El Estados Unidos de Donald Trump

Pongamos atención a la paranoia de la visión mundial de este empresario que busca ser el candidato del partido de Lincoln y Reagan para la presidencia
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Trump dice cosas que ningún político diría, así que la gente piensa que no es un político. Foto: AP
Trump dice cosas que ningún político diría, así que la gente piensa que no es un político. Foto: AP
“Este país es un infierno. Estamos descendiendo rápidamente”, dijo Donald Trump. “No podemos hacer nada bien. Somos el hazmerreír en todo el mundo. El sueño americano está muerto”.
 
Es una perspectiva deprimente, pero no tema: hay una solución a la mano.
 
“Fui a la Escuela Wharton de Negocios. Soy, bueno, una persona realmente inteligente”, dijo Trump. “Es muy posible”, se jactó una vez, “que yo pudiera ser el primer candidato presidencial que se postule y gane dinero con ello”.
 
Cuando Trump anunció por primera vez que se estaba postulando para presidente, se le restó importancia como una broma. ¿Un embaucador con mucha experiencia en la televisión de realidad pero ninguna en absoluto en un cargo de elección quiere ser comandante en jefe?
 
 
Seguramente, se burlaron los sofisticados, nadie querría los dedos de este errático magnate cerca del botón nuclear.
 
Pero durante semanas ha encabezado los sondeos para la candidatura republicana, pese a decir cosas que habrían torpedeado cualquier campaña normal. Los estadounidenses están percatándose de la posibilidad de que un hombre cuyo pasatiempo es dar a las cosas su propio nombre pudiera concebiblemente ser el candidato del partido de Lincoln y Reagan.
 
Vale la pena explicar por qué eso sería terrible. Afortunadamente, las propias palabras de Donald ofrecen una guía útil.
 
Trump no es esclavo de los duendes de la coherencia. Sobre el aborto, ha dicho tanto que “estoy a favor de la decisión personal” como “estoy a favor de la vida”. Sobre las armas, ha dicho: “Miren, no hay nada que me gustaría más que el hecho de que nadie las tuviera”, y “apoyo y respaldo totalmente la Segunda Enmienda” (la cual garantiza el derecho a portar armas). 
 
Acostumbraba decir que quería un servicio de salud de un solo pagador. Ahora es mucho más vago, prometiendo solamente reemplazar la Ley de la Atención Médica Asequible con “algo fantástico”. En 2000, buscó la candidatura presidencial del Partido de la Reforma. Hace una década, dijo que “probablemente me identifico más como demócrata”. Ahora es republicano.
 
En una entrevista esta semana, The Economist preguntó a Trump por qué los votantes republicanos parecen dispuestos a darle su aprobación sobre tantos temas que normalmente valoran profundamente. Asumió que ésta era una pregunta sobre religión, ya que él no va mucho a la iglesia y pasa apuros para citar un solo versículo de las Escrituras.
 

Me aferro firmemente a la Biblia, me aferro firmemente a Dios y a la religión”, dijo.
 
Pero a los pocos segundos pareció aburrirse del tema y lo cambió para hablar sobre cómo él tiene “un valor neto de mucho más de 10,000 millones de dólares” y “algunos de los activos más grandiosos del mundo”, incluida la Trump Tower, el campo de golf Trump Turnberry, etc.
 
Sobre un tema nacional, para ser justos, ha asumido una postura clara y audaz. Qué lástima, es odiosa. Quiere construir un muro en la frontera mexicana y de algún modo hacer que México lo pague. Deportaría a los 11 millones de inmigrantes que se cree están actualmente de manera ilegal en Estados Unidos.
 
Aparte de la miseria que esto causaría, también costaría 285,000 millones de dólares, según una estimación; aproximadamente 900 dólares en nuevos impuestos por cada hombre, mujer y niño que se quedaran en el Estados Unidos de Trump.
 
Esto es necesario, argumenta, porque los inmigrantes ilegales mexicanos están “trayendo drogas. Están trayendo la delincuencia. Son violadores”.
 
No solo los agarraría a ellos; también agarraría y expulsaría a sus hijos que nacieron en territorio estadounidense y son, por tanto, ciudadanos estadounidenses. Que esto sería ilegal no le molesta.
 
 
Su enfoque hacia los asuntos exteriores es igualmente burdo.
 
Aplastaría al Estado Islámico y enviaría tropas estadounidenses a “tomar el petróleo”. Haría “a Estados Unidos grande de nuevo”, tanto militar como económicamente, siendo un mejor negociador que todos los “estúpidos” que representan al país actualmente.
 
Dejemos de lado, por un momento, la vanidad de un hombre que piensa que la geopolítica no es más difícil que las ventas inmobiliarias. Ignoremos sus constantes recordatorios de que escribió “The Art of the Deal”, del cual falsamente afirma que es “el libro empresarial No. 1 en ventas de todos los tiempos”.
 
Más bien, pongamos atención a la paranoia de su visión mundial.
 
Todos los países que hacen negocios con nosotros”, están estafando a Estados Unidos, dijo. “El dinero que [China] sacó de Estados Unidos es el mayor robo en la historia de nuestro país”.
 
Se está refiriendo al hecho de que los estadounidenses en ocasiones compran productos chinos. Culpa a la manipulación monetaria por parte de Pekín, e impondría aranceles a muchos productos importados. 
 
También, en alguna forma no especificada, reflexiona sobre cómo Estados Unidos protege a aliados como Corea del Sur y Japón, porque “si nos retiramos se protegerán solos muy bien. ¿Recuerdan cuando Japón vencía a China rutinariamente en las guerras?”
 
La receta secreta de Trump tiene dos especias.
 
Primero, tiene un don para la autopromoción, para nada anclada en la realidad (“Cumplo las fantasías de la gente. Le llamo hipérbole veraz”, dijo una vez).
 
Segundo, dice cosas que ningún político diría, así que la gente piensa que no es un político. Los rigoristas de la cortesía quizá objeten cuando llama a alguien un “cerdo gordo” o sugiere que a una entrevistadora desafiante “le sale sangre por todas partes”. 
 
Sus simpatizantes, sin embargo, piensan que su grosería es un prueba de autenticidad; de un líder que puede canalizar la rabia de quienes se sienten traicionados por la élite o dejados atrás por el cambio social.
 
Resulta que hay decenas de millones de esas personas en Estados Unidos.
 
El país ha coqueteado con populistas en el pasado, pero ninguno ha ganado una candidatura presidencial de un partido importante desde William Jennings Bryan en 1908. Lo más cerca que ha llegado un verdadero agitador fue en 1996, cuando Pat Buchanan, cuyo lema era “Los campesinos están acudiendo con horquillas”, ganó la primaria republicana en Nueva Hampshire contra un candidato convencional soso, Bob Dole. (Dole posteriormente ganó la candidatura.)
 
Trump es mucho más peligroso que Pat Buchanan, por dos razones.
 
1. Es multimillonario, no se le agotará el dinero para financiar su campaña.
 
2. Enfrenta a tantos oponentes republicanos que pudiera quedarse con la candidatura con solo una modesta pluralidad de votos.
 
Foto: AP
 
Las apuestas inteligentes aún dicen que los republicanos eventualmente se unirán detrás de un candidato convencional, como siempre han hecho en el pasado. Pero el mundo no puede dar esto por sentado.
 
Los demagogos en otros países a veces ganan elecciones, y no hay una razón convincente sobre por qué Estados Unidos siempre debería ser inmune. Los republicanos deberían escuchar cuidadosamente a Trump, y votar por alguien más.
 
kgb
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