Luis Enrique Mercado

Perspectivas

Luis Enrique Mercado

19 Ene, 2015

Ineficiencia y corrupción en el gasto público

Dos corrientes se están enfrentando en el gobierno respecto a los recursos públicos; una, prudente, aconseja hacer un recorte para enfrentar la caída del petróleo; otra, asegura que no se necesitan porque se pueden usar los fondos de reserva.

Como quiera que sea, lo más probable es que el recorte se tenga que hacer en 2016, a menos que el precio del petróleo aumente.

El problema, grave a fin de cuentas, no es si el gasto público se recorta o sigue creciendo, sino la baja calidad de dicho gasto.

Entre 2000 y 2012, periodo de gobiernos panistas, el gasto público aumento 56 por ciento y es evidente que el bienestar de los ciudadanos no creció en esa proporción.

En el mismo periodo, el gasto en seguridad pública creció 334 por ciento; el de salud, 265 por ciento y el de educación, 54 por ciento.

Y no se necesitan de análisis profundos para establecer que no mejoró la seguridad; tampoco la salud y menos aún la educación.

México ya había tenido gastos mayores en términos reales. Por ejemplo, a finales de los 80 el gasto público llegó a representar poco más del 40 por ciento el Producto Interno Bruto (PIB), contra 27 por ciento en que se ubica en este año.

En esas épocas de gasto público enorme respecto al tamaño de la economía, los déficit llegaron a significar hasta 15 por ciento del PIB y condujeron a la crisis de la deuda.

El problema del gasto público en México no reside tanto en el monto o su crecimiento, sino en el hecho de que los gobernantes sienten que el dinero es de ellos y no de los ciudadanos.

Y con ese criterio, la opacidad, la corrupción y el desperdicio dominan el ejercicio del gasto en México.

Hace años el que salía rico del ejercició del poder era el Presidente de la República. Hoy por hoy, hay familias que siguen viviendo gracias a que su antepasado ocupó la Presidencia.

En los gobiernos panistas, también los estados produjeron gobernadores millonarios y luego la riqueza también llegó a los presidentes municipales.

Junto con ellos, la riqueza escandalosa de líderes sindicales revela con claridad a quienes ha beneficiado el crecimiento del gasto público.

Su ejercicio es discrecional, opaco y, en la mayor parte de los casos, responde a compromisos clientelares: es decir: se dirige a grupos sociales a cambio de apoyos políticos.

Por eso llama la atención que haya tanta reticencia a realizar recortes en un gasto.

Tanto el subsecretario de Ingresos, Miguel Messmacher, como el del ramo, Fernando Aportela, salieron esta misma semana a decir que no se necesitan recortes porque hay fondos de reserva que se pueden utilizar.

Un mejor mensaje habría sido que se debe aprovechar la caída en el precio del crudo para hacer un gasto más eficiente; para darle mayor transparencia; para deshacerse de los compromisos clientelares; para canalizarlo a rubros que den rentabilidad en el futuro y que estimulen el crecimiento económico.

El problema no son entonces si se hacen o no recortes, sino cómo se ejerce el gasto público, con mayor eficacia y menos opacidad y corrupción.

Pero este gobierno se ha caracterizado por desaprovechar ocasiones para actuar con mayor eficiencia y el mejor ejemplo es el gasto público: hoy se abre una ventana para dar un cambio drástico en la forma como gasta el gobierno; lograr con el gasto que aumente el bienestar de la población en general y que la economía se dinamice. Pero mientras sigan defendiendo el monto en lugar de reencauzarlo, seguiremos dando tumbos con un gasto que crece con dinamismo, pero no en beneficio de todos, sino de unos cuantos que siguen pegados a la ubre presupuestal.

Hasta el próximo lunes con nuevas… Perspectivas.

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