Los frágiles cimientos del poderoso dólar estadounidense

La creciente brecha entre el poder económico y financiero de Estados Unidos crea problemas para otros países, en la zona del dólar y más allá
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El dólar no tiene pares, pero el sistema al que sirve de ancla se está agrietando. Foto: Pixabay
El dólar no tiene pares, pero el sistema al que sirve de ancla se está agrietando. Foto: Pixabay
Si los elementos hegemónicos son buenos para algo, es para conferir estabilidad a los sistemas en que dominan. Durante 70 años, el dólar ha sido la superpotencia del sistema financiero y monetario. Pese a lo que se dice sobre el ascenso del yuan, la primacía del dólar es indiscutible. Como medio de pago, almacén de valor y activo de reserva, nada está a su altura.
 
Sin embargo, el régimen del dólar tiene cimientos frágiles y el sistema al que apuntala es inestable. Peor aún, las divisas de reserva alternativas son imperfectas. Una transición a un orden más seguro será endiabladamente difícil.
 
Durante décadas, el poderío económico de Estados Unidos dio legitimidad al reclamo del dólar sobre el dominio supremo. Ahora, sin embargo, se ha abierto una grieta entre la influencia económica de Estados Unidos y su fuerza financiera. 
 
 
Estados Unidos representa 23 por ciento del PIB mundial y 12 por ciento del comercio de mercaderías, pero alrededor del 60 por ciento de la producción del mundo, y una participación similar de los habitantes del planeta, se ubican dentro de la zona de facto del dólar, en la cual las monedas están vinculadas al dólar o se mueven en cierta sincronía con el mismo. 
 
La participación de las empresas estadounidenses en el rubro de la inversión corporativa internacional ha caído de 39 por ciento en 1999 a 24 por ciento actualmente, pero Wall Street establece el ritmo de los mercados a nivel mundial más que nunca antes. 
 
Las administradoras de fondos estadounidenses gestionan un 55 por ciento de los activos del mundo, por encima del 44 por ciento de hace una década.
 
La creciente brecha entre el poder económico y financiero de Estados Unidos crea problemas para otros países, en la zona del dólar y más allá. Eso es porque los costos del dominio del dólar están empezando a superar sus beneficios.
 
Primero, las economías deben soportar oscilaciones salvajes. En los últimos meses, la perspectiva de incluso un diminuto aumento de la tasa de interés en Estados Unidos ha hecho huir el capital de los mercados emergentes, golpeando a las divisas y a los precios accionarios. 
 
Las decisiones de la Reserva Federal afectan a deudas y depósitos en dólares en el extranjero con valor de unos 9 billones de dólares. Como algunos países vinculan sus divisas al dólar, sus bancos centrales deben reaccionar con la Fed. 
 
Extranjeros poseen entre 20 y 50 por ciento de los bonos gubernamentales en divisas locales en lugares como Indonesia, Malasia, México, Sudáfrica y Turquía, y es más probable que abandonen los mercados emergentes cuando aumenten las tasas estadounidenses.
 
En otra época, el dolor causado por las salidas de capital habría sido mitigado por una demanda más fuerte, incluyendo las importaciones que provocaran que la Fed elevara las tasas en primer lugar. Sin embargo, en la última década, la participación de Estados Unidos de las importaciones de mercancías mundiales ha descendido de 16 a 13 por ciento. 
 
Estados Unidos es el mercado de exportación más grande para solo 32 países, comparado con 44 en 1994, mientras que la cifra para China ha aumentado de dos a 43. Un sistema en el cual la Fed actúa y el mundo se convulsiona es inestable.
 
Un segundo problema es la falta de un respaldo para el sistema en dólares en el extranjero si enfrentara una crisis. En 2008-2009, la Fed renuentemente acudió al rescate, actuando como prestamista de último recurso al ofrecer un billón de dólares en liquidez a la industria bancaria y los bancos centrales extranjeros. 
 
Las sumas involucradas en una futura crisis serían mucho más altas. El mundo del dólar en el extranjero es casi el doble de grande de lo que era en 2007. Para la década de 2020, sería tan grande como la industria bancaria de Estados Unidos.
 
Desde 2008-2009, el Congreso se ha vuelto receloso de los préstamos de emergencia de la Fed. Llegada la próxima crisis, los planes de la Fed para lanzar enormes salvavidas podrían toparse con la resistencia regulatoria o congresal. 
 
¿Por cuánto tiempo los países estarán dispuestos a vincular sus sistemas financieros a una política estadounidense díscola y disfuncional?
 
Esa pregunta se ve subrayada por un tercer motivo de preocupación: Estados Unidos usa cada vez más su influencia financiera como herramienta política. Los formuladores de políticas y fiscales usan el sistema de pagos en dólares para reafirmar el control no solo sobre banqueros descarriados y funcionarios del fútbol sospechosos, sino también sobre regímenes errantes como los de Irán y Rusia. Las potencias rivales se molestan por esta vulnerabilidad ante la política exterior estadounidense.
 
Los estadounidenses podrían preguntarse por qué esto debe importarles. No obligaron a ningún país a vincular su moneda al dólar ni alentaron a empresas extranjeras a emitir deuda en dólares.
 
Sin embargo, el enorme papel del dólar afecta a los estadounidenses. Aporta beneficios, y destaca entre ellos un endeudamiento más barato. Pero al “exorbitante privilegio” de poseer la divisa de reserva le acompañan costos.
 
Si la Fed no actúa como prestamista de último recurso en una crisis de liquidez del dólar, el colapso subsecuente en el extranjero repercutirá en la economía de Estados Unidos. Incluso sin una crisis, el dominio del dólar presentará un dilema a los formuladores de políticas estadounidenses. 
 
Si los extranjeros siguen acumulando reservas, dominarán el mercado de la Tesorería de Estados Unidos para la década de 2030. Para satisfacer la creciente demanda extranjera de activos seguros denominados en dólares, el gobierno de Estados Unidos pudiera emitir más bonos de la Tesorería, incrementando sus deudas, o pudiera dejar a los extranjeros comprar otros valores; pero eso podría conducir a burbujas de activos, como sucedió en el auge de las hipotecas de la década del 2000.
 
Idealmente, Estados Unidos compartiría la carga con otras divisas. Sin embargo, si la hegemonía del dólar es inestable, sus potenciales sucesores son inadecuados. La estafeta de superpotencia financiera ha sido pasada antes, cuando Estados Unidos la recibió de Gran Bretaña entre 1920 y 1945. 
 
No obstante, Gran Bretaña y Estados Unidos eran aliados, lo cual hizo que la transferencia fuera ordenada. Estados Unidos también ya tenía ciertos atributos: una economía dinámica y, como Gran Bretaña, una cohesión política y un régimen de derecho.
 
Comparemos eso con los contendientes de hoy para el estatus de divisa de reserva. El euro es una moneda cuya mera existencia no puede darse por sentada. Solo cuando la zona del euro se haya puesto de acuerdo sobre una unión bancaria plena y una emisión de bonos conjunta, esas dudas desaparecerán totalmente.
 
En cuanto al yuan, el gobierno de China ha creado el equivalente monetario de una autopista de ocho carriles, una enorme red de intercambios monetarios con bancos centrales extranjeros, pero nadie está desplazándose por ella. Hasta que China abra sus mercados financieros, el yuan solo será un actor secundario. Hasta que adopte el régimen de derecho, ningún inversionista verá su moneda como verdaderamente segura.
 
Todo esto sugiere que el sistema monetario y financiero mundial no se desprenderá suave o rápidamente del dólar. Hay cosas que Estados Unidos puede hacer para repartir responsabilidad; por ejemplo, estableciendo líneas de intercambio de emergencia con más bancos centrales. 
 
Más probable es una fragmentación del sistema, conforme otros países elijan aislarse de las decisiones de la Fed adoptando controles de capital.
 
El dólar no tiene pares, pero el sistema al que sirve de ancla se está agrietando.
 
kgb 

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