Difícil tango para el nuevo presidente electo argentino

La economía de ese país lleva cuatro años de estancamiento y se teme que en 2016 entre en rece-sión. El FMI prevé una expansión de sólo 0.4 por ciento para este año y una contracción económi-ca de 0.7 por ciento para el año que viene
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Foto: Getty Images
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Ayer se celebraron las elecciones presidenciales en Argentina. En el momento de escribir esta nota ni siquiera se han cerrado las urnas, por lo que no sabemos quién fue el vencedor. Lo que sí sabemos de antemano es que, gane quien gane, el próximo presidente de Argentina, por primera vez en doce años, no portará el apellido Kirchner, y que sea quien sea, la gestión económica que tendrá que realizar no será precisamente un tango fácil de bailar.

El cuadro macroeconómico que presenta Argentina no es el más propicio para afrontar un futuro complejo.

Su economía está completamente parada y los precios por las nubes; el agujero fiscal es enorme y sólo lo supera, en Latinoamérica, la desastrosa Venezuela; lleva seis años con déficits por cuenta corriente, cuyo desbalance ha ido en aumento, algo que es anatema para un país que tiene el financiamiento externo cerrado; como consecuencia de lo anterior, y con el fin de poder pagar las importaciones y honrar su deuda externa, han echado mano de las reservas internacionales, las cuales están esquilmadas. Finalmente, con pocos dólares en el mercado y problemas de deuda creciente, los  argentinos buscan proteger sus ahorros comprando dólares en el mercado negro, cuyo tipo de cambio es mucho más alto que el oficial.

Profunda crisis

En efecto, la economía lleva ya cuatro años de estancamiento y se teme que en 2016 entre en recesión. Tras crecer a una tasa de sólo 0.5 por ciento en 2014, el FMI prevé una expansión de 0.4 por ciento para este año y una contracción económica de 0.7 por ciento para el año que viene.

En lo que se refiere a la inflación, la tasa oficial es de 14.5 por ciento, pero las estimaciones privadas sitúan el nivel de precios en torno a 24 por ciento, una de las más altas del mundo.

Pero lo peor es que el próximo presidente de Argentina tendrá escaso margen para revertir esa situación. La familia Kirchner, primero a través de Néstor y luego de su esposa Cristina, ha dirigido prácticamente el destino de Argentina desde la devaluación del peso en 2002, lo que provocó, por aquel entonces, la mayor cesación de pagos de la historia y una brutal crisis económica.

La devaluación del peso, junto con el auge de las materias primas agrícolas, especialmente la soja, permitió a Argentina salir de la crisis durante el mandato de Néstor (2003-2007). El crecimiento fue espectacular, con tasas que sólo se ven en China y la India. Durante su etapa, el Producto Interno Bruto (PIB) argentino promedió una expansión de 8.7 por ciento, lo que permitió recortar la tasa de desempleo de 17.3 por ciento a 8.5 por ciento y reducir de forma abrupta los niveles de pobreza causados por los estragos de la devaluación.

Más complicada fue la llegada de Cristina, que coincidió con la gran recesión global. Aunque superada la crisis financiera la economía argentina volvió a despegar y promedió una tasa de crecimiento de nueve por ciento entre 2010 y 2011, desde 2012 se ha estancado, coincidiendo con el inicio del retroceso en los precios de las materias primas y la insostenibilidad de sus políticas públicas.

Gasto incontrolable

Pese a que el kirchnerismo presume sus logros en materia de empleo, lo cierto es que muchos de ellos se generaron en el sector público, lo que incrementó enormemente la carga del gasto.

A eso hay que sumar todo un colosal programa de bienestar, con una gran cobertura de pensiones y fuertes aumentos a la jubilación mínima, ayudas a argentinos de bajos recursos, subsidios y reajustes salariales conforme a una inflación cada vez más desbocada.

Esa tendencia se ha podido exacerbar en este año electoral: el balance primario en el primer semestre, excluyendo el pago de intereses, pasó de un superávit de dos mil 200 millones de pesos a un déficit de 46 mil 595 millones, y el déficit total casi se triplicó al pasar de 37 mil millones a 107 mil 135 millones de pesos.

El financiamiento del explosivo crecimiento del gasto público se ha complicado ante el menor dinamismo de los ingresos derivado de la caída en el precio de las materias primas y del estancamiento de la economía.

Así, mientras la presidencia del Néstor Kirchner terminó con un superávit fiscal de 1.2 por ciento del PIB, los analistas privados estiman que Cristina puede dejar como herencia un déficit fiscal que superaría seis por ciento del PIB.

Por tanto, el nuevo Presidente tendrá que encarar, de nuevo, el problema de la deuda en un país que técnicamente ha caído en impago en dos ocasiones en este siglo: una en 2001, cuando con la crisis no pudo pagar la deuda externa, y otra el año pasado, cuando se negó a pagar a los llamados “fondos buitre”.

El problema de la deuda interna el gobierno lo ha resuelto, de momento, no a través de un necesario ajuste fiscal (recorte del gasto y aumento de impuestos), sino con la peligrosa y tajante fórmula de siempre: imprimiendo más pesos, lo que explica en buena parte los problemas inflacionarios del país.

Limitado apoyo externo

El asunto de la deuda externa también es complejo: resultado de los recientes impagos, Argentina tiene el acceso al financiamiento externo prácticamente cerrado.

Apenas recibe préstamos en dólares del exterior, por lo que no puede incurrir en déficits de cuenta corriente de forma recurrente al no contar con las suficientes divisas para poder pagar.

Sin embargo, la caída de las exportaciones, resultado del derrumbe del precio de las materias primas y de la debilidad de Brasil, su principal socio comercial, ha propiciado un deterioro de la cuenta corriente a partir de 2013.

El año pasado el déficit corriente fue de uno por ciento del PIB y para este año el Fondo Monetario Internacional (FMI) estima un desequilibrio de 1.8 por ciento.

Mecanismos de reserva

Para paliar ese desequilibrio, Argentina ha recurrido a controles en el mercado cambiario y restricciones a las importaciones, pero no ha sido suficiente, de modo que para pagar sus déficits, Argentina ha tenido que recurrir a los pocos dólares que tiene guardados en el banco central.

El caso es que ya le quedan muy pocos dólares: las reservas internacionales ascienden actualmente a algo más de 27 mil millones de dólares (mdd), cuando a finales de 2012 superaban 43 mil mdd.

La solución del déficit externo pasa por una devaluación del peso argentino que vuelva a mejorar su competitividad del peso argentino, sobre todo respecto a su socio del Mercosur, Brasil: mientras el real, en lo que llevamos de año, se ha hundido 32 por ciento, el peso argentino apenas lo ha hecho 11 por ciento. Sin embargo, esa solución tiene un elevado costo político: más y más inflación, algo que está minando el poder adquisitivo de los argentinos y los está volviendo a empobrecer.

La Universidad Católica Argentina estima la pobreza en 29 por ciento de la población, mientras que el gobierno estima que es inferior a cinco por ciento.

De hecho, la devaluación del peso es algo que los argentinos empiezan a considerar seriamente, y en el mercado negro compran dólares a destajo para preservar sus ahorros, presionando a la divisa argentina: allí cotiza a 16 pesos por dólar frente a 9.5 pesos que es el tipo oficial. 

Daniel Scioli, el candidato oficialista y el que más posibilidades tiene de llegar a la Presidencia, no habla de devaluar al peso, y hasta prometió una reducción de impuestos. Si gana, ya veremos cómo baila ese tango de promesas. 

* Director de llamadinero.com

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