Víctor Beltri

Víctor Beltri

23 Jul, 2015

Lluvias y prevención

 

Comienza la temporada de lluvias y, con ella, el caos habitual. Inundaciones, vehículos descompuestos, tráfico desquiciado. Lo vemos de forma cotidiana, cada año, quienes vivimos en la Ciudad de México: las condiciones geográficas y la mecánica de suelos prevalente, aunadas a una sobrepoblación brutal, nos condenan a la lucha constante en contra de los elementos y de nuestra propia falta de planeación.

Así, no habrá drenaje que sea suficiente para una ciudad que está acostumbrada a tirar, sin mayor miramiento, la basura en la calle. Los mantos acuíferos se seguirán secando, puesto que no nos hemos interesado en recolectar el agua de la lluvia y aprovecharla. Los congestionamientos no terminarán nunca, cuando las vialidades han sido planeadas para dar salida a un tráfico mucho menor al que tienen que soportar en la actualidad.

Esto, sin embargo, ocurre en una ciudad en la que existe un gobierno que funciona y que está sometido de manera constante al escrutinio de la opinión pública. Las redes sociales, y los mismos medios de contacto que la autoridad pone a disposición de los ciudadanos, permiten esperar algún tipo de respuesta a las demandas de la sociedad. Los resultados están a la vista: es común ver, en redes sociales, las denuncias de fallas en los servicios públicos, mismas que son atendidas con mayor o menor presteza o a las que se presta, en el peor de los casos, el auxilio necesario para atender las contingencias. Hace un par de semanas un ciudadano protestaba, con razón, en contra de la omisión de la autoridad para atender de forma oportuna el reporte que había hecho para desazolvar un camino, mismo que había terminado por inundarse y ocasionar un caos vial. El asunto adquirió relevancia en redes sociales, y circularon profusamente las fotografías de la inundación y, también, de las autoridades atendiendo a los afectados y reparando, ahora sí, el camino en cuestión. Lluvias atípicas, decía el reporte oficial.

El problema surge cuando las habituales lluvias atípicas ocurren en lugares en donde no existe una autoridad definida, en donde nadie se hace responsable de los servicios públicos. En los lugares en los que no hay ante quien protestar, y mucho menos a quién reclamarle por medio de mensajes airados en redes sociales. Los lugares en los que las desgracias se anticipan cuando el cielo se encapota y existe el riesgo de que el aluvión termine con las vidas de sus habitantes en cualquier momento, sin servicios de emergencias para prestar al menos los primeros auxilios. Esos asentamientos de los que supimos, hace un par de años, que habían sido arrasados por la fuerza de los elementos en comunidades apartadas, en los estados más pobres de la República.

Lo vimos en 2013 con el huracán Manuel que dejó un saldo de 123 muertos, 59 mil evacuados y más de treinta mil viviendas dañadas. Los temporales arrecian año con año y es un despropósito que escondamos, bajo una supuesta atipicidad de las precipitaciones, nuestra falta de preparación.

Es preciso hacer las cosas de forma distinta si queremos obtener resultados diferentes: la tecnología permite prevenir los riesgos relacionados con los temporales de lluvia, y predecir con exactitud cuáles serán las comunidades afectadas, teniendo tiempo suficiente para tomar acciones que salvan vidas. Hace dos años, la tragedia de Guerrero nos sirvió para tomar consciencia del problema y comenzar a adoptar medidas al respecto. Hace un año, las medidas definidas tendrían que haber sido probadas, y para esta temporada de lluvias deberíamos de tener un saldo mucho menor que en años pasados. Esto, claro, si las autoridades hubieran actuado con eficacia e innovación. Veremos si aprendimos de los errores o seguiremos hablando de lluvias atípicas.

vbeltri@duxdiligens.com

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