Carlos Velázquez

Veranda

Carlos Velázquez

27 Abr, 2015

Con la visa canadiense pagaron justos por pecadores

Dicen que las personas tienen “los defectos de sus virtudes” y esta frase aplica igual para algunos países, como sucede con Canadá.

Este ejemplo de civilidad, transparencia y pluralidad, de pronto, olvida la importancia de revisar sus decisiones con la rapidez necesaria y aplica a rajatabla sus medidas, aunque sean equivocadas.

Algo así ha ocurrido con su sistema de visado, y mientras la Organización Mundial del Turismo, que comanda Taleb Rifai, insistió en la última década en la importancia de flexibilizar las barreras de entrada a los países para fomentar el turismo, Canadá fue uno de los pocos que actuaron en sentido contrario.

Hace unas semanas, durante la cumbre del World Travel & Tourism Council en Madrid, el caso canadiense fue mencionado por los problemas que han generado sus visas.

Así es que no fue una sorpresa, aunque sí una noticia, que el gobierno canadiense haya anunciado la semana pasada la ampliación de su Sistema de Autorización Electrónica de Viajes (ETA, por sus siglas en inglés), que beneficia a dos países latinoamericanos, que son México y Brasil.

Aunque comenzará a aplicar el próximo año, se estima que llevará, prácticamente, a una normalización en las relaciones turísticas entre Canadá y México, que fueron seriamente alteradas cuando los canadienses impusieron la visa.

Hay unos 16 millones de mexicanos que cuentan con una visa estadunidense y que ya no necesitarán visa para entrar a Canadá, además de todos aquellos que, en los últimos diez años, hayan obtenido una visa canadiense.

Por otra parte, el sistema de visado electrónico tendrá un costo menor al actual y no habrá que hacer trámites engorrosos.

Hace casi seis años —cuando el gobierno canadiense le impuso a la visa a los mexicanos debido a los miles que habían abusado de su política de asilo—, era evidente que tenían el derecho para hacerlo, pero resultó poco afortunado, primero, ejecutarlo de un día para otro y, segundo, castigar indirectamente a quienes siempre se habían comportado correctamente con ese país.

La mayor presión que enfrentó el gobierno canadiense fue de su propia industria turística, que acusa una caída en sus ingresos, debido a las visas.

¿Por qué hubo que esperar tanto tiempo para reconocer que la visa estadunidense ya era un filtro estricto y usarlo, como lo hace México con varios países?

¿Qué sentido tuvo contratar a empresas inadecuadas para atender este servicio en México, por lo que fue necesario ejecutar varios relevos?

¿Por qué no acudieron, antes, a las herramientas electrónicas, cuando muchos otros países menos avanzados tuvieron buenos resultados?

¿Cuál fue la razón por la que nunca atendieron la petición del gobierno de Quebec de eliminar la visa?

Al final, hay que celebrar la noticia de que Canadá se está abriendo, otra vez, para recibir a los mexicanos que, de buena voluntad, quieren viajar, disfrutar y hacer negocios en su magnífico país; pero las aerolíneas, los hoteleros, los operadores de viajes, las agencias, los destinos y muchos canadienses sufrieron con una medida que, evidentemente, estuvo mal diseñada.

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