Víctor Beltri

Víctor Beltri

2 Jul, 2015

Miss Universo

Los cambios importantes, positivos, no aparecen de la nada: siempre es necesario un acontecimiento que los detone y, por supuesto, contar con la capacidad de utilizar las circunstancias para lograr el máximo beneficio. De eso se trata la innovación, precisamente: no se trata sólo de desarrollar las capacidades de gestión necesarias, sino de detectar o propiciar, y por supuesto aprovechar, los cambios disruptivos que puedan afectar el esquema normal de las cosas.

La innovación, como hemos discutido en este espacio en diversas ocasiones, es una disciplina transversal y que tiene cabida en todos los ámbitos del actuar humano: la propia naturaleza humana propicia las circunstancias de buscar una mejor manera de actuar, más eficiente, con más beneficios. Beneficios de todo tipo: desde aquellos de índole económica hasta los de carácter eminentemente técnico o incluso sociales.

Los ejemplos están presentes en todos lados: la llegada de la electricidad no sólo hace posible el desarrollo de máquinas más complejas y producción acelerada, sino que también rinde beneficios sociales disruptivos al disminuir la criminalidad iluminando las calles más peligrosas. Una niña en Paquistán comienza a escribir en un blog la vida bajo el régimen talibán, y termina embarcando a la comunidad internacional en una cruzada por la educación y los derechos de los menores. Un presidente utiliza un partido de rugby, y termina con la segregación racial en un país entero.

El tema de la innovación social adquiere mayor relevancia cuando, como afirmaba en días pasados la periodista Fernanda de la Torre en su cuenta de Twitter, la polémica generada en torno a las afirmaciones de Donald Trump pone en la palestra, de forma necesaria, a los certámenes de belleza que organiza. Concursos que, al fin y al cabo, no adolecen de falta de congruencia: la mano de Trump es evidente desde el mal gusto en la organización del concurso; la comercialización grosera del mismo; la concepción de la mujer como un objeto que puede ser tasado, valorado y adquirido; la frivolidad y la superficialidad que son un sello característico de quien ahora es defenestrado, con justa razón, por el público en general.

Es ridículo que sigan existiendo este tipo de concursos, y lo es aún más la relevancia que adquieren en nuestras sociedades. Las mujeres que son elegidas por Trump, con los métodos que él mismo determina, para ostentar una corona de oropel entre lágrimas, tienen asegurado el acceso a un cuento de hadas que en algunos países se ha convertido en una verdadera industria. Una industria que gira en torno, y enriquece, a un personaje que abiertamente desprecia a su mercado. Un personaje que, a final de cuentas, contribuye en buena medida a la definición del modelo femenino de moda: él es el que decide quién será Miss Universo.

Hace unos días los organizadores del concurso en nuestro país anunciaron, con gran dignidad, que no participarían en el certamen auspiciado por Trump. Sin embargo, no dijeron qué es lo que harían en su lugar: la dimensión del negocio hace suponer el surgimiento de alternativas para atender un mercado, sin duda, jugoso. ¿Por qué no aprovechamos, y hacemos las cosas de forma correcta?

Es una oportunidad magnífica de innovación social, con efectos positivos a corto, mediano y largo plazo. ¿Por qué no premiar, en vez de la mera apariencia física, el esfuerzo y la capacidad intelectual? ¿Por qué no organizar concursos que terminen con la imagen atávica de la mujer como objeto, y reconozcan, en cambio, el rol fundamental que ocupa en nuestras comunidades? ¿Por qué no premiar a tantas mujeres que merecen –y necesitan- ser ejemplo de la sociedad entera? ¿Por qué no aprovechamos la oportunidad, el cambio disruptivo, que nos está poniendo en bandeja de plata Donald Trump?

 *vbeltri@duxdiligens.com

Twitter: @vbeltri

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