José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

28 Ago, 2015

¿Debacle cambiaria?

Un estimado lector y economista de altos vuelos me escribió para expresar su desacuerdo sobre mi artículo anterior, en el que concluí que yo no percibía un reinicio de la inflación ni una crisis financiera en México debido a la depreciación del peso, que se ha agudizado desde hace ocho días.

Mi colega argumenta que el “tipo de cambio flotante no provoca aumentos en los precios cuando se deprecia… (a) condición que…se tenga la expectativa de que va a regresar (a sus niveles previos a la depreciación),” con lo que estoy de acuerdo. La esencia del argumento radica en el comportamiento de las expectativas.

La formación de expectativas de los “agentes económicos,” es decir, de quienes participamos en una economía como consumidores, productores, inversionistas, etc., se forman de diversas maneras, pero sobre todo a partir de la trayectoria histórica de la inflación y la paridad.

Me detengo aquí para contar una anécdota histórica que posiblemente desconocen las nuevas generaciones. En la época de tipos de cambio fijos a partir de los acuerdos de Bretton Woods, por los que se creó el Fondo Monetario Internacional (FMI), los países que enfrentaban condiciones desfavorables, como la caída en el precio de sus exportaciones, podían devaluar su moneda pero en consulta y con la ayuda del FMI.

En 1954 México devaluó el peso en 31% por una combinación de circunstancias externas y domésticas, justo en Semana Santa. En el cuarto de siglo subsecuente, antes de cada Semana Mayor había una demanda extraordinaria por dólares hasta que los numerosos deslices y devaluaciones del peso de los 1980s persuadieran a la población de que el peso se podía devaluar, aunque no fuera Sábado de Gloria.

La época híper-devaluatoria, entre la quiebra del país en 1982 y el exitoso plan de estabilización, cinco años después, generó expectativas que se ajustaban a la paridad automáticamente, como cuando en noviembre de 1987 se devaluó el peso en 40% por encima del deslizamiento diario y don Fidel Velázquez, el sempiterno líder de los trabajadores siempre leal al gobierno, exigió un aumento salarial de igual monto.

Ha tomado décadas de autonomía del banco central, de libre flotación y de políticas monetaria y fiscal afines a la estabilidad cambiaria y de precios para “desindexar” las expectativas de la población a los movimientos del peso, siempre y cuando éstos se perciban como temporales y no como permanentes, como indica mi ilustre lector.

Yo mismo lo reiteré en mi texto al sustentar que “si persistiera la depreciación del peso o se acelerara, ello podría llevar a un cambio de expectativas y a renovadas presiones inflacionarias,” aunque agregué que en condiciones de poco dinamismo económico y endeble demanda agregada, no sería fácil elevar los precios.

Mi interlocutor también me indica una serie de eventos no recurrentes, como la caída en los precios de las telecomunicaciones, de la electricidad y de productos agrícolas, éstos últimos gracias a las abundantes lluvias, así como el congelamiento en el precio de los hidrocarburos, lo que ha ayudado a alcanzar la más baja inflación en 40 años.

En lo que estamos de acuerdo es que la clave para evitar expectativas inflacionarias radica en un presupuesto equilibrado hacia el futuro y en una política monetaria de no valide las presiones que se dejarán sentir por el aumento en precios de bienes y servicios susceptibles de comprarse y venderse fuera, suponiendo que la depreciación de las monedas de países emergentes, como el nuestro, se prolonga indefinidamente.

En adición, y como recomienda el fino analista Luis de la Calle, esta coyuntura devaluatoria es una buena oportunidad para incorporar valor agregado nacional a las exportaciones e integrar mejor las cadenas productivas, mientras que tratamos de diferenciarnos de países emergentes que sólo dependen de la venta de materias primas con precios derrumbados, que no es nuestro caso.

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