Salo Grabinsky

Del verbo emprender

Salo Grabinsky

28 Mar, 2015

Una lacra en las empresas familiares (fin de serie)

Como vimos en la columna anterior, el consumo inmoderado de alcohol en sus diferentes formas es la causa de múltiples problemas, accidentes y enfermedades. Como su consumo es legal en gran parte del mundo y, sólo por razones religiosas se prohíbe (parcialmente) en ciertos países, se tiende a condonar o ignorar sus efectos creando un problema posterior.

El alcoholismo es un problema de siglos, pero a partir de la segunda mitad del siglo XX, surgió una nueva lacra que es el abuso y consumo masivo de sustancias ilícitas o sea las drogas. El resultado es devastador tanto en países productores como en el elevado consumo en las regiones desarrolladas. Sus consecuencias son conocidas y sufridas por todos nosotros.

No me voy a meter en la polémica de la legalización o no de drogas como la mariguana, pero sí es obvio que consumir estupefacientes es el detonador de muchos problemas. Me atrevo a decir, aunque no soy sicólogo, que el recurrir a drogas es el resultado de un problema emocional profundo, el cual no ha sido resuelto y que provoca un círculo vicioso ya que la adicción se profundiza hasta hacerse irreversible.

Otra vez, en las empresas familiares se dan casos de personas adictas a la droga. La legislación federal es muy clara, ya que cualquier obrero o empleado que llegue a trabajar con aliento alcohólico o estando drogado es inmediatamente despedido, sin gratificación alguna. Pero en los miembros de las familias dueñas esta falta se condona o se considera un problema menor a resolverse internamente. Desgraciadamente, el consumo constante de drogas “recreacionales” no es un mal menor, sino más bien el reflejo de una situación grave. Me parece que, sin erigirse en juez ni sacerdote, hay que profundizar en las causas que afectan a la persona adicta, separarla temporalmente de sus labores para impedir que cause un accidente o acto violento, y evaluar su grado de enfermedad para aplicar la rehabilitación necesaria, sin grandes aspavientos ni dictados moralizantes. Simplemente, el adicto(a) es un enfermo y debe aislarse hasta que se cure, previniendo de paso el contagio de los demás.

Las empresas de estructura familiar son más flexibles que otras organizaciones. Pueden “estirar la liga” y aceptar conductas que son penadas incluso por las leyes. También es un hecho que los dueños piensan a largo plazo y tratan de no perder el rumbo que fijaron sus antecesores, pero esa actitud no debe permitirles el rebajar la esencia de los fundadores, pues aun con múltiples carencias y defectos, ellos trabajaron intensamente e hicieron crecer los negocios para pasarlos a las siguientes generaciones. Es una lástima y un grave conflicto el que todo se vaya al demonio por enfermedades de los sucesores que no sean resueltas totalmente.

Otro tema es el patrimonial. Suponiendo que estos miembros familiares decidan (o sean obligados) a dejar de trabajar en la empresa y se les indemnice o que ésta  se venda y reciban una importante suma, el problema no termina ahí ya que el mantener su  adicción los obliga a gastar y derrochar su patrimonio para acabar en la miseria. Eso es válido para los ludópatas (jugadores empedernidos), compradores compulsivos y otros males que aquejan  nuestra vida moderna.

Dado que existen, según la Organización Mundial de la Salud hasta 190 millones de personas adictas a todo tipo de drogas, además de sus terribles efectos de delincuencia, se perfila que el daño en muchas familias y empresas va a ir creciendo por lo que la prevención y control de adicciones será un objetivo prioritario para todos.

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