Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

15 Ene, 2015

¿A quién recurrir para obligarlos a que nos digan, qué harán ante los problemas actuales?

Una de las cosas que más molesta a los ciudadanos y la población en general, es que los funcionarios —una vez acomodados en el puesto y disfrutando ya de los privilegios y canonjías de todo tipo que conlleva aquél—, se olviden por completo de su existencia.

Esto último no es verdad, dirá algún panegirista oficioso u oficial del poderoso en turno —de este gobierno o de alguno de los anteriores—; afirma con voz engolada: Los funcionarios y gobernantes hablan cotidianamente con los gobernados; pronuncian discursos y envían mensajes a toda la población y, cotidianamente, realizan actos públicos.

Ante semejante perla diría Nikito Nipongo, me quito el sombrero y agrego: Es en estos últimos donde reciben, sin duda, el tan necesario y útil baño de pueblo.

Sin embargo, por encima de las afirmaciones de quienes viven del elogio irracional e interesado, que más que ser útil desprestigia al que los profiere y ofende al que va dirigidos, los funcionarios enmudecen en cuanto se acomodan en la silla para la cual fueron designados. Si bien es cierto que hablan, y mucho, las más de las veces por no decir todas, hablan de lo que no interesa al ciudadano. En no pocas ocasiones, sus discursos e intervenciones públicas son mensajes cifrados, que sólo ellos entienden; es un poco la recreación de lo que en lenguaje coloquial decimos así: A ti te lo digo m’hijo, óyelo tú mi nuera.

Hoy, los tiempos son otros, lo aceptemos o no; esos mensajes cifrados—propios de los años del dorado autoritarismo—, están fuera de lugar; en la democracia y las economías abiertas, es otro el lenguaje que debe privar en las relaciones entre gobernante y gobernados.

La gravedad y complejidad de los problemas, y la volatilidad que es una constante en la globalidad, obligan a ser directos y claros en los mensajes, y objetivos en los planteamientos; es preferible, las más de las veces, una vez colorado, que mil descolorido.

Las cosas se descompusieron a tal grado, que toda proyección es hoy una ilusión juvenil; la caída del precio del petróleo, vino a cambiar todo el escenario, prácticamente para todo el mundo. Se necesitaría ser un desequilibrado para afirmar hoy, que a éste o aquel país no le afectará la situación creada por dicha caída.

Sin embargo, no obstante la complejidad de la situación que enfrentamos, nadie nos dice algo; sí, es verdad que el Presidente y sus funcionarios aparecen todos los días en actos donde se festina y celebra la inauguración de ésta o aquella obra (aún sin estar debidamente terminada y en operación); también, inaugura reuniones de empresarios y productores y de organizaciones que representan grupos amplios de la sociedad y en ellos, obligadamente, se pronuncian los discursos de rigor pero, en ellos no se tocan objetiva y correctamente los problemas reales que enfrentamos, y menos las soluciones; ahí, nada concreto y claro se dice que la población pudiere entender. 

En los discursos, todo es bello y marcha sobre ruedas, y nada entorpece el ascenso del país el cual, de seguir así, en unos días alcanzaría la estratósfera. Ante esto, ¿a quién recurrir para que obligue a los discursantes, a decirnos qué harán para enfrentar y resolver los problemas que hoy enfrentamos?

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