Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

21 Abr, 2015

¿Seguiremos envejeciendo como si nada?

Hace cuatro días -el viernes de la semana anterior-, finalizó la 48 Sesión de la Comisión de Población y Desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas.

El documento resultante —que las delegaciones no pudieron lograr consensar en cinco días de trabajo y negociaciones—, dedica sólo tres párrafos —cuya vaguedad es preocupante— al problema que considero, sin temor a equivocarme, es hoy el número uno en casi todo el planeta (con la excepción del Continente Africano): el envejecimiento demográfico.

En esa última región, la situación tan particular que en materia de la estructura de la población ahí se registra, difiere de la que enfrenta el resto del mundo pero,  esta diferencia no exime a gobiernos y sociedades de esa región, a atenderla de inmediato.

Por otra parte, si bien entiendo y acepto que los efectos de problemas como la violencia y la inseguridad resultante, junto con la carencia de un Estado de derecho en países como México (y el atraso estructural en materia económica como es, por desgracia, también nuestro caso) entre otros muchos, alcanzan niveles de gravedad impensables en no pocos países, no se comparan con la gravedad y efectos negativos, ya advertida y sentidos éstos, con los que tiene en todos los aspectos de la vida de toda sociedad, el envejecimiento demográfico.

México hoy, sin duda, sufre ya los efectos más inmediatos y claros de esa transición demográfica como son la inviabilidad de los sistemas públicos de pensiones y las finanzas del sistema público de seguridad social, prácticamente en quiebra éste último, mucho nos podrían decir si fueren capaces de hablar.

Lejano en el tiempo se ubica el origen de la situación enfrentada hoy en materia de envejecimiento; sin embargo, ¿por qué a tan pocos parece interesar, y a menos preocupar? ¿A qué se debe que un número no pequeño de grupos de la sociedad —unos aparentemente numerosos, otros minúsculos y algunos verdaderos membretes—, presten tanta atención a temas como el aborto y el cambio de su clasificación legal en los códigos penales, y a la pretensión de imponer —infructuosa por lo demás—, por todos los medios, sus valores al resto de la población?

¿Por qué para unos y otros, el envejecimiento demográfico y sus consecuencias negativas no son tema? ¿Acaso es la ideología combinada con la ignorancia en demografía lo que les impide entender cómo proyectar, correctamente, tendencias advertidas desde hace por lo menos quince años?

¿Acaso podría explicarse también su desprecio por el envejecimiento, por no entender que si nada hiciéremos desde ahora para contrarrestar sus efectos negativos, en 20 o 25 años tendríamos un problema cuya magnitud será de un nivel hoy inimaginable?

¿Acaso a unos y a otros, les importa poco lo que pase con el país y su futuro demográfico, pues su visión es tan limitada y egoísta, que piensan que los temas que expresan su particular interés ideológico, son los que deberían interesar a la sociedad?

Los resultados pues, de la Sesión en la ONU, muy poco o nada abonaron al proceso de entender el envejecimiento demográfico y sus efectos negativos los cuales, de seguir como hasta ahora, mañana podrían ser irreversibles.


 

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