La revolución demográfica de los latinos en EU

Los nativistas están distrayendo a Estados Unidos de la tarea real, que es hacer de la integración de los hispanos un éxito
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 Los hijos y nietos de los inmigrantes están aprendiendo inglés, como lo hicieron los inmigrantes del pasado. Foto: Getty
Los hijos y nietos de los inmigrantes están aprendiendo inglés, como lo hicieron los inmigrantes del pasado. Foto: Getty
Hace 11 años, una película satírica llamada “Un día sin mexicanos” (2004) imaginó a los californianos presas del pánico porque sus cocineras, niñeras y jardineros desaparecían. Si se ubicara en el Estados Unidos de hoy, sería un drama más impactante. 
 
Estados Unidos ha recibido un golpe de suerte extraordinario: una gran dosis de juventud y energía, mientras sus competidores mundiales están envejeciendo. 
 
Si 57 millones de hispanos desaparecieran, los patios de juegos de las escuelas públicas perderían a uno de cada cuatro niños y los empleadores desde Alaska hasta Alabama pasarían apuros para seguir en operaciones. Imagine la escena para mediados de este siglo, cuando la población latina se habrá duplicado de nuevo.
 
Si se escucha a algunos, esta es una historia de advenedizos que amenaza a Estados Unidos, un país bondadoso con una frontera totalmente abierta. 
 
 
Durante casi dos siglos después de la fundación de Estados Unidos, más de 80 por ciento de sus ciudadanos fueron blancos de ascendencia europea. Hoy, los blancos no hispanos han descendido a menos de dos tercios de la población. Están en camino de convertirse en minoría para 2044.
 
En una reciente reunión de republicanos con ambiciones presidenciales, el ex gobernador de Arkansas Mike Huckabee refunfuñó sobre “la gente ilegal” que se apresura a llegar “porque han oído que hay un tazón de comida al otro lado de la frontera”.
 
Los políticos tienen razón de que está en marcha una revolución demográfica, pero su pánico sobre la inmigración y el interés nacional está equivocado. Estados Unidos necesita a sus latinos. Para prosperar, no debe excluirlos, sino más bien ayudarlos a darse cuenta de su potencial.
 
Aquellos que avivan la fiebre fronteriza están equivocados sobre los hechos. La frontera sur nunca ha sido más difícil de cruzar. El reciente crecimiento de la población hispana ha sido impulsado mayormente por los nacimientos, no la nueva inmigración. 
 
Hoy, los blancos no hispanos han descendido a menos de dos tercios de la población.
 
Aun cuando las fronteras pudieran ser selladas de algún modo y todos los migrantes no autorizados fueran deportados, lo cual sería cruel e imposible, unos 48 millones de hispanos legalmente residentes se quedarían. El crecimiento latino no se frenará.
 
También están equivocados sobre la demografía. Desde Europa hasta el noreste de Asia, el siglo XXI corre el riesgo de ser una época de personas ancianas, lento crecimiento y políticas agrias y tímidas. 
 
Los crecientes ejércitos de los ancianos combatirán para defender sus pensiones y otros servicios públicos. Entre ahora y mediados de siglo, la edad media de Alemania se elevará a 52 años. El crecimiento de la población de China se mantendrá sin cambio y luego caerá, y su fuerza laboral ya se está reduciendo.
 
No en Estados Unidos. Para 2050, su edad media será de unos vivaces 41 años y su población seguirá creciendo. Los latinos serán una gran parte de esa historia.
 
A los nativistas les preocupa que los hispanos sean una raza aparte, vinculada a patrias plagadas por la corrupción y el crimen. Los primeros migrantes procedentes de Europa, señalan, forjaron nuevas vidas a un océano de distancia de sus países ancestrales. Los hispanos, por el contrario, pueden mantener lazos con los familiares que se quedaron detrás, gracias a vuelos baratos y a Skype. Este temor es ampliamente exagerado. Las personas pueden amar a dos países, al igual que amar a su cónyuge no significa que amen menos a su madre.
 
Los nativistas están distrayendo a Estados Unidos de la tarea real, que es hacer de la integración de los hispanos un éxito.
 
Se avecina una prueba sin precedentes de movilidad social. Los latinos de hoy son más pobres y están menos educados que el estadounidense promedio. A medida que se retire el enorme grupo principalmente blanco de “baby boomers” de clase media, Estados Unidos debe educar a los hispanos jóvenes que los reemplazarán, o todo el país sufrirá.
 
Algunos estados comprenden lo que está en juego y están aprobando leyes para hacer más barata la universidad para los jóvenes con buenas calificaciones pero con el estatus legal equivocado. Otros están retrocediendo: Los republicanos de Texas están discutiendo si hacer la universidad más costosa para los estudiantes indocumentados, una medida desconcertante en un estado donde, para 2050, los trabajadores hispanos superarán a los blancos en tres a uno.
 
Los políticos en la izquierda y la derecha tendrán que cambiar su postura. Para empezar, tendrán que dejar de tratar a los hispanos como casi un grupo monotemático, como villanos o víctimas del sistema de inmigración.
 
Casi un millón de latinos alcanzan la edad de votar cada año. Con cada elección, los hispanos quieren escuchar menos sobre inmigración y más sobre reforma escolar, atención médica asequible y políticas que les ayuden a entrar en la clase media.
 
Los republicanos tienen más trabajo por delante. El partido ha hecho una labor miserable en el sentido de hacer sentir bienvenidos a los latinos, y ha sufrido por ello en las urnas. Solo 27 por ciento de los hispanos votó por Mitt Romney, el candidato presidencial republicano en 2012, después de que sugirió que se haría tan miserable la vida a los migrantes sin documentos legales que “se autodeportarían”.
 
Sin embargo, los demócratas no tienen razón para engreírse. La mayoría de los latinos simplemente no votan. Conforme se vuelvan más prósperos, sus votos estarán disponibles para el mejor postor. El ex gobernador de Florida Jeb Bush, un aparente contendiente para la Casa Blanca en 2016 que está casado con una latina, ha cortejado a los latinos diciendo que la migración ilegal a menudo es un acto de “amor” familiar.
 
Ya que sus votos no pueden ser dados por sentados, los hispanos se volverán cada vez más influyentes. Esto es especialmente cierto para aquellos que dejan la iglesia católica para convertirse en protestantes. 
 
Este subconjunto ya supera a los judío-estadounidenses, y conforman esa cosa rara, un verdadero electorado oscilante, tras haber respaldado a Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama.
 
Estados Unidos debería dar la bienvenida a la competencia. Su democracia esclerótica necesita a los votantes oscilantes.
 
Los estadounidenses ansiosos deberían tener más confianza en su sistema. Las tasas de graduación de bachillerato están aumentando entre los latinos,  mientras que el embarazo adolescente está cayendo. Los matrimonios interraciales entre hispanos y otros están incrementándose. Los hijos y nietos de los inmigrantes están aprendiendo inglés, como lo hicieron los inmigrantes del pasado.
 
También están aportando algo nuevo. Una distintiva cultura bilingüe hispano-estadounidense está borrando todas las distinciones entre los mexicano-estadounidenses y otros latinos. 
 
El jactancioso poder blando de esa cultura puede sentirse en todo el mundo de habla hispana; en, por ejemplo, artistas como Romeo Santos, un cantante de bachata de origen dominicano-puertorriqueño, criado en el Bronx. Su nombre es desconocido para muchos angloamericanos, pero ha agotado las entradas en el Yankee Stadium en Nueva York, dos veces, y estadios de 50,000 asientos desde Buenos Aires hasta la Ciudad de México. Uno de sus éxitos, “Propuesta indecente” (2013), ha sido visto en YouTube más de 600 millones de veces.
 
Estados Unidos ha recibido un golpe de suerte extraordinario: una gran dosis de juventud y energía, mientras sus competidores mundiales están envejeciendo. Sacar el mejor provecho de esta oportunidad requerirá de pragmatismo y buena voluntad.
 
Si se hace correctamente, un Estados Unidos diverso y abierto tendrá mucho que enseñar al mundo.
 
#kgb 
 

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