Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

3 Sep, 2015

¿Cuál fue el mensaje? Es más, ¿hubo mensaje?

De entrada, debo decirle que seguí con gran interés la Sesión de Congreso General donde, un diputado independiente y los representantes de los ocho partidos con registro, expusieron la posición de sus partidos —los segundos— y el primero su visión personal, acerca de los problemas del país. Asimismo, ayer vi la ceremonia completa del Mensaje del Presidente de la República en Palacio Nacional, con motivo del Tercer Informe.

¿Qué puedo decirle a usted de dichas experiencias? La verdad, lo que mejor resumiría mi opinión al respecto, es la frase que utilizó la revista inglesa The Economist hace unas semanas, para referirse al desempeño del gobierno que encabeza el presidente Peña Nieto: No entienden, que no entienden.

¿Qué ganaría si le repitiere aquí, las posiciones o algunas de ellas de aquéllos nueve? ¿Acaso ganaría algo si enlistare las diez acciones que planteó el Presidente, al final de su Mensaje?

Pienso que sería algo inútil y, en un descuido, le causaría a usted que amablemente me lee, una molestia. De ahí pues, que prefiera concentrarme en algo relacionado con lo visto lo cual, una vez que lo exponga, logre de alguna manera su coincidencia con lo que pienso en momentos en que el país enfrenta un reto tal, que nuestros políticos no alcanzan a medir la gravedad y profundidad del mismo y tampoco, vaya suerte la nuestra, les interesa hacerlo.

Las cosas, se lo digo sin el menor ánimo de exagerar o de caer en la repetición del desgastado lugar común, no van bien para el país y su economía, y para el crecimiento de ésta. Es más, si me apurare usted para que fuere más preciso, diría que ante ese panorama que tirios y troyanos reconocen como cierto y ya presente, no estamos preparados.

Por el contrario, dada la objetividad de la frase citada, no entienden que no entienden el problema a enfrentar ni tampoco sus causas y, lo más grave, no atinan ni siquiera a dibujar un remedo de estrategia que nos permitiría paliar los efectos negativos de los cuales, ahora sí, ni yendo a bailar a Chalma, nos libraremos.

El triunfalismo exhibido sólo para los que aplaudían —más por compromiso que por convencimiento—, de nada servirá; por el contrario, los millones de mexicanos que sufriremos las consecuencias de una gobernación conformista, marcada por el voluntarismo y la superficialidad, nos encontramos indefensos ante lo que el país y su economía enfrentarán.

¿En verdad le parece una exageración lo que afirmo? ¿Piensa usted que soy un pesimista, que gusta de exagerar problemas y efectos? Si así pensare, le pido respetuosamente analice con detalle las cifras y sobre todo, vea la situación que lo rodea con objetividad.

He dicho y lo repito, quiero a este país; me duele lo que enfrenta. Me lastima el triunfalismo de los que han hecho del servicio público la mejor y más rentable de las minas por la riqueza de sus vetas.

En verdad quisiere estar absoluta y rotundamente equivocado; nada me gustaría más que los pronunciamientos de dos de los nueve que intervinieron en San Lázaro y el Mensaje del Presidente, se convirtieren, al pie de la letra, en una realidad. Sin embargo, la racionalidad me dice que eso no es factible.

¿Me cree usted?

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