Víctor Beltri

Víctor Beltri

30 Jul, 2015

La bola de nieve de el Piojo

Algo dejó, a final de cuentas, el paso de el Piojo Herrera por la Selección Nacional. Y no necesariamente en términos deportivos: el balance de su gestión puede —y debe— ser analizado también en términos de innovación social.

Miguel Herrera es un personaje visceral, que lleva su pasión a la caricatura. Lo pudimos apreciar desde sus desmedidos festejos que, si bien le dieron la vuelta al mundo, difícilmente podrían ser aceptados como normales en cualquier otra circunstancia. Sin embargo, es su propia naturaleza y, por lo mismo, era de esperarse que sus reacciones, aun en eventos distintos, fueran similares. Alegrías violentas, tristezas violentas, enojos violentos.

El público mordió el anzuelo de una personalidad en apariencia fresca, desafiante, y Herrera lo supo entender. Trató de explotar sus gestos, sus festejos, sus explosiones y se regodeó ante los aplausos recogidos. Cuando los contratos de publicidad empezaron a caer y el Piojo estuvo literalmente hasta en la sopa, comenzó a labrarse lo que sería el gran legado de Miguel Herrera: la ejemplaridad.

El Piojo tuvo tres errores que no supo evitar, montado como estaba en la propia certidumbre del amor popular a prueba de todo. Era un silogismo falaz: su carácter agresivo le generaba fama, la fama le generaba contratos. Ergo, a más agresividad mayores contratos, mayores ingresos, pero también a más fama mayor soberbia. Y la soberbia combinada con la agresividad, más una porción generosa de estulticia, no es una mezcla que lleve muy lejos a ninguna persona pública.

Miguel Herrera es un hombre ejemplar, en cuanto a que sus acciones servirán como referencia futura para situaciones similares. La ejemplaridad de Herrera, sin embargo, no es positiva: constituye uno de los casos más emblemáticos de la defenestración de una figura pública a partir de faltas de ética. El Piojo, en los tres errores mencionados con anterioridad, dio muestras inequívocas de una ambigüedad y apertura moral que no pasaron desapercibidas para la población. Herrera, con su personaje de caricatura, puso por primera vez y de manera amplia sobre la mesa el cuestionamiento sobre si una figura pública debe de continuar en su encargo, a pesar de los resultados obtenidos, tras haber cometido faltas de ética flagrantes.

El veredicto público fue contundente, primero, con las violaciones a la ley electoral. Y la reacción de El Piojo fue la esperada, llena de agresividad y soberbia, lo que él consideraba su fórmula del éxito. Miguel Herrera contestó con cinismo a los reclamos válidos de la sociedad, quien no habría de perdonarlo, y mucho menos dada el aura de corrupción que envuelve a quien eligió representar. Fue entonces cuando mucha gente dejó de sentir el mismo entusiasmo por quien antes había sido encumbrado y, para cuando ocurrió la lamentable victoria del equipo nacional ante Panamá, las decisiones tomadas y las declaraciones vertidas, de nuevo, entre agresividad y soberbia, terminaron de perderlo.

Un hombre sin sentido del honor, para quien ganar a como dé lugar es lo más importante. La sociedad mexicana lo habría perdonado en otros tiempos, tal ha sido nuestra pobreza de triunfos. Pero en esta ocasión no fue así. El triunfo no fue tanto motivo de júbilo como de reflexión por las formas de haberlo obtenido, formas que Herrera jamás consideró importantes. En su esquema de triunfo no cabía la preocupación por la honestidad, como el jugador que mete la pierna y después levanta las manos aduciendo inocencia. Para cuando llegó la agresión al periodista, el murmullo se tornó en clamor y su permanencia al frente del equipo fue insostenible.

México está cambiando: son tiempos de innovación social. Ha caído el primer líder nacional, aun sea deportivo, por faltas a la ética. Esto debería de ser el inicio de una bola de nieve que, hoy en día, es más que necesaria.

                *vbeltri@duxdiligens.com

                Twitter: @vbeltri

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