Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

14 May, 2015

Cambios en el gabinete, ¿por qué y para qué?

Si bien ese deporte regional tan nuestro, propalar rumores acerca de cambios en el gabinete y luego creerlos cual verdades axiomáticas, está a todo lo que da durante los días que corren, no soy de los que piensan que el gobernante debe siempre hacer los cambios que dichos rumores plantean, y menos por las razones que ahí se señalan.

Menos aún acepto, de hacerlos, que sería en respuesta a que las cosas no han salido como se plantearon y la responsabilidad de ello recaería en una mala designación desde el principio mismo de la administración la cual, con el cambio, aparentemente sería corregida.

Tampoco acepto, automáticamente, que toda modificación del gabinete, de darse, sería respuesta obligada a la incapacidad exhibida –más que evidente en no pocos casos en el país que fuere–, frente a la responsabilidad que el gobernante les confirió a sus integrantes al designarlos.

Ahora bien, de registrase algún cambio en el gabinete, pienso que sería motivado más por razones estrictamente políticas, que en respuesta a los señalamientos del uso indebido y corrupto del poder que da, ocupar ésta o aquella posición, y tampoco para corregir la incapacidad exhibida por éste o aquel funcionario. 

La sucesión de todo gobernante o dicho de otra manera, la designación del sucesor –al menos en varios países de la región, cuyo quehacer político todavía guarda no pocas prácticas que fueron regla en los años del autoritarismo–, es el asunto que reclama de aquél una muy buena parte de su atención y le confiere, desde las designaciones mismas, la mayor importancia dentro de la gobernación que pone en práctica.

Sería uno muy ingenuo en pensar que en nuestros sistemas políticos, hay un asunto que concite, hoy en día,  mayor atención que la sucesión.

Ahora bien, veamos los cambios en el gabinete desde otra perspectiva; ¿de qué servirían, de darse, cuando lo único que cambiaría sería el nombre del titular de ésta o aquella dependencia porque, las políticas aplicadas seguirían siendo las mismas del principio? Es más, ¿tendría sentido mover a alguien, si el que lo fuere a sustituir haría lo mismo que el removido?

El problema de la sucesión, hoy en día, no es una cuestión de nombres sino de políticas públicas; cambiar éstas de manera radical, dados los resultados cercanos al desastre, equivaldría a definirse en torno al sucesor o al menos indicaría, ese cambio de políticas públicas, quiénes no serían considerados en la gran decisión.

Esto último, en las condiciones actuales, es un lujo que el gobernante no puede darse. En consecuencia, los nombres que los interesados en el tema conocen y manejan, no serían eliminados pero, eso delo por hecho, en otras posiciones verá usted dos o tres nombres nuevos que se incorporarían a las cartas conocidas lo cual, evidentemente, fortalecería al gobernante frente al proceso sucesorio. En este panorama, ¿importa el comportamiento de la economía? ¿Es una variable a considerar frente a la sucesión que se avecina?

Ante lo visto, no cabe duda que la señora Michelle Bachelet jugó sus cartas de manera magistral pues cambió, y no cambió. ¿Verdad que sí? ¿No me diga que usted pensó que hablaba de México?

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