Víctor Beltri

Víctor Beltri

30 Abr, 2015

Regular drones

En el episodio “The Magical Bush”, de la serie norteamericana South Park, transmitido a finales del año pasado, Cartman va a casa de Butters y se entera de que su padre tiene un drón. Se lo llevan a escondidas a su casa, y comienzan a espiar a los vecinos.

El drón se acerca a casa de Craig, otro de los niños, y graba a su madre, desnuda, hasta que el padre ve el aparato por la ventana y acude, furioso, a casa de Butters a reclamar por la invasión a la privacidad.

South Park es una serie inteligente, de crítica social aguda y profunda. Así lo debió entender también Gerry Corbett, representante de la Civil Aviation Authority británica, quien se refirió al episodio citado anteriormente en un panel de expertos sobre temas de regulación de drones, durante la conferencia SkyTech 2015, celebrada en Londres hace unos días y que es un punto de referencia para la industria.

En la historia, se pone el dedo en la llaga sobre los dos temas aparentemente más complicados de resolver, en cuanto se refiere a la protección de la intimidad: en primer lugar, cómo ligar el aparato al usuario, para atribuir responsabilidades. En segundo, y por mucho el más difícil, cómo asegurarse de que la ley se cumpla.

Existen algunas propuestas al respecto. Por un lado, comienzan a surgir ideas para, por ejemplo, condicionar el uso del aparato a la activación de un chip, a semejanza de lo que ocurre con los teléfonos celulares, para poder identificarlo. Sin embargo, ¿cómo asegurarse de que todos lo hicieran? ¿Cuál sería el criterio para determinar los que tuvieran que cumplir con el registro? ¿El peso? La tecnología lleva a que los componentes sean cada vez más livianos. ¿Y qué decir de aquellos que fueran armados por los propios usuarios, con recursos a su alcance? La respuesta no es sencilla.

Por otro lado, ¿cómo lograr que la ley se aplique efectivamente? ¿Con mecanismos coercitivos? En el episodio la problemática se lleva al absurdo, y se organizan patrullas de drones ciudadanos que cuidan a los vecinos, mismas que a su vez son vigiladas por drones de policía y, en algún momento, entran también los drones del ejército en escena.

Y es que, sin una manera efectiva de ejercer la ley, la norma se convierte en letra muerta, en el mejor de los casos, o en una serie de absurdos que complican lo que debería de ser sencillo. Una ley mal planteada puede hacer mucho más daño que la falta de regulación: en cambio, una ley bien hecha, bien estructurada, puede estimular el desarrollo de una industria.

La autorregulación tampoco parece ser la salida adecuada. La pertenencia obligatoria a clubes de aficionados no garantiza, ni mucho menos, que la presión social sea el factor que avale el uso correcto de los aparatos.

En South Park, de nuevo, el padre de Butters se pregunta, incrédulo, quién podría atreverse a violar los estatutos del código de conducta del club de pilotos aficionados de drones. Es una caricatura, claro, pero resalta lo absurdo de someter la custodia de un bien jurídico, como es la privacidad, a la moralidad de un grupo cualquiera.

Recién fue dada a conocer la circular CO AV 23/10 R2, de la Dirección General de Aeronáutica Civil, en la que el gobierno mexicano establece las limitaciones al uso de drones.

Sí, menciona clasificaciones por límite de peso que quedarán obsoletas en unos meses. No, no establece un mecanismo para la identificación de los aparatos. Sí, somete el uso de algunos a la pertenencia a clubes de aeromodelismo. Los comentarios sobran.

La ley debe ser un vehículo de la innovación, y no una fuente de trámites inútiles y corrupción. Lo invito a continuar la conversación a través de Twitter o de mi correo electrónico, donde responderé con gusto a sus preguntas. Innovemos juntos.

                *vbeltri@duxdiligens.com
                @vbeltri

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube