Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

19 Mar, 2015

Todo indica que con Pemex y el petróleo, no hay que meterse (Parte II)

Una de las ideas más peregrinas —por no llamarla de otra manera, la cual pudiere sonar ofensiva a los oídos de los políticamente correctos—, que suele ser expresada en cuanta oportunidad se presenta ante aquellos, tiene que ver con la privatización de Pemex.

Esta postura, tonta desde cualquier posición que se la juzgue, supone que hay por ahí una fila más larga que La Cuaresma, de pérfidos inversionistas privados que quieren, a costa de lo que fuere, apropiarse de los recursos de la patria y la nación mexicana que hoy, lucen más amenazadas y débiles que en cualquier otra etapa de su historia.

Sin embargo, la cruda realidad es muy diferente. Por si los políticamente correctos no se han dado cuenta, todo inversionista —al margen de si es externo o local—, siempre está dispuesto en invertir —lo que se traduce en una toma de riesgos—, en activos que le permitan recuperar su inversión en un plazo razonable más, evidentemente, la legítima utilidad que el monto de su inversión y el riesgo tomado implican.

Pemex, otra vez por si aquéllos no lo saben, es una entidad que está, basta revisar su balance para comprobarlo, en quiebra. Además, las posibilidades de revertir esta situación en un plazo razonable son, para decirlo claro, imposibles.

Es tan grave la situación que enfrenta Pemex desde hace años, que su nómina sobrepoblada, sus pasivos laborales impagables —lo que obligará, más temprano que tarde a su asunción por parte del Estado mexicano—, sus niveles ofensivos de baja productividad, su corrupción e ineficiencia y dispendio, pero sobre todo, el daño inmenso causado desde hace decenios por el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana y sus líderes corrompidos y corruptos a más no poder, la han convertido en una entidad financieramente inviable, sin la menor posibilidad de rescate alguno.

La gravedad de su situación es tal, que le es imposible —no de ahora, sino desde hace un buen número de años—, liquidar en tiempo y forma lo que para el Estado mexicano sería la renta petrolera y para Pemex, el rubro más elemental de toda empresa: la materia prima que le da sentido a su operación que en este caso, no es otro que el petróleo.

La respuesta del gobierno federal —responsable de la operación de Pemex— y la de los dueños del petróleo —los mexicanos—, ha sido un autismo perverso que ha llevado a aquélla, a la quiebra.

¿Eso, según los trasnochados ideológicos que viven en los años treinta del siglo pasado, es lo que alguien quiere vender? ¿Eso, según ellos, es lo que muchos inversionistas están dispuestos a comprar?

La situación a la que hemos llevado a Pemex, no deja lugar para otra salida que la liquidación del total de su personal y la recontratación bajo nuevas condiciones, a un porcentaje que a lo más sería el 20 por ciento del número actual de trabajadores para dedicarse, única y exclusivamente a lo redituable y fácil de cobrar: explorar, perforar, extraer y comercializar crudo en las mejores condiciones de mercado.

¿Queremos que los mexicanos se beneficien, efectivamente, de la renta petrolera? ¡Hagamos aquello, pero ya! Es mejor hacerlo ahora para rescatar algo porque, si nos tardáremos, nada recuperaríamos pues el petróleo tendría, mañana, un precio mucho menor que el actual.

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