Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

26 Feb, 2015

¿Quién podría afirmar que podemos seguir así, siempre? ¿Callar es aceptable, sin decir lo contrario?

Si bien no son pocos los que ante la evidencia acumulada aceptan, que de seguir así, sin cambiar en serio y a fondo en todos los aspectos de la vida nacional, la debacle sería nuestro destino inexorable, son más los que con sólo mencionarles esa posibilidad —además de ponerla por escrito—, de inmediato buscan deslindarse porque, afirman desde el anonimato cobarde, eso que dijo aquél, no lo comparto.

Otros, los que hasta lo que no comen les hace daño, a la búsqueda de quedar bien con el poderoso o con el que piensan lo es, repiten por todos los medios a su alcance que lo que dice aquel loco, ellos, ni por accidente lo comparten.

Hacen saber que mientras aquél es negativo y pesimista, ellos son positivos y optimistas; mientras que aquél cuestiona las malas políticas públicas, ellos las aplauden y promueven. Olvidan que con su conducta, dañan más al país y su economía.

No son pocos también, los que carentes del conocimiento que les posibilitaría entender las causas de lo enfrentado (que ha permanecido  durante decenios, sin hacer los gobernantes, funcionarios y legisladores el menor intento por resolverlo), al escuchar la palabra debacle, buscan el refugio salvador: se deslindan.

Todos ellos, juntos, en una colaboración perversa rinden culto al statu quo y matan cualquier propuesta que busque modificarlo; han impedido durante años, discutir —seria y objetivamente— los problemas del país para enseguida, definir y concretar las  soluciones que, hace unos 30 o 40 años ya eran urgentes y hoy, en las nuevas condiciones del país y el mundo, son de vida o muerte.

Es tal su aversión al riesgo, que les preocupa el solo hecho de que pudiere pensarse que comparten aquella visión que consideran apocalíptica; es tal su miedo, que ni siquiera se atreven a sostener una discusión seria acerca del tema, menos a reconocer lo positivo del hecho que alguien se atreva a decir y escribir opiniones las cuales, ellos, siempre prudentes, modositos  y bien portados, ni siquiera se atreven a pensarlas, menos a decirlas.

El verbo que conjugan a la perfección, en su forma pronominal, no es otro que deslindarse. Ellos, cual pistolero en el Viejo Oeste, se deslindan en menos tiempo del que aquél empleaba para desenfundar, y vaciar los seis tiros del revólver al contrario.

¿Es correcto, ante la situación que enfrenta el país, tanto en la economía como en el respeto y aplicación de la ley, callar? ¿De qué sirve que el presidente Peña haya expresado su apoyo a la crítica como sustento de toda democracia moderna, durante el homenaje rendido hace unos meses a Octavio Paz?

¿Acaso es demagogia pura entregar al nicaragüense Sergio Ramírez el Premio Cervantes —este lunes—, vicepresidente en ese país, que se atrevió a disentir públicamente de la cúpula sandinista y romper con sus dirigentes, por no compartir la visión corrupta y el saqueo descarado de bienes privados en Nicaragua hace unos años, que aquéllos impusieron y practicaron sin freno alguno?

Qué siga pues el deslinde de los que se asustan con el movimiento de las hojas cuando el viento sopla; en tanto ellos viven sus miedos, nosotros, los pesimistas y negativos seguiremos diciendo que esta situación no puede durar así, mucho tiempo.

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