Los riesgos en el este asiático y las ambiciones de China

Hay razones para preocuparse por la forma en que el Partido Comunista chino ve la historia y la forma en que la manipula
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Si Xi comprometiera a China con esfuerzos multilaterales para fomentar la estabilidad regional, demostraría que verdaderamente ha aprendido las lecciones de historia. Foto: AP
Si Xi comprometiera a China con esfuerzos multilaterales para fomentar la estabilidad regional, demostraría que verdaderamente ha aprendido las lecciones de historia. Foto: AP
A principios de septiembre, el presidente de China, Xi Jinping, presidirá un enorme desfile militar en Pekín. Será su reafirmación de autoridad más visible desde que llegó al poder en 2012, su primera aparición pública ante tal despliegue de misiles, tanques y tropas marchando a paso de ganso.
 
Oficialmente, el evento girará totalmente en torno al pasado, conmemorando el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y recordando a los 15 millones de chinos que murieron en uno de sus capítulos más cruentos: la invasión y ocupación japonesa de 1937 a 1945. Será un recordatorio de la valentía de los soldados de China y su papel crucial en hacer frente a la potencia imperial monstruosamente agresiva de Asia.
 
 
Justificadamente: los sacrificios chinos durante ese periodo infernal merecen un reconocimiento mucho más amplio. Entre 1937, cuando estalló la guerra total en China, y fines de 1941, cuando el ataque a Pearl Harbor atrajo a Estados Unidos a la refriega, China combatió sola a los japoneses. Para el final de la guerra, había perdido más personas _ soldados y civiles _ que cualquier otro país excepto la Unión Soviética.
 
El desfile del mes próximo no gira solo en torno de la remembranza, sino también en torno al futuro. Esta es la primera vez que China conmemora la guerra con un espectáculo militar, en vez de con una ceremonia solemne.
 
El simbolismo no pasará inadvertido a sus vecinos. Los inquietará, porque en el este asiático en la actualidad la potencia ascendente, disruptiva y poco democrática ya no es una serie de islas presididas por un dios-emperador. Es la nación más poblada del mundo, encabezada por un hombre cuya visión del futuro _ un país más rico con una fuerza militar más poderosa _ suena un poco como las primeras consignas imperiales de Japón.
 
Sería erróneo llevar el paralelo demasiado lejos: China no está a punto de invadir a sus vecinos. Sin embargo, hay razones para preocuparse por la forma en que el Partido Comunista chino ve la historia y la forma en que la manipula para justificar sus ambiciones actuales.
 
Bajo el mandato de Xi, la lógica de la historia va más o menos así: China desempeñó un papel tan importante en derrotar al imperialismo japonés que merece no solo un tardío reconocimiento de su valor y sufrimiento pasados, sino también una voz más fuerte en la forma en que Asia se rige actualmente.
 
Además, continúa el argumento, Japón sigue siendo peligroso. Las escuelas, museos y programas de televisión chinos advierten constantemente que el espíritu de la agresión aún acecha al otro lado del agua. 
 
Un diplomático chino ha insinuado que el Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe, es un nuevo Voldemort, el epítome del mal en la serie de Harry Potter. En cualquier momento, Japón pudiera amenazar a Asia una vez más, repiten los periódicos del partido. China, de nuevo, se está enfrentando a la amenaza.
 
Esta narrativa requiere de contorsiones exquisitas. Por un lado, no fueron los comunistas chinos quienes soportaron la carga de combatir a Japón, sino sus enemigos jurados, el nacionalista Kuomintang bajo Chiang Kai-shek. Por otro, el Japón de hoy no es para nada el país que masacró a los habitantes de Nanjing, forzó a mujeres coreanas y chinas a prostituirse en burdeles militares y probó armas biológicas en civiles.
 
Cierto, Japón nunca se arrepintió de su historial de guerra tan notoriamente como Alemania. Incluso hoy, un pequeño grupo de ultranacionalistas japoneses niegan los crímenes de guerra de su país, y Abe, vergonzosamente, en ocasiones los consiente.
 
Sin embargo, la idea de que Japón sigue siendo una potencia agresiva es absurda. Sus soldados no han disparado un tiro enojados desde 1945. Su democracia está profundamente atrincherada, su respeto a los derechos humanos es profundo. 
 
La mayoría de los japoneses reconoce la culpa de su país por sus acciones en tiempos de guerra. Sucesivos gobiernos se han disculpado, y se espera que Abe haga lo mismo. Hoy, Japón está envejeciendo, encogiéndose, es en gran medida pacifista y, debido al trauma de Hiroshima y Nagasaki, es poco probable que posea alguna vez armas nucleares. Poca amenaza.
 
La satanización que hace China de Japón no solo es injusta, sino también riesgosa. Los gobiernos que atizan la animosidad nacionalista no siempre pueden controlarla. 
 
Hasta ahora, el gran espectáculo de China al desafiar el control de Japón sobre las islas Senkaku/Diaoyu ha involucrado solo alardes de poder, no derramamiento de sangre, pero siempre existe el peligro de que un mal cálculo pudiera conducir a algo peor.
 
Las viejas heridas de guerra del este asiático no han sanado. La península coreana sigue estando dividida, China y Taiwán están separados e incluso se puede decir que Japón está escindido, porque desde 1945 Estados Unidos ha usado la isla sureña de Okinawa como su principal bastión militar en el oeste del Pacífico. 
 
El Estrecho de Taiwán y la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur continúan siendo potenciales puntos detonantes. Que un día se vuelvan violentos depende en gran medida del comportamiento de China, para bien o para mal; es ingenuo suponer que Estados Unidos siempre podrá mantener el control sobre las cosas.
 
Por el contrario, a muchos asiáticos les preocupa que las ambiciones de China lo pongan en un curso de colisión con la superpotencia y las naciones más pequeñas que se refugian bajo su paraguas de seguridad. 
 
Cuando China se pelea con Japón en el Mar de China Oriental o construye pistas aéreas en arrecifes históricamente disputados en el Mar de China Meridional, alimenta esos temores. También corre el riesgo de atraer a Estados Unidos hacia sus disputas territoriales y plantea la posibilidad de un eventual conflicto.
 
El este asiático de la posguerra no es como Europa occidental. Ni una OTAN ni una Unión Europea unen a los ex enemigos. La determinación de Francia de promover una paz duradera uniéndose bajo un conjunto común de reglas con Alemania, su antiguo invasor, no tiene equivalente en Asia. 
 
Por tanto, el este asiático es menos estable que la Europa occidental, un conjunto fisible de países ricos y pobres, democráticos y autoritarios, con mucho menos acuerdo en torno a valores comunes o incluso sobre donde se sitúan sus fronteras.
 
Poco sorprende que los asiáticos se pongan nerviosos cuando el gigante regional, gobernado por un solo partido que hace poca distinción entre sí mismo y la nación china, resalta los temas de la victimización histórica y la necesidad de compensarlo.
  
Todo sería mucho mejor si China buscara el liderazgo regional no con base en el pasado, sino con base en cuán constructivo sea su comportamiento actualmente. Si Xi comprometiera a China con esfuerzos multilaterales para fomentar la estabilidad regional, demostraría que verdaderamente ha aprendido las lecciones de historia.
 
Eso sería muchísimo mejor que repetirla.
 
kgb 
 

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