Salo Grabinsky

Del verbo emprender

Salo Grabinsky

21 Feb, 2015

Conflictos de interés: ¡se los dije!

El país se conmocionó con la dichosa frase: hay posibles “conflictos de interés” en asuntos de bienes raíces y tratos con empresas a las que se les adjudicaron jugosos contratos de infraestructura. Estos no sólo apuntan al actual gobierno, sino que se están afilando las bayonetas contra el régimen calderonista y qué decir de la Línea 12 del Metro, en la que todos se echan la pelota o el desgarriate en el gobierno guerrerense tanto estatal como municipal. Parece que hubieran descubierto el hilo negro sobre lo que implica tener un conflicto de interés dentro del sector público. Como ese no es mi papel, ahí les dejo el problema a los de la Función Pública, que aunque ya iba de salida la revivieron, a ver qué sucede.

Lo que sí me interesa es hablar de los conflictos graves de interés que se generan, dolosamente o de buena fe dentro de las familias dueñas de negocios y que son terribles si no se confrontan a tiempo, o mejor aún , se previenen de manera clara y contundente.

Les aseguro que, después de problemas sicológicos o emocionales entre parientes y la lucha irracional por el control y el poder de una familia o una empresa y su respectivo patrimonio, los conflictos de interés son una causa importante de la desaparición de negocios antes boyantes.

Les voy a decir un secreto: los miembros de una empresa familiar no se pelean por dinero, aunque cuenta mucho, sino por el control y el poder que implica tomar decisiones a la cabeza de la organización, muchas de las cuales son monetarias. Fijar los sueldos o las utilidades repartibles de manera arbitraria demuestra que esa persona o grupo tiene el control de la situación y el poder para ejercerlo como le dé la gana. Así se acaban familias y empresas.

Pero el manejo familiarizado, laxo, sin reglas claras y sus correspondientes penalizaciones a quien las viole provocan peleas de años. Uno de los factores es el de los conflictos de interés entre lo que un miembro considera su “derecho” o decisión unilateral y que contraviene al desarrollo sano del negocio de todos. Por ejemplo, un hijo del dueño que trabaja en la empresa con sus familiares y decide poner otro negocio similar a éste y no avisa a nadie, además de utilizar el tiempo, telecomunicaciones y transportes dentro de su trabajo, para competir con su familia para su beneficio. En buen mexicano significa “darle patadas al pesebre” aprovechando una serie de ventajas que le dan el ser miembro de la familia dueña.

Dejando a un lado las consideraciones éticas que por sí mismas son suficientes para despedir de inmediato a este miembro desleal y deshonesto o incluso demandarlo penalmente, existen casos más sutiles o poco visibles donde los conflictos de interés son reales y pueden provocar un escándalo: pones al contador de la empresa a llevar los datos del negocio de tu esposa o compadre sin pedir permiso, o te llevas al chofer del reparto a surtir mercancías de tu empresa en vez de las del negocio familiar. He visto incontables casos a través de mis asesorías, e incluso caben aquí actos de ignorancia y buena fe sin ver las consecuencias futuras. Tampoco el reloj se puede volver atrás y hacer retroactiva una penalización cuando ésta se descubre.

Al elaborar el protocolo de la familia dueña, siempre incluyo y hago hincapié que el incurrir en un conflicto real de interés contra el grupo familiar es causa incluso de despido de esa persona y hago un listado (que se puede agrandar, por supuesto) de causas reales y potenciales que deben prevenirse. Muchas empresas familiares lo agradecen y cuidan que no suceda, aclarando perfectamente cada instancia.

A los políticos de todos los colores lo único que me resta es afirmar: ¡se los dije! Ojalá aprendieran de los protocolos familiares y se comporten éticamente.

 

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