Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

7 Jul, 2015

¿Por qué se niegan a hablar con la verdad? ¿Qué temen?

La situación de  nuestra economía, dígase lo que se diga, no se ve del color de rosa que los voceros oficiales y oficiosos utilizan para tratar de cubrir las cuarteaduras que, para cualquier observador medianamente informado, son ya grietas inmensas.

Las palabras de los funcionarios y las de sus más entusiastas panegiristas, defensores y promotores, constituyen un coro desafinado el cual, como dice la canción, quedó más bien en un chisguete pues aquel chorro de voz, brilla por su ausencia.

La intención, vieja por lo demás —no privativa de este gobierno—, de tratar de vender a los millones de desencantados que enfrentan cotidianamente una realidad que en nada se corresponde con la que aquéllos venden y propalan sin control alguno, se queda en eso, en la pura intención; en el deseo imposible de concretar de los que temen reconocer su incapacidad, y menos los daños causados a la economía y el crecimiento como consecuencia de sus decisiones, en no pocos casos absurdas.

Las sociedades democráticas, a lo largo de años, han desarrollado la cura para esa enfermedad; no hay país democrático que no haya sufrido los estragos de las decisiones de malos gobernantes,  de los incapaces y los corruptos. La hora del relevo les llega, pues el elector decide que se vayan y lleguen otros que a su juicio, parecen ser menos incapaces o más calificados para la gobernación y también, en muchos casos, honrados o si gusta, menos corruptos que aquéllos que echa del gobierno con su voto.

En estos procesos que como dije, son normales y de gran utilidad en toda democracia para consolidarla, hay un elemento el cual, si bien no corrige del todo los efectos negativos de incapacidades y corruptelas, si ayuda a paliar los efectos de ambas. Éste, no es otro que la verdad, y reconocer -por parte de los incapaces y los corruptos-, sus limitaciones en  el caso de los primeros, y las raterías en el caso de los segundos.

Contra lo que pudiere pensarse, cuando los unos y los otros hablan con la verdad, cuando se dirigen al que los eligió con un sentido autocrítico auténtico, el ciudadano lo acepta y entiende y también, perdona.

Sin embargo, aquí y ahora, esto ni por accidente se ve; aquí, lo que rige es la soberbia, escurrir el bulto y echar culpas de errores y fracasos al otro, al ajeno. Con esta conducta, que sólo exhibe la cobardía propia de quien nada entiende de la gobernación, y menos de lo que debe ser una visión de Estado, agrava lo de por sí grave y encarece la salida del que con toda seguridad, en la siguiente elección, será echado al basurero de la historia.

¿Qué hacer para tratar de corregir o al menos, de paliar el daño y los efectos negativos de una conducta así de pedestre en la gobernación? Es más, ¿es posible enfrentarla con probabilidad de obtener éxito en el intento?

Pienso que sí; el primer paso, sin embargo, debe darlo el responsable de errores y fracasos; es decir, es el gobernante y sus funcionarios los que deberían hablarnos con la verdad, sin importar lo doloroso que pudiere ser ésta. La verdad es lo que puede sentar las bases de la corrección, hoy obligada y urgente.

¿La escucharemos, cuando aún sea tiempo?

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