¿Qué salió mal con el auge económico de Latinoamérica?

El FMI concluye que la desaceleración en la región está estrechamente relacionada con los precios de las materias primas
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Latinoamérica tradicionalmente ha sido mala en la innovación. Su gasto en investigación y desarrollo como parte del PIB es de menos de la mitad que en los países desarrollados. Foto: Foter  Ale J. Ven.
Latinoamérica tradicionalmente ha sido mala en la innovación. Su gasto en investigación y desarrollo como parte del PIB es de menos de la mitad que en los países desarrollados. Foto: Foter Ale J. Ven.
En junio de 2006, Luiz Inácio Lula da Silva, entonces presidente de Brasil, fue a Itaboraí, una aletargada localidad agrícola ubicada donde las planicies al lado de la Bahía de Guanabara se juntan con la cordillera costera. Ahí anunció la construcción de Comperj, el complejo petroquímico de Río de Janeiro, un proyecto faraónico de dos refinerías petroleras y un conjunto de plantas petroquímicas. Con pronósticos de 220,000 nuevos empleos en una localidad de 150,000 habitantes, Itaboraí se preparaba para un auge.
 
Hoy, es casi un pueblo fantasma. Su extensa calle principal colinda con un centro comercial que permanece cerrado y está acentuada por una veintena de cuadras de torres de departamentos y de oficinas, una con un helipuerto en la azotea, todas terminadas en los últimos meses y todas llenas de letreros de “Se vende”.
 
“Muchas personas apostaron a este nuevo El Dorado en Itaboraí”, dijo Wagner Sales del sindicato de los trabajadores que construyeron Comperj, “y no sucedió”.
 
¿Qué pasó? Las compañías privadas que se supone se unirían a Petrobras, el gigante petrolero controlado por el Estado, invirtiendo en las plantas petroquímicas se asustaron cuando un auge del gas de esquisto en Estados Unidos redujo los costos de sus competidores ahí. Lula y su sucesora, la presidenta Dilma Rousseff, abrumaron a Petrobras con el desarrollo de nuevo campos petroleros marítimos como operador monopólico mientras también añadía otras tres refinerías.
 
Un escándalo de corrupción y el desplome de los precios del petróleo afectaron duramente a la compañía. Comperj se ha reducido a una pequeña refinería, y su fecha de conclusión ha sido postergada hasta mediados de 2016.
 
 
Luiz Fernando Guimarães, secretario de desarrollo económico del gobierno municipal, estima que hay 4,000 oficinas vacías en la ciudad. Hace dos años, el alcalde se disponía a promover a Itaboraí como un centro logístico, pero su carta de triunfo – su ubicación cerca del punto de encuentro entre una nueva autopista que rodea a la Bahía de Guanabara y la principal autopista costera – se perdió porque el gobierno federal de esa “condenada Doña Dilma”, como Gumarães llama a la presidenta, no ha construido el último trecho hasta la localidad.
 
La situación de Itaboraí se repite, aunque menos dramáticamente, en toda Latinoamérica. El aumento en los precios de las materias primas como los minerales, el petróleo y los granos, provocado por la industrialización de China, desencadenó una década dorada para la región; o, más precisamente, para los países exportadores de materias primas de Sudamérica. El crecimiento promedió el 4.1 por ciento en la década concluida en 2012. Con él se dio una transformación social: Sesenta millones de personas salieron de la pobreza, y la clase media creció.
 
Ahora han terminado los buenos tiempos. La economía de Latinoamérica está frenándose: Se las ingenió para crecer apenas 1.3 por ciento el año pasado. La cifra de este año será de solo 0.9 por ciento, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), lo cual marcará el quinto año consecutivo de desaceleración.
 
Esto no solo ha sorprendido a los pronosticadores, sino que Latinoamérica se ha desacelerado más que cualquier otra región emergente. Muchos estiman que ahora enfrenta un “nuevo crecimiento normal” de solo 2 a 3 por ciento al año. Eso pondría en peligro los recientes logros sociales. La caída de la pobreza ya se ha frenado.
 

¿Qué salió mal? ¿Latinoamérica despilfarró su auge?

 
Una explicación inmediata para la desaceleración es la caída en los términos comerciales de la región, la proporción del precio de sus exportaciones en relación con el precio de sus importaciones. Tras elevarse en tres veces entre 2003 y 2011, los precios de las materias primas cayeron un poco a partir de ahí para luego desplomarse significativamente el año pasado.
 
Desde 2011, la inversión en las economías de la región se ha frenado, y el FMI concluye que la desaceleración está estrechamente relacionada con los precios de las materias primas. Los mercados financieros han respondido en consecuencia, y las principales divisas de la región se han depreciado en un promedio de 20 por ciento frente al dólar desde mediados de 2014 y la mayoría de los mercados bursátiles están deprimidos. El inminente aumento en la tasa de referencia de la Reserva Federal de Estados Unidos elevará los costos del endeudamiento.
 
En el pasado, esas abruptas reversiones tendieron a causar pánico y salidas de capital. Esta vez, al menos es en parte diferente. Mejores políticas macroeconómicas, como tipos de cambio flotantes y una deuda pública menor, han permitido a muchos países hacer ajustes suavemente. Chile, Colombia y Perú, que han manejado sus asuntos de manera responsable, siguen creciendo, pero mucho más lentamente.
 
También Bolivia, cuyo gobierno izquierdista ha sido relativamente prudente. Centroamérica, la República Dominicana y México, que son importadores netos de materias primas, se encaminan a tener mejores resultados que el promedio en los próximos años.
 
Los más afectados son los países que manejaron mal sus políticas, en diversos grados. Después de un derroche fiscal inflacionario, Brasil enfrenta un ajuste inevitable: su economía se contraerá en 1.2 por ciento este año, según el gobierno, y el desempleo está aumentando. Argentina está soportando un prolongado estancamiento y una inflación de dos dígitos.
 
Venezuela enfrenta una dolorosa contracción del 7 por ciento este año y una inflación del 95 por ciento, dice el FMI, y en el mercado negro su moneda ha perdido la mitad de su valor frente al dólar desde enero.
 

El auge no se desperdició por completo, pero tampoco se capitalizó completamente”, concluyeron en un reciente estudio Guillermo Perry y Alejandro Forero de la Universidad de los Andes en Bogotá.
 
La mayoría de sus utilidades se destinaron a un desenfreno del consumo y a las importaciones. En comparación, la expansión de Asia ha sido posible gracias a las exportaciones manufacturadas, la inversión y el gasto en infraestructura, lo que ha incrementado su potencial para el crecimiento futuro.
 
Sin embargo, los niveles de inversión tradicionalmente bajos de Latinoamérica aumentaron. Finanzas públicas y bancos más fuertes y mejor regulados y niveles más altos de reservas internacionales significaron que la región navegó por la gran recesión de 2008-2009 con solo una breve recesión. No obstante, ese éxito se les subió a la cabeza a los políticos. Muchos fueron muy lentos en retirar el estímulo fiscal que habían aplicado. Con la excepción parcial de Chile y Perú, ningún gobierno tiene ahora la influencia para mitigar la desaceleración a través de la política monetaria o fiscal.
 
Para regresar a un crecimiento más alto, Latinoamérica debe abordar sus debilidades estructurales crónicas. Expresado sencillamente, exporta, ahorra e invierte muy poco, sus economías no están lo suficientemente diversificadas y demasiadas de sus empresas y trabajadores son poco productivos.
 
El ascenso de China, y del mundo emergente en general, durante los últimos 15 años ha agravado algunos de estos problemas, concluyó el Banco Mundial en un informe publicado en mayo. China reforzó el papel de Latinoamérica como exportador de materias primas mientras el peso relativo de sus exportaciones manufacturadas disminuía, concluyó el banco. Eso se debe en parte a la baja tasa de ahorros de Latinoamérica; menos del 20 por ciento del PIB, comparado con el 30 por ciento en el sudeste asiático. La región ha dependido de atraer ahorros extranjeros, lo cual significa que sus divisas se apreciaron durante el auge más de lo que lo habrían hecho de otro modo, volviendo poco competitivas a muchas empresas no dedicadas a las materias primas.
 
En los años 90, Latinoamérica empezó a diversificar sus exportaciones, vendiendo una mayor variedad de productos, pero eso se ha revertido desde 2000. Solo un pequeño y declinante porcentaje de las exportaciones de la región son de productos “complejos”, es decir, de conocimiento intensivo.
 
Esto importa: Ricardo Hausman, un economista venezolano en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, ha encontrado una correlación estrecha entre la diversidad y complejidad de las exportaciones y el subsecuente crecimiento económico.
 
El problema que enfrenta Latinoamérica, dijo Hausmann, “son las cosas que debería haber y no hay. (Los latinoamericanos) rara vez hablan sobre tecnología e innovación, así que no hay nuevas industrias que asuman el papel de las materias primas”.
 
Expresado de otra manera, el problema de Latinoamérica es su fracaso para unirse a lo que los economistas llaman “cadenas de valor mundiales”, las cuales de hecho son principalmente regionales. La industria moderna necesita elaborar cadenas de suministro con partes provenientes de varios países diferentes, pero a menudo son vecinos.
 
Un 72 por ciento del “valor extranjero añadido” a las exportaciones de los países europeos es intrarregional; en otras palabras, se origina en otras naciones europeas. El equivalente para Asia es 56 por ciento y para Sudamérica de apenas 30 por ciento, según el Banco Mundial. Solo México está conectado a estas cadenas de valor, gracias a su integración económica con Estados Unidos.
 
La brecha de la productividad entre Latinoamérica y el resto del mundo se ha estado ampliando. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, la productividad total de los factores de Latinoamérica – la eficiencia con la cual trabajan juntos la mano de obra y el capital – fue ligeramente más de la mitad del nivel de Estados Unidos en 2010, comparado con casi tres cuartas partes en 1960. Durante el mismo periodo, el este asiático ha reducido su brecha de alrededor de la mitad a un tercio.

 

¿Por qué los latinoamericanos son relativamente improductivos?

 
Consideremos el negocio de Alejandro Valladares, en una tranquila calle en Huaycán en el extremo oriental de Lima, la capital de Perú. En una gran sala de paredes de bloques de concreto desnudos en la planta baja de su casa, Valladares tiene una veintena de máquinas tejedoras. Produce unos 12,000 pares de calcetines para bebé al mes. Los vende localmente, pero también en Panamá. Emplea a cuatro de sus hijos y otros dos trabajadores. Sacan para vivir, pero no mucho más.
 
¿Qué le impide crecer? La competencia china, dijo Berta Valladares, una de sus hijas. Las ventas eran mejores hace 15 años, afirmó. Los pedidos han aumentado recientemente, pero solo porque la familia ha aceptado márgenes menores.
 
Ampliarse requeriría más capital, añadió Valladares. Aprecia sus máquinas tejedoras británicas Bentley Komet, compradas de segunda mano en fábricas, pero la tecnología es anterior a la Segunda Guerra Mundial. No tiene más espacio en su casa. Después de atrasarse en los pagos de un préstamo, vendió sus autos y envía los productos al mercado en taxi. Ya no hace tratos con bancos.
 
“Quiero una vida tranquila”, dijo.
 
Su hija sueña con estudiar administración de empresas o conseguir un empleo que la capacite en producción computarizada, pero debe combinar su trabajo con el cuidado de sus dos hijos.
 
Latinoamérica tiene muchas grandes compañías modernas, algunas de las cuales se han convertido en multinacionales exitosas. Sin embargo, las empresas latinoamericanas típicas se parecen al taller de Valladares, y carecen de escala, tecnología y administración profesional.
 
Hay varias razones por las cuales las compañías latinoamericanas encuentran difícil ser más productivas. Andrés Velasco, un ex ministro de finanzas de Chile, insiste en la falta de competencia en lo que, salvo Brasil y México, son mercados nacionales más bien pequeños.
 
Lograr una mayor escala es vital para elevar la productividad, y eso significa ir al extranjero. Sin embargo, pese a que se habla mucho de integración, Latinoamérica sigue siendo bastante proteccionista. Crecer más allá de la región es difícil, dada la ubicación de Sudamérica. Como señala Velasco, los exportadores en China o Alemania tienen 20 por ciento de la economía mundial en un radio de 2,900 kilómetros, pero sus contrapartes chilenos no tienen esa ventaja. Las cadenas de valor mundiales pudieran estar fuera del alcance.
 
“Para vender a Asia”, dijo, “se tiene que vender el producto completo, no parte de él”.
 
Otra vieja explicación para la baja productividad es que la mitad de los latinoamericanos trabajan en empresas informales y no registradas que pasan apuros para conseguir tecnología y capital. Esas empresas compiten injustamente con las legales y hacen mayor su carga fiscal. Santiago Levy del BID cree que algunos gobiernos han alentado la economía informal al establecer pensiones no contributivas y un seguro de salud gratuito junto con planes tradicionales de seguro social contributivo que grava al empleo formal.
 
La informalidad es consecuencia en parte de la regulación barroca que se suma a los costos empresariales. Piero Ghezzi, el ministro de producción de Perú, lamenta que una de las pocas zonas de desarrollo industrial del país, en Tacna en la frontera con Chile, no tenga inquilinos – aun cuando ofrece exención del impuesto sobre ingresos corporativos – porque los procedimientos para establecerse ahí son demasiado complicados. Él está desplegando un pequeño equipo de “desburocratizadores” para tratar de eliminar los obstáculos regulatorios.
 
Un freno aún más poderoso para la productividad es la falta de carreteras, puertos y demás infraestructura en la región. Mientras China invierte el 9 por ciento de su PIB en infraestructura e India el 6 por ciento, Latinoamérica dedica solo el 3 por ciento, según CAF, un banco de desarrollo.
 
La falta de dinero ya no es el mayor problema: Países como Chile, Colombia y Perú han movilizado a las finanzas privadas hacia la infraestructura. Más bien, es la dificultad para construir cualquier cosa.
 
Tomemos a Perú, la de más rápido crecimiento entre las economías más grandes de Latinoamérica durante los últimos 10 años. Entre 2005 y 2013, el gobierno concedió contratos para 62 proyectos de infraestructura con valor de 15,000 millones de dólares, dijo el cabildero Gonzalo Prialé, pero solo se ha gastado 55 por ciento del dinero.
 
Si se viaja hacia el sur desde Lima, la autopista acaba en la localidad agrícola caótica y en auge de Chincha, y atravesarla puede llevar una hora. En 2005 se firmó un contrato para construir un libramiento, pero los gobiernos no han podido expropiar los terrenos necesarios. Luego están los permisos requeridos antes de que se empiece a verter el concreto.
 
Los estudios de impacto ambiental toman tres años en promedio, dijo Prialé, y un gasoducto de 1,100 kilómetros en el sur del país necesita 4,102 permisos diferentes. En mayo, el Congreso de Perú aprobó una ley para acelerar este proceso, pero habrá que ver su efectividad.
 
Las calles y el transporte público en estado lamentable tienen horribles efectos en las granes ciudades. Los latinoamericanos a menudo enfrentan un viaje diario de dos horas en cada sentido en autobuses atiborrados.
 
Muchos, como la familia Valladares, optan por establecer sus propias empresas no muy productivas en su umbral. Santiago es la única gran capital latinoamericana con una dependencia metropolitana del transporte. La falta de planificación urbana significa que las empresas a menudo encuentran difícil conseguir terrenos en los cuales puedan ampliarse.
 
Una tercera explicación tradicional para la baja productividad es una fuerza laboral mal educada. Latinoamérica ha hecho enormes avances en ampliar la cobertura educativa, pero la calidad de la enseñanza en las escuelas es mala: los ocho países latinoamericanos que participaron en las pruebas internacionales PISA de estudiantes de 15 años de edad terminaron en el tercio inferior de la clasificación.
 
Algunos economistas advierten que la escolaridad no es una panacea; hay poca evidencia que vincule directamente más educación con una productividad más alta. Señalan el peligro de que los graduados de sociología terminen conduciendo taxis a menos que los gobiernos intenten estimular la demanda, así como la oferta, de trabajadores mejor calificados.
 
Después de batallar para cruzar Chincha y siguiendo 100 kilómetros más se llega a Ica. Ahí, en un edificio de poca altura en la entrada de la ciudad, en medio de viñedos, se ubica el Centro para la Innovación Tecnológica Agroindustrial. Fundado por el gobierno en 2000 con ayuda española y apoyo privado, ha ayudado a elevar la productividad en las industrias de la uva, el vino y el pisco de Perú. Asesora a agricultores, por una cuota, y les ofrece los servicios de un pequeño laboratorio de investigación y una destilería modelo.
 
Desde 2000, la producción de uva por hectárea ha aumentado a más del doble. Perú es ahora el tercer exportador más grande de uvas de mesa para China. La producción anual del pisco, un brandy estilo grappa, se ha elevado de 1.9 millones de litros a 7.6 millones, dijo Pedro Olaechea, un vinicultor que preside el consejo del centro. El pisco peruano, un producto antiguo, está empezando a ganarse un nombre mundial.
 
Ghezzi, el ministro de producción, tiene planes para varios más de esos centros tecnológicos, empezando con productos de cuero, forestales y lácteos.
 
Latinoamérica tradicionalmente ha sido mala en la innovación. Su gasto en investigación y desarrollo como parte del PIB es de menos de la mitad que en los países desarrollados.
 
Sin embargo, la agricultura es una brillante excepción. En Brasil, la agricultura “es el único sector que ha puesto a la tecnología en el centro de sus operaciones”, dijo José Roberto Mendonça de Barros, economista en São Paulo.
 
Extraer más valor de los recursos naturales aplicando la tecnología es parte del futuro de Latinoamérica, pero la región también necesita desarrollar nuevas empresas en la industria y los servicios. En un informe influyente el año pasado, el BID demandó “políticas de desarrollo productivas” en las cuales los gobiernos traten de fomentar nuevas empresas.
 
Las políticas industriales torpes a menudo han fracasado en Latinoamérica. Comperj en Itaboraí es solo el ejemplo más reciente. El nuevo enfoque demanda un toque más ligero, para ofrecer cosas – desde capacitación en habilidades específicas hasta nuevas carreteras o subvenciones para la innovación – cuya ausencia pudiera disuadir la inversión privada. Por ejemplo, la agencia de inversión de Costa Rica ayudó a desarrollar una industria de aparatos quirúrgicos convenciendo a una compañía estadounidense de establecer un servicio de esterilización.
 
Start-Up Chile ofrece subvenciones y visas a potenciales emprendedores tecnológicos de todo el mundo. Ha sobrevivido, con modificaciones, a un cambio de gobierno. El nuevo gobierno se dio cuenta de que era una marca mundial: Aunque pocos extranjeros establecieron empresas duraderas en Chile, los participantes locales aprendieron de su enfoque de correr riesgos.
 
“Nos dimos cuenta de  que era una herramienta muy poderosa para cambiar la cultura”, dijo Eduardo Bitrán de Corfo, la agencia de desarrollo económico de Chile.
 
Durante los últimos 15 años, solo un país latinoamericano se ha vuelto un nodo importante en el sistema comercial mundial, señaló Augusto de la Torre, economista en jefe para la región del Banco Mundial. México se ha unido a las cadenas de valor mundiales, diversificado sus exportaciones y entrado a productos más complejos. Sin embargo, el crecimiento económico de México, que promedió 2.4 por ciento anual durante 20 años, y su productividad han decepcionado.
 
Una teoría es que México tiene demasiados monopolios, especialmente en servicios, y las reformas emprendidas por el presidente Enrique Peña Nieto podrían remediar eso. Otros citan una cultura legal débil, una aplicación laxa de los contratos y una delincuencia violenta como factores que disuaden la inversión.
 
El problema latente, sin embargo, es la enorme diferencia en la productividad entre las compañías grandes y modernas, principalmente en el norte del país, y los pequeños productores informales y el sur. Lo mismo aplica a otros países.
 
El problema de Latinoamérica es que no ha podido replicar sus regiones de mejor desempeño nacionalmente”, dijo Hausmann.
 
Hacerlo requerirá mejor transporte, una mejora de las habilidades, más competencia y la propagación de la tecnología. Durante el auge de las materias primas, muchos gobiernos pudieron ignorar el desafío. Ya no pueden hacerlo.
 
kgb
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