El valor del arte y de las mujeres artistas

En cuestiones de arte no hay mucha diferencia que la que ocurre en el mundo de los negocios y en las oficinas donde los hombres suelen percibir un salario porcentualmente superior al de las mujeres.
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En pleno siglo XX la misma Frida Kahlo (México, 1907-1954) se enfrentó a una tiranía masculina, e inclusive en el ya avanzado siglo XXI en el que vivimos, sigue siendo un símbolo para las mujeres artistas, y no artistas. Foto: Sotheby’s
En pleno siglo XX la misma Frida Kahlo (México, 1907-1954) se enfrentó a una tiranía masculina, e inclusive en el ya avanzado siglo XXI en el que vivimos, sigue siendo un símbolo para las mujeres artistas, y no artistas. Foto: Sotheby’s

Sólo tengo una vida y quiero asegurarme de que sea una buena vida”.-Yoko Ono

Desde el pasado 25 de julio el Museo Nacional de San Carlos de la Ciudad de México presenta la exposición Teoría de la belleza. Pintura italiana en la colección Sgarbi, una extraordinaria muestra de uno de los coleccionistas italianos más reconocidos: Vittorio Sgarbi.

Baste decir que la selección de las cuarenta obras expuestas garantizan un goce de los sentidos. Recomendable, sin duda. La exposición utiliza una pintura de Artemisa Gentileschi (Italia, 1593-ca. 1656) como punto nodal y como imagen de las hojas de sala.

Es la representación de una mujer desnuda, con un cuerpo generoso, entregado a una pasión interior, ajena a las penurias que sorteaban las mujeres por aquel entonces (y que siguen sorteando hoy en día si nos atenemos a las noticias diarias). Artemisa Gentileschi fue, durante un buen tiempo, un ícono de la cultura occidental, como un extraño caso de la mujer artista que se rebelaba contra los conceptos y cánones de la época. Mucho tiempo después llegaron otras tantas que poco a poco fueron tomando los espacios reservados, tradicionalmente, para los hombres.

En pleno siglo XX la misma Frida Kahlo (México, 1907-1954) se enfrentó a una tiranía masculina, e inclusive en el ya avanzado siglo XXI en el que vivimos, sigue siendo un símbolo para las mujeres artistas, y no artistas.

Generalizo, claro. Pero en cuestiones de arte no hay mucha diferencia que la que ocurre en el mundo de los negocios y en las oficinas donde los hombres suelen percibir un salario porcentualmente superior al de las mujeres.

Mientras que Nathalie Gontcharova (Rusia, 1881-1962), una de las artistas mejor valuadas alcanzó los 10.8 millones de dólares por Les Fleurs (1943) y Louise Bourgeois (Francia 1911 – Estados Unidos 2010), obtuvo 10.7 millones de dólares por su famosa Spider. La obra más cara pertenece es Los jugadores de cartas (1892-3), de Paul Cézanne, que alcanzó la estratosférica cifra de 273 millones de dólares [en cada caso se incluyen impuestos].

Foto: Christie’s

Foto: Christie’s

Foto: Sotheby’s

Y sólo se necesitan revisar los récords de las cincuenta obras más caras del mundo, para descubrir que cada uno de esos puestos está ocupado por un hombre. Aunque, a modo de consuelo, baste decir que Frida Kahlo sigue siendo la artista mejor vendida de América Latina (incluyendo hombres y mujeres), con una ganancia de 5.6 millones de dólares por uno de sus autorretratos (1943). Y para las artistas de la actualidad las cosas tampoco marchan tan bien, sólo dieciséis de ellas están ranqueadas entre los primeros 250 artistas mejor pagados de nuestro tiempo, con Yayoi Kusama a la cabeza, pero sólo en el lugar 34, y a 47 millones de dólares de distancia del artista contemporáneo mejor pagado (Jeff Koons).

¿Es una cuestión de calidad artística?

Porque si nos desgarramos las vestiduras, al menos necesitamos saber si las obras de las artistas antes citadas podrían equipararse a las de los pintores en sus mismas circunstancias. Y para comparar peras con peras, Berthe Morisot(Francia 1841–1895), la pintora impresionista con el mayor récord en una subasta, alcanzó los 10.9 millones de dólares con Après le déjeuner (1881), casi la misma cifra que Nathalie Gontcharova, y a la misma distancia de su contemporáneo Paul Cézanne.

La respuesta es obvia, o debería serlo. El valor comercial de una obra no siempre está relacionado con su valor artístico intrínseco –pero en honor a la verdad, ayuda mucho–. ¿Quién de nosotros no vería con mayor interés la obra de un artista que hubiera roto récords en las subastas más recientes?

Pero también tendríamos que cuestionar, como se ha hecho en los últimos cincuenta o sesenta años, el porqué sigue existiendo esta inmensa brecha económica entre lo que se paga por la obra de artistas hombres y la de mujeres. Y sobre todo, qué podemos hacer para cerrar esa brecha, histórica sí, pero no artísticamente justificable.

*DR

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