Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

25 Jun, 2015

Tampoco el Estado de derecho y el respeto de la ley

En la colaboración del martes, aquí mismo (efectivamente, la democracia no es lo nuestro), comenté que somos renuentes a entender y aceptar las bondades y utilidad de contar con una democracia efectiva. Hoy, planteo que tampoco se nos da eso del Estado de derecho, y su vigencia y respeto.

Así como somos refractarios a la democracia, así somos con respecto de la ley; la violamos consciente y sistemáticamente. Es más, eso de que la ley debe ser respetada por todos sin distingo alguno, nos suena a algo ajeno, contrario totalmente a nuestra visión de la vida en sociedad.

La ley y su respeto por todos, no pasa de ser entre nosotros un mal chiste. Podemos, de dientes para afuera, afirmar lo contrario; incluso darnos golpes de pecho a favor de la legalidad, y ponerla como una de nuestras grandes prioridades pero, la realidad es bien distinta. Además, decimos que es, quizás para ver si algún ingenuo que nos escucha se traga el cuento, un sólido pilar de nuestro crecimiento económico.

Es más, no falta por ahí el funcionario que presume el respeto que profesamos a la ley, cantaleta que repite cual merolico; afirma, sin el menor recato, que aquí priva el respeto pleno del Estado de derecho que nos sirve, además, para generar confianza entre los inversionistas.

Sin embargo, no pasa mucho tiempo para que el ingenuo que nos creyó nuestras mentiras, enfrente una realidad acerca de la cual nadie lo previno. Lo que padece no es, ni de lejos, el respeto mínimo de la norma; por el contrario, lo que ve y sufre es una conducta cavernaria donde, el respeto de la ley es un mal chiste pésimamente contado.

¿A qué viene lo anterior? ¿Por qué tanta bilis en relación con nuestra arraigada costumbre de violar sistemáticamente la ley? ¿Acaso desconocía yo, esa parte de nuestra forma de ser? ¿Lo que entonces en párrafos anteriores, es un exabrupto, mas no reflejo objetivo de lo que somos, y de cómo somos? Lo dicho y más, es la reacción natural a la respuesta que recibí de los que opinaron acerca de mi posición, en relación con el asalto frustrado por un jefe de grupo de la policía del DF y ahora, como reconocimiento a su acto heroico, fue ascendido a comandante.

Por supuesto, nadie señaló el posible uso excesivo de la fuerza; en congruencia con esa visión cavernaria y primitiva de la ley y el nulo respeto que nos distingue, lo menos que dijeron es que lamentaban que el policía no hubiera matado al ladrón. Sin embargo, comentaban felices, que al quedar paralítico sería una rata menos en la calle. Nadie comentó, que debió haber habido una revisión del caso, aun cuando hubiera sido para despejar toda duda acerca de un exceso de legítima defensa. El mensaje pues, fue claro: El mejor ladrón es el ladrón muerto y, si es por la espalda, mejor aún. 

¿Qué es eso del protocolo que norme la actuación de la policía? Nada, aquí las cosas son expeditas y efectivas; era un delincuente reincidente y por lo tanto, qué bueno que haya quedado paralítico pues como dijo más de uno, merecido lo tiene. Ya ve, tampoco la cultura de la legalidad es lo nuestro mas la ley de la selva sí; pero si lo prefiere, la de la pistola, como en el lejano oeste.

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