Víctor Beltri

Víctor Beltri

6 Ago, 2015

Innovación urbana y el viejo aeropuerto

En innovación, el cambio es una constante. Una constante que es posible controlar, que es posible dirigir en el sentido que nos sea conveniente. Los cambios —o mejoras— pueden ser incrementales o disruptivos. Los primeros son fruto de las mejores prácticas, de una gestión eficiente, de un buen programa de mejora continua. Los segundos, los que cimbran el sistema, a pesar de que en muchas ocasiones surgen de forma espontánea, pueden ser generados, y sus efectos aprovechados, con una estrategia de innovación correctamente definida.

Las oportunidades, por lo general, ya están ahí. Están en las propias capacidades y recursos de las organizaciones: todo es cuestión de saber unir los puntos. Es cuestión de atreverse a cuestionar, con una visión a futuro bien determinada. Es cuestión de observar los problemas en su conjunto, y tener la audacia suficiente para tomar grandes decisiones. Es cuestión de tener la grandeza de miras suficiente para solucionar los que, más que problemas, son inconvenientes en el camino a un fin específico. Pero es mucho más que eso: también es cuestión de saber aprovechar lo que la vida nos pone enfrente.

Así, hoy nos sorprendemos ante los logros de Jobs o Gates sin detenernos a reflexionar en que, más allá de la indudable genialidad de los personajes, el entorno en el que se movían era el adecuado para que surgieran los cambios disruptivos. La oportunidad ya estaba ahí, y sólo era necesario que alguien se decidiera a cuestionar los paradigmas anteriores, que alguien uniera los puntos de forma distinta. Tanto Bill Gates como Steve Jobs tuvieron la fortuna de estar en el momento adecuado, en el lugar adecuado: es muy probable que las capacidades de ambos se habrían aprovechado de forma muy distinta si hubieran nacido en cualquier otra ciudad de Estados Unidos, ya ni se diga del mundo entero. La existencia del entorno adecuado, con las circunstancias correctas, es clave para el surgimiento de la innovación.

Y es que podríamos estarnos acercando al entorno adecuado, a las circunstancias correctas, para generar uno de los cambios disruptivos más importantes de la historia de nuestra ciudad. Cambios positivos, por supuesto: las obras faraónicas como los segundos pisos iniciados por López Obrador no hicieron sino favorecer a los automovilistas, en perjuicio del peatón, y enriquecer a unos cuantos. No, el gran cambio disruptivo que puede beneficiar a esta ciudad, y a los actores políticos que adopten la causa correcta no consiste en realizar obras clientelares con efectos limitados: el gran cambio consiste en darle a la ciudad el espacio de convivencia social que tanto necesita.

¿Qué podemos hacer con el espacio que quedará vacante tras la construcción del nuevo aeropuerto? ¿Cómo podemos cambiar —transformar— a nuestra ciudad con la magnífica oportunidad de innovación urbana que tenemos al alcance de la mano?

Las posibilidades son infinitas. Podríamos fraccionarlo y llenarlo de vivienda de interés social y centros comerciales inmensos, con grandes bulevares que llevarán en su nombre el homenaje a los distinguidos ciudadanos que hicieron posible el proyecto, o mejor podríamos hacer cualquier otra cosa. Cualquier cosa en absoluto: podríamos tener áreas verdes, recuperar la vocación lacustre de la zona, desarrollar centros culturales y deportivos. Podríamos darle sentido a la ciudad con un punto de referencia compartido, que albergara un espacio en el que todas las expresiones tuvieran cabida.

Es una gran oportunidad, incluso en términos políticos. Podría dar el giro necesario a personalidades que requieren con urgencia de aire fresco, de hablar de otros temas, de aglutinar voluntades en una cruzada común. De recuperar el liderazgo. De demostrar que el sexenio, aún, no ha terminado. 

                *vbeltri@duxdiligens.com

                 Twitter: @vbeltri

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