José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

30 Ene, 2015

El franco suizo

Justo antes que los ricos y famosos descendieran a los Alpes suizos para esa hoguera de vanidades que se reúne todos los febreros para discutir los grandes problemas que afligen a la humanidad, pero más que nada para ser vistos codeándose con otros más prominentes que ellos, el franco suizo se disparó al cielo, inicialmente en 39 por ciento.

Mis queridos lectores entienden que el impacto de esa apreciación de la moneda helvética en los costos de viaje de los glitterati me tiene completamente sin cuidado, pues es como quitarle una pluma a un guajolote gordo. Lo interesante es analizar la difícil tarea de mantener un tipo de cambio fijo frente otra moneda.

El Banco Nacional Suizo tomó la decisión de ponerle un techo a la cotización del franco en septiembre de 2011, en medio de una intensa especulación monetaria, secuela de la crisis de la deuda soberana en la zona del euro, pues fluían copiosos capitales hacia el país alpino que empujaban su moneda hacia la sobrevaluación.

Entre julio y agosto, el franco se apreció en 20% poniendo una enorme presión en su industria al hacerla menos competitiva en el exterior: los relojes y los chocolates suizos se estaban volviendo prohibitivamente caros en el resto del mundo, y la industria turística suiza empezó a enfrentar cancelaciones masivas.

Peor aún: dado el grave estancamiento que afligía en esos momentos a casi todos los países europeos, la continua apreciación del franco frente al euro abatía los precios de los bienes y servicios importados, generando una presión deflacionaria que, en opinión de muchos, conduciría a una depresión económica.

La decisión del banco central suizo implicaba, sin embargo, comprometerse a comprar todos los euros que le ofrecieran, lo que tuvo varias consecuencias: para empezar, el banco central hubo de imprimir los francos necesarios para pagar por los euros que adquirió, lo que normalmente conlleva presiones inflacionarias.

Cuando las causas de ansiedad son estancamiento y deflación, ésta última definida como una caída generalizada en el nivel de precios —pues su tasa de aumento se tornó negativa y en noviembre último cayó 0.3%—, resultó que la inflación, que estaba ya muy por debajo de la meta del banco central de 2% anual, dejó de preocupar.

Sin embargo, con la previsible prudencia helvética, el banco central “esterilizó” parte de sus compras de euros vendiendo bonos del tesoro, como lo acredita su balance, que ha crecido hasta llegar a los 174 mil millones de euros de reservas, cifra superior a la del Banco de México, ¡cuando sólo hay ocho millones de suizos!

Si la inflación no era objeto de ansiedad, ¿por qué cambiar súbitamente de política cambiaria y dejar flotar el franco? Una razón fue que la depreciación del euro, que ya se esperaba con el anuncio del Banco Central Europeo que recurriría a imprimir euros para comprar bonos, resultaría en pérdidas graves para el banco central y en renovados flujos masivos buscando refugio en una moneda más estable.

Ello suponía que el techo fijado por la autoridad monetaria suiza de 1.20 francos por euro permanecería fijo, lo que atraería influjos de capitales monumentales y pérdidas potenciales de similar dimensión, lo que pudiera inclusive amenazar la solvencia misma del banco central, si sus pasivos llegaran a superar el valor de sus activos.

Un efecto inmediato que tuvo que Suiza abandonara el techo que había fijado al franco fue inducir una depreciación aún mayor del euro, dado que su banco central dejó de comprar esa moneda. Otro fue llevar a la quiebra a especuladores e intermediarios financieros con deudas en francos y activos en euros.

Como suele suceder con cambios abruptos en la cotización de las monedas, flotar el franco afectó negativamente al precio de las acciones de sus firmas exportadoras, en orden de importancia las industrias química, de maquinaria, relojera y turística, que dan empleo a 175 mil personas. Pero benefició a los consumidores, sobre todo de productos importados cuyos precios cayeron de inmediato en forma importante.

La otra lección es de índole más general. Las autoridades pueden fijar el precio o la cantidad de una moneda, pero no ambas variables simultáneamente. Cuando el banco central fijó la paridad, se vio forzado a comprar todas las divisas extranjeras que buscaron refugio en Suiza —como lo lleva haciendo China muchos años— y ello conllevó los elevados costos descritos.

No hay duda de que la política cambiaria es mucho más un arte que una ciencia, y que defender una paridad fija es costoso y difícil, cuando no imposible.

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