Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

9 Jul, 2015

Repetir y repetir una tontería, no la vuelve expresión de sabiduría

Vieja es la costumbre entre nosotros, por parecer inteligentes y conocedores de éste o aquel tema; el recurso más socorrido, particularmente entre los políticos, es acuñar expresiones que su autor considera ideas y conceptos innovadores los cuales, aquí está lo peligroso del asunto, vende como verdaderas joyas de sabiduría.

Dado que esto se da, como dije, entre políticos —sean gobernantes, funcionarios o legisladores—, las cosas a veces se pasan de tueste como decimos coloquialmente. No hablo de cosas como la propensión a crear verbos o sustantivos que sólo causan hilaridad, o exhiben una ignorancia supina en materia de lenguaje como el sospechosismo de Creel, y menos aún del verbo nuclear, sino de algo serio y potencialmente dañino para la gobernación.

Si todas las ocurrencias de nuestros políticos fueren así de inocuas, las cosas no pasarían del comentario chusco pero, cuando van más allá, estamos ante supuestas ideas y conceptos inteligentes e innovadores que tergiversan burdamente, el original y también, presentan éste o aquel proceso en una forma tal, que no guarda relación alguna con la definición correcta.

En ambas situaciones, estamos ante lo que puede llevar a definir políticas públicas carentes de todo sustento y, en no pocos casos, al dispendio de recursos públicos, y a más corrupción.

Ahora bien, ¿a qué se debe esa propensión, sea en la política y la vida empresarial, en los ambientes culturales y artísticos o en la farándula, a crear conceptos y expresar ideas los cuales, las más de las veces son simples ocurrencias que sus autores juzgan perlas de sabiduría, dignas de ser reverenciadas por el resto de los mortales?

¿Afán de trascender, o deseo de verse intelectuales? Quizás, ¿por qué no?, debido a una idea equivocada que nuestros políticos han hecho suya, que ven las credenciales académicas de sus colaboradores como garantía incuestionable de sabiduría e inteligencia lo que es, evidentemente, un error garrafal. En consecuencia, ellos mismos se colocan en una posición de debilidad intelectual, que los hace ver como incapaces, ante éste o aquel doctor.

América Latina, particularmente desde los años ochenta del siglo pasado, vio llegar al sector público un ejército de doctores, graduados todos en universidades de Estados Unidos y en algunas europeas. Esos doctores,  sin proponérselo, contribuyeron a conformar un nuevo paradigma de funcionario capaz y, sobre todo, moderno y con visión de futuro.

La verdad de las cosas, es que los que lograron desde el sector público cierto éxito —tanto en México como en algún país sudamericano— lo hicieron, no como consecuencia de su doctorado sino por haber archivado el papel, y entendido a cabalidad el quehacer político en su país. También, factor no menor, por haber entendido las especificidades de sectores y actividades económicas a transformar y por supuesto, la fuerza real de los grupos de poder.

A todo esto se preguntará usted, ¿qué ejemplos podría yo dar de ideas innovadoras aquí en México? Dos de mucha actualidad: la democratización de la productividad y la visión que nos venden del Presupuesto Base Cero. Ambas, simples ocurrencias.

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube