilibrada, pues importamos gasolina y gas casi por el mismo monto que exportamos crudo.

El impacto sobre las finanzas públicas también es tajantemente distinto: en 1982 cada dólar que caía el precio del petróleo era un dólar menos para el erario, mientras que ahora, además de tener un precio mínimo asegurado por las coberturas petroleras, ya no se subsidia a los consumidores y con un precio administrado por el gobierno por encima del internacional, se recauda un impuesto significativo.

Las divergencias respecto a 1994 también son drásticas. De nuevo, un régimen cambiario semi-fijo entonces frente a uno cabalmente flotante ahora, y reservas internacionales magras, que el bisoño gobierno que Ernesto Zedillo despilfarró en tres semanas, frente a un monto superior al 15% del PIB.

Hace veinte años, el gobierno mexicano fue rescatado de una debacle aún mayor por un colosal paquete de apoyo financiero orquestado por Estados Unidos. Parte del pasmo que sufrió entonces el gobierno mexicano se superó con la asesoría del FMI y de las propias autoridades financieras de EU.

Hoy la parálisis que evidencia el gobierno de Enrique Peña Nieto es de naturaleza distinta pero perfectamente superable, siempre y cuando la administración se decida a actuar con arrojo para restablecer su menguado liderazgo en distintas áreas, que distinguidos miembros de la comentocracia han señalado con reiteración.

El principal de ellos es restablecer un Estado de derecho efectivo y atajar, con firmeza y moderación, a las fuerzas anti-sistemáticas que pretenden derrocar al régimen, al tiempo que se atacan frontalmente la corrupción y la impunidad. El gobierno tiene que restaurar su legitimidad actuando a fondo en estas asignaturas pendientes.

Quizá Peña Nieto quiera aprovechar su visita a Washington, el próximo 5 de enero, para pedirle a su contraparte Barak Obama que, en el marco de la Iniciativa Mérida, redoble su apoyo para acelerar la transformación del sistema de administración de justicia en nuestro país, que es una de las demandas ciudadanas más sentidas.

Yo no creo en el determinismo fatal de los ciclos económicos o políticos, sino en la capacidad de la sociedad y de su gobierno de enmendar sus errores.

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